viernes, 1 de febrero de 2008

FEBRERO

He bajado al Maravillas, un poco más tarde de lo habitual, porque hace una rasca que no invita al paseo madrugador, y había una cola delante de la barra como si fuera la ventanilla del BBVA cuando se estropea la informática.

En realidad, el Maravillas, mas que un establecimiento de hostelería, parece una entidad de crédito vecinal, pues los muchos parroquianos que tienen niveles de vida próximos a la indigencia, acostumbran a tomar sus consumiciones cotidianas de carajillos, barrechats, bombones con Baileys y copas de coñac --sobre todo después del día quince de cada mes-- con cargo al crédito que la casa les tiene abierto y cuando llega el fin de mes, pasan por caja en grupos numerosos para amortizar su deuda.

La cuesta de Enero ha debido de ser más abrupta que en años anteriores, a juzgar por el grosor de la libreta que maneja Toni, una especie de libro mayor que contiene el nombre de los deudores y las cantidades que han ido dejando pendientes de pago.

Algunos ya no figuran en esa lista, bien porque pagan al contado, bien porque han desaparecido de ese paisaje cotidiano, por diversas razones. El tramoyista jubilado, a quien debo agradecer que me permitiera usarlo como personaje en El viaje a Praga, está ausente por motivos de salud, que le han recluido en la residencia de un entorno hospitalario.

Algún otro está en la trena, por asuntos relacionados con la industria del automóvil robado y ha tenido que prescindir de sus pequeños vicios de café, porque la cantina de allí no concede créditos al consumo.

También hay gente nueva, un ex segurata que protesta porque considera que su copa de coñac no está suficientemente llena, a quien no había visto antes, y un miembro de la iglesia evangélica de Filadelfia, un poco más exaltado y ruidoso que de costumbre.

Por lo demás, la composición del paisaje humano del Maravillas no difiere demasiado de lo que es habitual: trabajadores de la construcción en paro, pero que cuando les llama algún colega para formar una cuadrilla, dicen que si, para luego escaquearse, mercheros y predicadores, jubilados, jóvenes vendedores de telefonía móvil, especialistas en informática, expertos en pájaros, trabajadores de la limpieza pública, vendedores de lotería, viajantes de comercio y algún sujeto atípico, de difícil clasificación.

Mientras tomo mi café en la barra del Maravillas, alguien me pasa el periódico y leo que Febrero ha estallado con una ola fría de consecuencias multitudinarias en China pero aquí, en Heliópolis, mañana será un día festivo dedicado a la conmemoración del nacimiento de Jaime I, Rey de Valencia, Aragón y Mallorca, Conde de Barcelona y Señor de Montpellier, y la música festiva inundará las calles como si ya fuera primavera, después se disparará una mascletá, se celebraran desfiles de caballeros y otros actos y por la noche los fuegos artificiales iluminarán el cielo de febrero.

El carnaval ya está presente en casi todas las ciudades y pueblos de nuestra geografía y en unos días, Teruel celebrará la fiesta inventada por una licenciada turolense que estudió en Heliópolis, y que ha conseguido arraigar en el calendario festivo de esa ciudad aragonesa. Se trata de la conmemoración de las bodas de Isabel de Segura, vinculada al mito de los Amantes. Una fiesta con mercados medievales, disfraces, gastronomía callejera, toro ensogado y actuaciones teatrales.

Esa efervescencia festiva parece anunciar el próximo final del invierno y es un anticipo de la celebración de la primavera, ese eterno retorno que, después de las elecciones parlamentarias, volverá para recordarnos que lo más importante no es quien preside el gobierno, sino que quienes lo elegimos, sea cual sea nuestro voto, sigamos vivos para disfrutar esa explosión de vida que nos visita cada año.

Lohengrin. 1-02-08.

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