jueves, 2 de octubre de 2008

¿PORQUÉ NOS ODIAN?

A Ricardo Costa, imagen y voz de los populares en Heliópolis, le crece la nariz cada vez que pone en circulación un titular, porque desprecia la metáfora y solo usa de la mentira y el insulto. El titular de hoy en “Levante” le atribuye la siguiente frase: “Zapatero odia a la Comunidad Valenciana”. Es curioso que, en tiempos de Aznar, la oposición le atribuyera ese mismo odio cuando negaba a los agricultores de aquí ayudas públicas. En ambos casos, se trata de una explotación política del victimismo, un recurso políticamente rentable, pariente de la demagogia.

Si el odio es una pasión estrictamente personal, una forma de antipatía y aversión hacia alguna persona cuyo mal se desea, y a veces un derivado del amor extinto, cuesta creer que alguien pueda alimentar ese resquemor hacia algo tan abstracto, tan impersonal como es una institución política, mas aún tratándose de un ente autonómico con un nombre tan neutro, tan descafeínado y desprovisto de connotaciones nacionalistas, al parecer inventado por un notario de derechas, ¿hay notarios de izquierdas?, allá por la transición, quien se quedó sorprendido al ver que se le daba rango institucional, porque a el mismo, le parecía una tontería.

Hay que considerar que, debajo de los nombres, se cobijan personas, y esas si somos capaces de filias y fobias. Leí, hace tiempo, un artículo de Julio Llamazares que inspiró mi página “Desiertos y Campanas”sobre el conflicto, siempre latente, entre los lugares despoblados del interior y las periferias superpobladas, porque su distinto peso económico y poblacional puede generar agravios, supuestos o reales, en el difícil equilibrio que no siempre se alcanza en la distribución de los recursos públicos.

Los lugares periféricos en España, en especial las costas mediterráneas, siempre han sido sitios de paso y estadía de las civilizaciones mas antiguas, y tal vez esa preferencia por las costas de los forasteros ha alimentado el mito de que son lugares de prosperidad, buen clima, propicios para el establecimiento de la Arcadia feliz a la que todos aspiramos.

La base económica y material de ese mito, tal vez sea la densidad de población de esos lugares que actúa, efectivamente, como un motor económico, mientras que la despoblación de ciertos lugares del interior, propiciada por la política franquista que favoreció los polos de desarrollo económico, acentuando el desequilibrio poblacional y territorial entre el interior y la periferia, al mismo tiempo que convertía Madrid en una especie de Leviatán que devoraba todos los recursos, fueran centrales o periféricos, condenó a no pocos lugares al estancamiento, cuando no a la decadencia, y son esos desequilibrios históricos, en la medida en que todavía subsisten, los que se usan como arma arrojadiza por políticos poco cuidadosos, que no reparan en medios para arrimar el ascua a su sardina.

Esa actitud de sentirse agraviado no es exclusiva de la derecha. Pones el segundo canal de la televisión catalana y te encuentras a contertulios que, cualesquiera que sean sus simpatías políticas, todos se lamentan de que los presupuestos traten de remendar en parte esos desequilibrios históricos, a costa, dicen ellos, del bolsillo de los catalanes. Victimismo.

Aquí en Heliópolis, tenemos nuestros propias argucias para generar recursos. Una de ellas es abrir las costas a los anglos para que nos invadan pacíficamante y nos compren casas. Cuando el bolsillo de los ingleses, castigado por la crisis, hace bajar ese renglón de los ingresos, siempre nos queda esa fiesta mundialmente famosa, las fallas, que no es solo una festividad, como podría parecer, sino una operación de intervención política en el libre mercado, mas modesta que la de Bush, pero que, en menor escala, busca los mismos efectos.

La Junta Central Fallera, que es una extensión del poder municipal, interviene para conseguir el objetivo de que, todas las primaveras, recibamos un millón de visitantes. Después, la iniciativa privada, triplica el precio del bocata de calamares durante los días festivos, y el resultado es una inyección en la economía del sector servicios, impensable en otros lugares, en esas fechas.

Si tenemos las fallas, un clima, de momento, muy asoleado, hemos inventado la paella, y últimamente somos la sede de la vanguardia arquitectónica del mundo mundial, puedo entender que algunos oriundos del centro despoblado, como Aznar o Zapatero, sientan una cierta envidia sana? de lo nuestro, pero de eso a lanzar en titulares el odio a la Comunidad Valenciana, me parece una manifestación excesiva que, por cierto, parece inducida por el deseo de engendrar odio, y eso, Ricardo, no está bien.

Lohengrin. 2-10-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios