viernes, 24 de septiembre de 2010

CASABLANCA

"Metí la mano debajo de la falda de Laura en la sala oscura, mientras el rostro inexpresivo y algo amargado de Bogart, con su ríctus característico, llenaba la pantalla. Laura, al notar la suave textura de mis dedos entre sus muslos, no hizo ningún gesto de disgusto. Se limitó a separar los muslos para dejar el camino abierto
y a poner en su regazo el pañuelo que llevaba, para cubrir discretamente el avance de mis movimientos.

Mientras, en la pantalla se escenificaba, por enésima vez, el conflicto triangular entre el revolucionario profético, su mujer y seguidora intelectual, y Bogart, el escéptico fabricado por esa mujer, que lo abandonó en París, para ir a por tabaco, y que fue, en la realidad, pareja de Rosellini.

El ambiente en el cine de reestreno donde se proyecta Casablanca en un ciclo sobre Curtiz es tan irrespirable, a causa de la vetustez de la tapicería de las butacas y el aroma de los pepinillos que algunos presentes han incorporado a sus tentempiés, como el del garito lleno de humo donde un oficial francés ejerce su monopolio de pasaportes falsos y detenciones selectivas, mientras Louis Armstrong desgrana sus notas al piano atendiendo las peticiones del respetable. Tócala Sam.

Mientras el conflicto amoroso se desenvuelve en la pantalla, yo sigo la sugerencia del guión --olvidaba decir que yo también me llamo Sam-- y me arrimo a Laura buscando
esa dulce y suave intimidad que proporciona el refugio oscuro de las salas de cine
de reestreno. En Heliópolis, solo queda una.

Laura descansa su cabeza en mi hombro con una suave indolencia, y noto que hemos llegado a un cierto consenso amoroso cuando percibo la sutil ternura de sus lánguidos suspiros, apenas perceptibles con el fragor de la banda sonora de la película.

Entre tanto, Bogart se debate entre un escepticismo feroz, derivado de su desengaño amoroso y un impulso ético que le empuja a ponerse del lado de los buenos, a costa de volver a perder al amor de su vida. Siempre nos quedará París.

(Un sacrificio que ahora se antoja excesivo, al ver lo que hace Sarcozy en París. Una ciudad mítica por su capacidad de refugio, libre y acogedora, es también ahora sede de un gobierno que actúa siguiendo los pasos que en su día dió el gobierno del Mariscal Petain.)

Casablanca es, antes que nada, creo yo, una historia romántica, con los encuentros y desencuentros, fidelidades e infidelidades, los sacrificios y los engaños, los consensos amorosos contingentes y las despedidas definitivas, que ponen en cuestión
el carácter permanente de las relaciones humanas, sean amorosas o no.

En ese sentido, es una historia que recoge el carácter fugaz de la existencia, que nos recuerda que, no solo no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, porque al intentarlo el río ya es otro, sino que, fatalmente, al escoger una orilla, nos quedamos con la incertidumbre de no saber que habría sucedido si hubiéramos elegido otra. Es posible que esta sea la razón por la que esta película permanece, sin envejecer, a lo largo del tiempo.

Yo en cambio, me siento ahora en un mundo fantástico, duradero, permanente, cuando siento la cabeza de Laura reclinada en mi hombro y percibo la presencia sutil de sus lánguidos suspiros, en la oscuridad de esta sala que huele a pepinillos en vinagre
y a tapicerías vetustas, mientras en la pantalla la niebla artificial cubre el supuesto aeropuerto de Casablanca, el revolucionario y su mujer embarcan en un avión cutre, y Bogart y el oficial francés conversan y uno de ellos dice, 'Este puede ser el comienzo de una nueva amistad'.

Aparece la palabra fin en la pantalla. Termina Casablanca. Se encienden las luces. Pero este es un cine de reestreno. Falta el segundo pase. Aún puedo compartir dos horas mas con Laura."

En fin. Casablanca.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 24-09-10.

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