Con el paso del tiempo, el cinismo ha dejado de considerarse una doctrina filosófica, para pasar a entenderse como un rasgo de la conducta -- “Desvergüenza en defender o practicar acciones o doctrinas vituperables. Afectación de desaseo y grosería. Impudencia, obscenidad descarada.” –al parecer bastante despreciable y despreciado.
Sea como fuere, practicar el cinismo hoy en día, no está bien visto. Es evidente que los primeros cínicos rechazaban lo establecido y es en ese sentido que sus doctrinas se consideraban vituperables y desvergonzadas. En mi opinión, eran también unos descreídos, aunque ese descreimiento no aparece de modo explícito en los calificativos de las definiciones enciclopédicas.
No tengo reparo alguno en reconocer un componente cínico presente en lo que escribo, aunque siempre lo he relacionado con el escepticismo y el descreimiento. Nunca me tuve, en cambio, por grosero, desaseado, impúdico, obsceno y descarado en mi conducta, aunque es cierto que, quienes escribimos, a veces nos desnudamos en público más que quienes no lo hacen.
Estas divagaciones nos llevan a la cuestión de siempre, los que han formulado estas definiciones de cinismo, ¿Quiénes son? ¿Qué lugar ocupan en la sociedad? ¿Cómo se erigen en árbitros de lo púdico e impúdico, de lo vituperable o respetable, de la grosería y la corrección? Lo que para unos es respetable, a los ojos de otros es impudicia, porque el punto de vista desde el que se califican las conductas está asentado en unos determinados valores y usos sociales que no son compartidos por todos.
Siempre queda el recurso de acudir a las mayorías. Si ciertas conductas y normas son aceptadas por la mayoría como respetables, el legislador o el enciclopedista las definirá como tales, y considerará legitimadas sus definiciones por su aceptación social mayoritaria.
Ese argumento, no considera el respeto a las minorías, que también forma parte de la cultura democrática, afortunadamente de un modo creciente, tampoco la lección de los muchos errores sangrientos que se han cometido históricamente con la complicidad, por acción, o por omisión, de las mayorías sociales.
Por tanto, los cínicos, los descreídos, los críticos, que tradicionalmente han formado parte de minorías discrepantes, ejercen una función sanitaria contra los errores y peligros de la uniformidad, y merecerían algo más de respeto de quienes los califican, con un criterio decimonónico, de groseros, desaseados, impúdicos, obscenos y descarados.
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