martes, 22 de noviembre de 2016

LOS EFECTOS EXTERNOS

"En el Paraninfo de la vieja Universidad de Heliópolis, antes de que se construyera el edificio de la Facultad de Económicas en el paseo de Valencia al Mar, --hace unos añitos-- se dieron clases de Economía General impartidas por un catedrático, sustituto de Sampedro,que venía de Madrid, y tenía el sano hábito de expulsar del aula, nada más comenzar la clase, a dos o tres estudiantes, como un método infalible para captar la atención de los demás.

Era un aula masificada, eso explica su drástica metodología de orden. Asistí a aquellas clases gracias a una ley providencial de un ministro, Villar Palasí, que reunió la doble condición de franquista y aperturista, en virtud de la cual se permitió el acceso a la Universidad, sin bachiller superior, siempre que tuvieras más de 25 años, con el único requisito de superar una prueba especial, que no medía lo que ya sabías, sino tus ganas de aprender.

Yo no tenía bachiller superior, mi currículo escolar era haber estudiado con una maestra roja represaliada hasta los doce años, y nada más, aunque recuerdo que nos hacía leer todos los días el Quijote, lo que me convirtió en un candidato seguro a castellano parlante, pero pasé la prueba de acceso, y luego, con dos años más de dedicación de lo normal, porque simultaneaba los estudios y una jornada laboral de ocho horas, me licencié en Economía General, una especialidad que nunca ejercí, porque me dediqué a la Economía de Empresa.

Para no hacerlo largo, en ese aula, y en los libros que compré con una beca que disfruté de PPO, así se llamaba entonces, se hablaba, y se escribía mucho sobre los Efectos Externos de la actividad económica. Los costes y beneficios para quienes no son actores directos de esa actividad, también de los fallos del mercado. En particular, se dedicaba mucha atención a los efectos externos negativos de la actividad económica en el Medio Ambiente.

Daré un ejemplo cutre. Un productor de miel en una finca que linda con un cultivador de árboles frutales. Es fácil suponer que en este caso los efectos de la economía del arboricultor serán positivos para el mielero. Ahora, supongamos que usted tiene un chalet en una urbanización, y su vecino pone un restaurante con barbacoa, y los fines de semana, cuando usted va a su chalet, le llenan su parcela de humo, y el camino de coches estacionados por los consumidores a quienes les encanta- el solomillo a la parrilla. Es obvio que la economía, tal vez boyante, del restaurador, se hace a costa de los efectos negativos para su vecino, a menos que se una usted a la fiesta, en lugar de cabrearse.

Pues bien, consideremos el Tratado de Libre Comercio que, si no he entendido mal en la tele en el programa 'los desayunos...' Donald Tramp quiere cargarse, si a estas horas no se lo ha cargado ya. Ese tratado, al que he dedicado alguna página del blog, aunque no la encuentro, no es fácil buscar entre casi tres mil entradas, con la mierda de memoria residual que queda en este trasto, después de que Jordi lo haya llenado de películas,  ha provocado, durante años, críticas masivas de los ecologistas, a pesar del secretismo con que se han llevado sus deliberaciones, no solo por la ola de transgénicos que se nos venía encima, sino por un montón de efectos externos más que habrían afectado a cientos de millones de consumidores, agricultores, y demás agentes que, sin comerlo, ni beberlo, habrían sido víctimas seguras de esas decisiones ajenas.

Termino. Viva Trump. Que paradoja, el tipo más bruto de la política mundial en este momento, si se confirma lo que he oído esta mañana, ha conseguido de un plumazo lo que todos los movimientos medioambientales del planeta no habrían logrado, en ausencia de este tipo impresentable.

Otra paradoja, que yo accediera a la universidad, sin estudios previos, gracias a un ministro franquista, de los que abomino, aunque aquel fué, además, aperturista."
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En fin. Los Efectos Externos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 22 11 16.

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