martes, 26 de febrero de 2008

DIÁLOGOS

Nos cuesta reconocer que nuestros políticos son, en buena medida, un reflejo de lo que somos los demás. La costumbre ibérica del pim-pam-pum, que parece un sustituto menos cruento del deporte de la lapidación al que nos acostumbramos durante la dominación musulmana, no está presente solo entre la clase política. Cuando un español de a pie vuelve de un viaje por un país exótico, se apresura a contarlo a sus amigos, que no suelen prestar demasiada atención a lo que oyen, centrados como están en contar su propio viaje a otro país.


El debate de ayer me pareció un diálogo de sordos, en el que cada una de las partes hablaba de un país distinto, sin escuchar demasiado a su oponente, y los ciudadanos que lo seguimos nos quedamos sin saber, con claridad y detalle, cuales son las propuestas programáticas de cada una de las fuerzas políticas representadas.


He evitado la lectura de la prensa para intentar ofrecer una opinión personal, subjetiva, pero lo menos contaminada posible por las consignas de los medios, aunque coincido con García Montero en que este debate no da un ganador. Montero dice que todos los ciudadanos hemos perdido, porque el bipartidismo es un insulto a la inteligencia. Mi opinión es que los ciudadanos hemos perdido, sobre todo, la oportunidad de recibir explicaciones amplias sobre los programas de los partidos que van a marcar la vida política de este país en los próximos cuatro años.


¿Tenemos los políticos que nos merecemos? Esa pregunta tópica y retórica, a mi me parece mal planteada. Más bien los políticos tienen los votantes que merecen y, en ese sentido, no me parece que la total ausencia de explicaciones sobre el núcleo que debiera haber centrado el mal llamado debate, -- en realidad me pareció un monólogo a dos, marcado por el abuso del método Olendorff, que consiste en hablar de otra cosa cuando le hacen a uno una pregunta directa-- las propuestas concretas de gobierno que cada partido ofrece al electorado, merezca la atención de los electores.


Otra característica ibérica profusamente demostrada a lo largo de nuestra historia es el sectarismo.

¿Estás conmigo o contra mi?, es el argumento último y definitivo que zanja, demasiado a menudo, los disensos que, con algo mas de civilidad y menos sectarismo, podrían concluir en el acuerdo.


La vida parlamentaria en España se ha caracterizado en los últimos años por un aíslamiento del partido mayoritario de la derecha española, que es como decir, del nacionalismo españolista. El argumento final del ¿Estás conmigo o contra mí? ha conducido a los populares a una soledad parlamentaria que permite predecir que, sea cual sea el número de escaños que consigan, descartada la mayoría absoluta, los populares no encontraran socios para gobernar. Ellos lo saben, y eso explica el grado de agresividad y crispación, el sectarismo inducido que impregna, no solo la vida política española, sino las actitudes, cada vez mas sectarias, de los ciudadanos.


A los votantes de izquierda que, al parecer, sumados, somos más, nos gustaría una mayoría de izquierdas, sobre todo si no compartimos la pulsión nacionalista, pero la debacle de Izquierda Unida es mas que previsible, y es bastante probable que, después del 9-M, tengamos más de lo mismo, un partido socialdemócrata que gobernará apoyándose en los nacionalistas periféricos.


La composición de las fuerzas políticas en nuestro país, más el aislamiento parlamentario de los populares, le da a la situación un carácter estructural, que no parece que el recurso a los debates sea capaz de modificar, pero, al menos, debería aprovecharse la segunda oportunidad, el próximo lunes, para clarificar programas, propuestas y proyectos de cada uno. Los ciudadanos lo agradeceremos.


Si es así, nuestros políticos habrán hecho algo para merecer el voto de los ciudadanos. Aunque si prevalece entre los votantes la consigna ¿Estás conmigo o contra mí? , la pulsión sectaria, al final los argumentos razonables, informativos, explicativos, tendrán menos peso del que se les atribuye en los foros, tertulias y editoriales. En ese caso, habrá triunfado la cultura ibérica del pim pam pum.

Lamentable, no?


Lo más jocoso de todo el asunto fue ver a Rajoy --a quien he de reconocer una mejora de su telegenia-- contar el cuento de Caperucita, aunque no me quedó claro si el era la abuelita o el lobo.


Lohengrin. 26-02-08.


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