viernes, 15 de febrero de 2008

CHUPAR DEL MUERTO

Desde tiempo inmemorial, grupos revolucionarios, independentistas, tiranos autoritarios y sectarios de muy diverso origen y objetivos, practican el viejo uso de chupar del muerto. La enésima foto que confirma lo que digo está hoy en la primera de El País. Es una foto mil veces repetida. El ataúd que contiene el cadáver del líder de Hezbolá cubierto con una bandera, rodeado de miles de personas que vociferan pidiendo venganza, dispuestos a ir a la guerra, no se diferencia en nada de los entierros de personas asesinadas en España en vísperas de la guerra civil.

En todos los casos, se trata de aprovechar la energía emocional que provocan esos asesinatos, manipulándola en la forma conveniente para una minoría. Y esto ha sido así desde el principio de los tiempos, porque hay inventos humanos de una larga permanencia en el tiempo que no caducan, como el calendario o el aprovechamiento político o sectario de la muerte ajena.

Una de las muertes ajenas que más dividendos ha producido a quienes le han sobrevivido, durante generaciones, ha sido la de Cristo.

Pablo Cabellos, un intelectual con sotana que no se prodiga demasiado en sus colaboraciones en Levante, publica hoy un escrito, redactado con una paciencia didáctica y una lógica escolástica impecables, para explicarnos a todos que, dada la naturaleza poliédrica del ser humano, la iglesia no puede ser ajena a ningún aspecto de la vida social, y a nadie debe extrañar que se pronuncie sobre cuestiones sociales y políticas, o sobre la moral sexual individual, pues son los hombres ( y mujeres) en su total integridad, los sujetos de su preocupación pastoral.

Tiene el detalle de citar el Catecismo, no a Cristo, para defender el carácter jerárquico, además de pastoral, de la Iglesia romana. Hace bien, pues, de no mediar esa precaución, habría desatado la polémica con numerosos expertos que defienden que en el ánimo de Cristo no estuvo nunca el proyecto de fundar una iglesia, y mucho menos, jerarquizada, y que separan a Cristo y al cristianismo primitivo, de lo que vino después.

El caso de la Iglesia católica, apostólica y romana, si consideramos su poder y dominio terrenales alcanzados antes de que se iniciara su actual decadencia, que es lo que preocupa a sus jerarquías, por encima de su vocación pastoral, es el máximo ejemplo histórico, junto al de las religiones y sectas musulmanas, de aprovechamiento multisecular del muerto divinizado.

Hay otros ejemplos, más abstractos, de aprovechamiento de cadáveres, no humanos, sino ideológicos, como el que ofrece el Partido Comunista Chino. En todos los casos se trata de una manipulación, por parte de minorías jerárquicas, de mitos o ideas con un origen ancestral, que no tendrían vigencia de no estar alimentados constantemente por las élites que los reproducen para
conservar sus privilegios.

Este enfoque de la cuestión, que se asumiría con normalidad en cualquier curso de primero de sociología, puede provocar la cólera de numerosas personas, porque los mitos son multifuncionales, pero las religiones son una cosa muy seria.

Presley, Lennon y Ché Guevara, están en el mismo Olimpo que Diana y Apolo, pero a costa de los primeros hay mucha gente que hace caja, y Manolo Vicent aprovecha los mitos para hilvanar su escritura salpicada de referencias a la antigüedad clásica.

Las religiones en cambio, además de servir a la reproducción de las minorías jerárquicas que las administran, recurriendo, entre otras cosas, al vejo truco de chupar del muerto, son importantes para un gran número de personas, pues la fragilidad y finitud de la vida humana hace que busquen un agarradero externo para sobrevivir a esa fragilidad.

Para esas personas, la religión es tan importante como el sustento o el aire que respiran y ya vemos que, entre los musulmanes, cada día mas radicalizados por su clero integrista, y los judíos, el acto de comer está absolutamente influido por sus creencias y preceptos sobre alimentos prohibidos y permitidos.

Pero todas las religiones tienen algo en común. Se sustentan sobre un cadáver primigenio, cuyo éxito multisecular permite a las minorías jerárquicas que las administran en la actualidad, vivir del muerto.

Lohengrin. 15-02-08.

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