martes, 12 de febrero de 2008

EL CUERPO

Las arrugas son medallas al mérito de haber vivido. Cuando se lo digo a mi mujer me contesta con un sarcasmo. La demanda de belleza es una pulsión universal que ha llevado hasta la bolsa de valores a corporaciones mercantiles integradas por médicos escultores que hasta hace no mucho trabajaban como artesanos en sus clínicas privadas.

Alrededor de este negocio expandido por la exaltación de la belleza física y los valores de la juventud, presentes en las pasarelas de moda, en los programas televisivos, en las revistas más prestigiosas y en los mensajes publicitarios que están presentes en la vida cotidiana de todos nosotros, ha crecido una jungla de chiringuitos con actividades subsidiarias dedicadas al cuidado del cuerpo que constituyen una parte cada día mas sustanciosa de la facturación del sector de servicios.

Gimnasios, rayos uva, talasoterapia, spas, infiltraciones subcutáneas, correcciones ligeras que no precisan intervenciones hospitalarias, mesoterapia, que no se lo que es, pero que ha producido en la Rioja una infección bacteriana a unas decenas de clientas. Implantación de uñas de porcelana. Maquillajes permanentes. Toda esa variedad, multiplicada por las técnicas específicas que ofrece cada chamán, baños de lodo, de chocolate, de cava, --escuece, no?— Variadas sustancias y técnicas para la infiltración, por no hablar de las últimas generaciones de cosméticos, cuyas promesas altamente surrealistas nos son formuladas desde el televisor, constituyen la respuesta a una demanda desesperada, porque la gente no asume, se niega a asumir, que las arrugas son medallas al mérito de haber vivido.

El paso del tiempo puede ser, en si mismo, una oportunidad enriquecedora, no una creciente amenaza, si encontramos un acuerdo entre nuestro interior y el exterior que nos relaciona visualmente con el mundo. En las sociedades occidentales parece que encontrar ese acuerdo es más difícil, por la presión de los medios y la tendencia, cada vez más compulsiva, a la imitación, pero en otros lugares es posible contemplar la dignidad del paso del tiempo esculpida en los rostros de los ancianos.

En el sur de Marruecos, en un viaje realizado hace unos años, me fue dado contemplar la nobleza de los perfiles esculpidos por el tiempo en los rostros de los ancianos de etnia bereber y quedé impresionado. Ya se que la cultura machista en esto, como en tantas otras cosas, maltrata la vejez de la mujer, porque lo que en el varón se considera socialmente una expresión de dignidad, al aplicarlo a la mujer tiene un tratamiento peyorativo. Pero ese atraso social, ese desequilibrio en la apreciación de lo humano en función del sexo, queda desmentido por el modo en que muchísimas mujeres y hombres alcanzan edades avanzadas sin perder su dignidad personal, y sin sentir la necesidad de recurrir a cirujanos ni chamanes, porque nunca han mantenido un desacuerdo con su cuerpo.

Es ese desacuerdo, cuando existe, más que las condiciones objetivas del cuerpo de cada uno, lo que sin duda empuja a la gente insatisfecha hacia la pulsión patológica de la cirugía y los tratamientos estéticos. A mi juicio, este fenómeno, propio de las sociedades que progresan en lo económico, es un doble indicador. Por un lado, informa de los niveles de renta alcanzados, sin los que satisfacer esa demanda no sería posible, por otro, es un indicador de la insatisfacción profunda que acompaña ciertos modos de vida en las sociedades complejas del siglo XXI.

Curiosamente, ese culto al cuerpo, no al propio, sino al ideal que se nos impone de modo compulsivo, casi nunca alcanzable, nos acerca en plena explosión tecnológica al mundo antiguo, cuando los atletas atenienses buscaban la perfección física, los escultores deseaban reproducirla y la belleza de la mujer se representaba por medio de imágenes escultóricas a las que se ofrecía culto en templos magníficos.

No estoy en contra de que cada uno busque la felicidad como le plazca. Solo trato de señalar la alternativa de que uno alcance el acuerdo con el cuerpo propio, en lugar de perseguir el modelo ajeno de modo compulsivo.

Las arrugas son medallas al mérito de haber vivido. Yo, al menos, las veo así.

Lohengrin. 12-02-08.

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