jueves, 14 de febrero de 2008

CAMBIO

En los treinta kilos de saber enciclopédico, algo anticuado, que aun conservo en las estanterías, aunque se ha ido actualizando con los apéndices, no he hallado definiciones satisfactorias de la palabra cambio, aplicadas a situaciones sociales, económicas o políticas. Supongo que se debe a la fecha de esa edición 1.978, y al hecho de que la redacción del contenido de esas obras requiere largos años de preparación. Coincidiendo en el tiempo esa preparación con la dictadura en España, no es extraño que el cambio social, político o económico fuera proscrito del lenguaje oficial, ajeno a la realidad en la que el cambio era una demanda urgente y cotidiana.

En esa misma década, un sociólogo americano, Alvin Tofler, publicó un libro que hizo fortuna, con el título El Shoc del futuro, en el que alertaba de un cambio social caracterizado por la desaparición de lo permanente y el triunfo de lo transitorio. Adiós a las residencias duraderas en la misma ciudad, trabajos estables, parejas permanentes, porque los elementos del cambio, imparables, anuncian el advenimiento y la extensión a todos los ámbitos de la vida, de una de las máximas de la sociedad de consumo , usar y tirar.

La prospectiva social, unas veces se cumple, otras no, pero nunca lo hace a la vez en todos los lugares.

En España, no fue hasta los años ochenta cuando Felipe González, quien sin duda había leído a Tofler, fascinado por la carga positiva de lo transitorio, que si bien arrumba lo duradero, ofrece a cambio la ventaja de las oportunidades sucesivas, se cargó el contrato indefinido, con la intención de reactivar la economía, y luego el fraude de ley en las contrataciones convirtió lo que en principio era una medida temporal, en una mutación que ha traído a generaciones enteras de jóvenes al universo Tofleriano.

Tanto éxito tuvieron las predicciones de Tofler sobre la sociedad del usar y tirar que ahora nos vemos abocados a la necesidad de un nuevo cambio, por que ya no sabemos que hacer con la basura.

Gore viaja ahora por el mundo como un nuevo apóstol de la prospectiva y la preocupación social ha girado ciento ochenta grados. Ahora nos preocupa que las cosas no duren, en particular, el entorno climático, y la política de envases se está revisando para usar otros reutilizables, menos efímeros.

Lo permanente y lo efímero son dos aspectos presentes en la vida de cualquiera y es natural que las preferencias por lo uno o por lo otro varíen con el devenir del tiempo en una dialéctica marcada por los excesos a que nos conducen, individual o colectivamente, las opciones extremas entre la permanencia y el cambio.

Me ocupo hoy de este asunto en el blog, porque la lectura de un artículo de Eduardo Alonso, algo nostálgico y melancólico, publicado en las páginas de opinión de “Levante”, titulado “Bautismo bajo los pinos”, cita de pasada una analogía entre crisis y cambio, igualando ambos términos y eso ha despertado mi curiosidad.

El cambio, en mi viejo diccionario mutilado de definiciones sociales, se refiere sobre todo a cuestiones mercantiles y a su acepción en física, paso de un cuerpo de uno de los tres estados físicos a otro, y habla de evaporación, fusión, licuefacción, solidificación, sublimación y vaporización.

Algunos de esos términos físicos hacen fortuna en otros ámbitos o disciplinas, evaporación, entre los brokers de Societe Generale, fusión, entre las compañías energéticas, licuefacción en los anales de los milagros que certifica el Vaticano o sublimación en la residual cultura del psicoanálisis.

De la crisis, lo que se dice es que es una mutación importante en el desarrollo de procesos, o la situación de un asunto o proceso cuando está en duda su continuación, modificación o cese. También se identifica con la palabra crisis una situación dificultosa o complicada.

En mi opinión, lo que caracteriza a la crisis no es el cambio en si mismo, ni se pueden identificar cambio y crisis, sino que lo que define la crisis, o al menos su percepción, son las expectativas de cambio y la incertidumbre que generan al ignorar cuales van a ser sus efectos para el sujeto.

Hace ya cinco meses, mucho antes de que las bolsas de valores se dieran por enteradas dramáticamente, alerté en la página Cenicienta de este Blog de los primeros indicios que advertían de una mutación en los sistemas financieros demasiado metidos en su papel de Hada Madrina que concedía deseos a sus clientes, distanciando sus niveles de vida y consumo de la productividad de su trabajo, y rellenando ese agujero con el crédito.

Desde entonces, se han sucedido los análisis, artículos y comentarios de toda clase de comunicadores sobre la crisis, también las opiniones de quienes niegan o reducen la importancia de la crisis y tildan de apocalípticos a quienes la subrayan. También han aparecido intentos manipuladores de esa realidad con fines políticos, pero si la crisis es, sobre todo, la expectativa de cambios generadora de incertidumbres sobre sus efectos en los sujetos, en ese sentido, no se puede defender que no hay crisis, cuando nadie sabe cuánto le van a pagar por sus ahorros dentro de seis meses, cuánto deberá pagar por su hipoteca, si podrá conservar o no la propiedad de su casa, si va a tener o no su empleo, o cuanto valdrá su patrimonio bursátil pasado mañana, por citar solo algunas incertidumbres derivadas de las malas prácticas financieras en USA que enrarecen el ambiente.

En mi opinión, una combinación equilibrada de permanencia y cambio, es lo mejor que podemos elegir entre el menú que nos ofrece la vida. Deseos simples, ligados a conceptos primarios como placer y dolor, esfuerzo y ocio, belleza y fealdad, mas que a conceptos políticos, como conservar, reformar, transformar, son los que verdaderamente importan. ¿Quien no desearía vivir en un mundo donde fueran más permanentes el placer, el ocio, la belleza, y solo tuvieran carácter transitorio, el dolor, el trabajo forzado, la fealdad de ciertos espíritus adustos?. Un mundo así no existe, pero está a nuestro alcance intentar acercarnos a el. En eso consiste vivir.

Lohengrin. 14-02-08.

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