martes, 19 de febrero de 2008

EN DEFENSA DE LOS CÍNICOS

CÍNICO: “Aplícase al filósofo de cierta escuela que nació de la división de los discípulos de Sócrates, y de la cual fue fundador Antístenes, y Diógenes su más señalado representante. Según algunos el nombre de estos filósofos vino del lugar donde se impartían estas doctrinas, el Cinosarges, barrio de Atenas donde estaba el gimnasio en que enseñaba Antístenes..(..)”

Lo mas sorprendente de esta definición es que hace mas de dos milenios la gente fuera a los gimnasios para aprender filosofía, mientras que ahora solo van a hacerse cachas para emparejarse con la Obregón o Maruja Díaz, y para fabricarse un cuerpo presentable que les ayude a superar los castings de los muchos y variados programas televisivos que buscan carne fresca y musculosa. Desde un punto de vista cínico, la conclusión es que el progreso material y tecnológico no siempre favorece el progreso personal, humano.

Con el paso del tiempo, el cinismo ha dejado de considerarse una doctrina filosófica, para pasar a entenderse como un rasgo de la conducta -- “Desvergüenza en defender o practicar acciones o doctrinas vituperables. Afectación de desaseo y grosería. Impudencia, obscenidad descarada.” –al parecer bastante despreciable y despreciado.

Es difícil saber cómo, una expresión que nombraba una escuela filosófica ha devenido en insulto. Podemos imaginar como comenzó el cambio de uso de esa palabra. Tuvo que ser alguna persona versada en los entresijos de la antigüedad clásica quien puso de moda utilizar como insulto algo que hasta entonces solo era una referencia erudita. Un modo pedante y pijo de demostrar a los ojos de los otros su superioridad en el uso de los cultismos.

Sea como fuere, practicar el cinismo hoy en día, no está bien visto. Es evidente que los primeros cínicos rechazaban lo establecido y es en ese sentido que sus doctrinas se consideraban vituperables y desvergonzadas. En mi opinión, eran también unos descreídos, aunque ese descreimiento no aparece de modo explícito en los calificativos de las definiciones enciclopédicas.

No tengo reparo alguno en reconocer un componente cínico presente en lo que escribo, aunque siempre lo he relacionado con el escepticismo y el descreimiento. Nunca me tuve, en cambio, por grosero, desaseado, impúdico, obsceno y descarado en mi conducta, aunque es cierto que, quienes escribimos, a veces nos desnudamos en público más que quienes no lo hacen.

Estas divagaciones nos llevan a la cuestión de siempre, los que han formulado estas definiciones de cinismo, ¿Quiénes son? ¿Qué lugar ocupan en la sociedad? ¿Cómo se erigen en árbitros de lo púdico e impúdico, de lo vituperable o respetable, de la grosería y la corrección? Lo que para unos es respetable, a los ojos de otros es impudicia, porque el punto de vista desde el que se califican las conductas está asentado en unos determinados valores y usos sociales que no son compartidos por todos.

Siempre queda el recurso de acudir a las mayorías. Si ciertas conductas y normas son aceptadas por la mayoría como respetables, el legislador o el enciclopedista las definirá como tales, y considerará legitimadas sus definiciones por su aceptación social mayoritaria.

Ese argumento, no considera el respeto a las minorías, que también forma parte de la cultura democrática, afortunadamente de un modo creciente, tampoco la lección de los muchos errores sangrientos que se han cometido históricamente con la complicidad, por acción, o por omisión, de las mayorías sociales.

Por tanto, los cínicos, los descreídos, los críticos, que tradicionalmente han formado parte de minorías discrepantes, ejercen una función sanitaria contra los errores y peligros de la uniformidad, y merecerían algo más de respeto de quienes los califican, con un criterio decimonónico, de groseros, desaseados, impúdicos, obscenos y descarados.

Lohengrin. 19-02-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios