viernes, 3 de octubre de 2008

LA COMUNIDAD

Las empresas de cierta entidad suelen dotarse de equipos directivos competentes, eligen con cuidado los mercados, las actividades y las inversiones que van a realizar para alcanzar sus objetivos, generalmente, ofrecer el máximo rendimiento a sus accionistas y uno no se imagina al presidente del consejo echando la culpa al camarero de la cafetería de sus propios errores estratégicos. Los accionistas no son tontos y una maniobra tan simple, no colaría.

Las comunidades políticas con un ámbito territorial determinado tambien se dotan de equipos directivos, pero estos los designan los partidos, con el aval previo de los electores. La elección cuidadosa de sus actividades e inversiones no es menos importante que en el caso de las empresas, si bien su objetivo declarado es lograr el máximo bienestar de los ciudadanos. Tambien en este caso se pueden cometer errores estratégicos y, aunque se le eche la culpa al camarero, los electores, antes o después, tendran que valorar y, en su caso, sancionar, las conductas erróneas.

En particular, la comunidad a la que acostumbro a llamar Heliópolis, tiene varias copas en su palmarés, la paella, las fallas, la arquitectura vanguardista y muchas casas sin vender, pero, en este momento, lidera el campeonato nacional del desempleo, y los ciudadanos, tenemos todo el derecho a preguntarnos si la apuesta por el ladrillo y los servicios en detrimento de otras actividades, sectores e inversiones, y las consecuencias que ahora se derivan de esa elección, son un error estratégico de la dirección, o todos los males de la comunidad se derivan de que el camarero de la cafetería y el gobierno central no nos quieren.

Solo se equivoca quien decide. Equivocarse está en la propia naturaleza de las cosas. Cuando se toman muchas decisiones, es normal que algunas de ellas resulten erróneas. No se puede exigir a nadie, ni siquiera a un político, que acierte siempre. En el mundo empresarial, a veces se lanza un producto que no funciona. Normalmente, se dan por perdidas esas inversiones y se lanza un nuevo proyecto aprendiendo de las experiencias que ha proporcionado ese fracaso.

Pero no es aceptable la resistencia de los políticos a reconocer su responsabilidad en los errores cometidos. No es admisible que busquen un chivo expiatorio para librarse de su propia responsabilidad, y mucho menos que agiten las conciencias de sus electores para dirigir su reproche a los adversarios políticos. Ningún consejo de administración permitiría una conducta semejante al responsable de una gestión susceptible de censura y rectificación.

Decir ahora que si el gobierno central aportara los recursos que debe a la comunidad no tendríamos deuda, aún teniendo una parte de verdad, pone el énfasis en el chivo expiatorio y sobre todo, da a entender, de un modo falaz, que quien lo dice no es responsable de la deuda que el mismo ha contraído, y eso, ese modo tan fácil de sacudirse la propia responsabilidad, no es propio de un gestor responsable.

Si un gestor, político o empresarial, muestra de un modo tan evidente su falta de responsabilidad, en la empresa, se le echa, y en la política, no se le reelige. Pero, el universo político es tan surrealista a veces, está tan alejado de la racionalidad que se le supone al mundo de la empresa, --descontado el surrealismo de la crisis financiera que ahora se extiende por los mercados-- que podría suceder que todas las falacias, embustes y elucubraciones con las que la clase política que gobierna Heliópolis echa balones fuera, consiguieran el efecto que persiguen, librarse de toda responsabilidad propia por sus actos políticos continuados, y conseguir que la opinión vire en busca de un culpable en el exterior. Esa, y no otra, es la misión que tiene Ricardo Costa cada vez que pone un titular en circulación.

Que lo consigan, o no, depende en buena parte del sentido crítico de los destinatarios de esos mensajes falaces y manipuladores. Que Santa Margarita, la de la llaga abierta, nos pille confesados.

Lohengrin. 3-10-08.

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