martes, 5 de febrero de 2008

EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY

He bajado al Maravillas y mientras tomaba café he ojeado los periódicos. No he visto nada interesante. En el otro hemisferio parece que hoy es un día muy importante, el supermartes, esa jornada electoral que suele decidir el destino de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, pero en Heliópolis el sol mediterráneo calienta las calles con una intensidad impropia del invierno, las tórtolas colonizan las ramas de los árboles urbanos y su número alcanza ya una dimensión de plaga, mientras yo me dispongo a bajar a jugar a la pelota con mi nieto, y nada en mi ánimo me dice que la política sea mas importante que la vida.

Las hojas de las acacias y los fresnos se proyectan sobre un azul intenso, libre de nubes, empujadas por el anticiclón, evocando los bosques que son el escenario de la vida amorosa extramarital de Lady Chetterley y rodean el chateaux donde tiene su residencia familiar.

Ayer fui al cine a ver Lady Chatterley, una película francesa que dura más de dos horas, seguramente porque intenta ser fiel al texto del clásico de la literatura erótica que recrea en imágenes.

No entendí muy bien porqué, en este relato lineal, se dedica tanto tiempo a los encuentros eróticos de Chatterley y su guardabosques, acumulando una serie de secuencias que parecen reiterativas y algo tediosas y en cambio se pasa a gran velocidad sobre el viaje a la costa azul, que tal vez hubiera merecido más metraje. Hasta que, reflexionando sobre el asunto, he llegado a la conclusión de que tal vez el director buscaba el relato milimétrico para contar cómo una relación casual va creciendo con cada encuentro hasta que el vínculo afectivo termina por aparecer enriqueciendo lo que solo parece una experiencia de placer físico.

Si es así, ha conseguido plenamente su objetivo, al precio de aburrir, supongo, a una parte de los espectadores.

Chatterly es una mujer burguesa que soporta una existencia asfixiante en el chateaux, junto a su marido impedido, mientras lejos de allí se libra la primera guerra europea, hasta que el agobio de su ánimo la lleva a un estado de postración que su médico recomienda combatir con paseos al aire libre.

Los primeros encuentros de Chatterley con el guardabosques, un tipo adusto y silencioso, amante de la soledad, no pasan de la vulgaridad de un coíto en el que el hombre se desahoga sin hacer participar a su compañera del placer del sexo. En cada encuentro sucesivo, Chatterley comienza a tener un protagonismo cada vez mas activo y las experiencias suben de nivel, convirtiéndose ya en algo compartido.

La reiteración de esas secuencias permite visualizar como, lentamente, aflora la sensibilidad oculta del macho adusto y brutal y lo que comenzó como una pura relación física se envuelve poco a poco en una experiencia libre, sin asomo de culpa, que alcanza su momento mas álgido cuando los dos amantes corren desnudos bajo la lluvia compartiendo la celebración de la vida.

De alguna manera, El amante de Lady Chatterley, que fue en su tiempo un manual del amor transgresor, se ha convertido con el paso del tiempo en una historia sobre la inocencia, la libertad, el valor del placer en la vida humana, la exaltación de la naturaleza, y todo un discurso beligerante contra el sentimiento de culpa, ese invento de las convenciones sociales y religiosas que Manolo Vicent decía que llevamos todos a cuestas, como si fuera un mono agarrado a nuestra nuca, y que es un enemigo de la vida.

La película, quizás demasiado larga, lenta y reiterativa, premiada con cinco César –el equivalente francés al Goya español—conserva sin embargo otros valores, entre ellos, la fidelidad al libro, y se deja ver. Es una película amable, visualmente agradable, con una buena puesta en escena y, en mi opinión, su mayor valor es el modo didáctico en que presenta el proceso de crecimiento de la relación amorosa.

Les recomiendo que vayan a verla, acompañados.

Se proyecta en el cine D´Or, en Heliópolis. Solo esta semana.

Lohengrin. 5-02-08.

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