jueves, 16 de octubre de 2008

MILLÁS

Hace tiempo que no compro libros. El último lo adquirí en la pasada feria del libro. “Cocina para vagos” que, entre otras recetas simples, lleva la del bocata de atún. Debe ser porque la simplificación de la existencia es consustancial a la edad tardía.

Los libros que aún conservo en las estanterías, los estoy reduciendo, poco a poco. No los quemo en la chimenea, como dicen que hacía Vázquez Montalban, porque solo dispongo de ese crematorio literario en el refugio de la sierra, y ahora voy poco por allí porque los días son mas cortos.

Mis anticuados libros de texto fueron a parar, en paquetes sucesivos, al contenedor de papel. De la disminución de los ejemplares literarios se encarga una vecina quien, de vez en cuando, me pide uno en préstamo y no lo devuelve.

Muy de tarde en tarde, saco algún libro de las bibliotecas municipales, así he conocido a Eça de Queirós, un diplomático y escritor portugués que hace cien años escribía como un contemporáneo de ahora mismo, y hacía gala de una afilada retranca y sentido crítico, y pude leer Los Girasoles Ciegos antes de que se armara el revuelo mediático de la película, pero nunca me pierdo los artículos de Juanjo Millás en periódicos de ámbito nacional o local y en magazines, porque me gusta el estilo surrealista que muestra en ocasiones, tal vez cuando no ha dormido bien.

La elección de Millás para el Premio Nacional de Narrativa, prestigia el premio, porque el premiado ya gozaba de un reconocimiento extendido. Cuando publicó ”El Mundo”, su autobiografía novelada, como el mismo la llama, en mi página Autobiografías matizaba que me habría gustado que la comenzara relatando su vida intrauterina, porque tengo la absurda idea de que todas deberían comenzar así, y lamentaba que nos hubiera privado de esa parte de su vida novelada.

No es que yo crea en el destino, en el sentido fatalista que acompaña ese concepto, pero si intuyo que la individual mezcla de cromosomas, genes y proteínas que están presentes en nosotros antes de que asomemos a la luz, contiene ya los hilos de la trama que vamos a ir tejiendo después en nuestra relación con la realidad, por lo que cualquier autobiografía que se precie, no debería prescindir de un capítulo tan determinante en nuestras vidas.

Sería apasionante dar forma literaria a esos procesos químicos intrauterinos, ese relato de azar y misterio, en el que unos personajes se van superponiendo a otros en un largo forcejeo al final del cual quedan fijadas nuestras habilidades y limitaciones, luego modificadas con el aprendizaje, pero que, muy probablemente, son la base necesaria para que, andando el tiempo, nos den un premio literario, o un diploma que certifica nuestras habilidades en la albañilería.

Si esto es así, si ciertos profesionales nacen, además de hacerse, con habilidades específicas en determinados campos, mas que en otros, cobra gran interés que, cuando nos cuenten sus vidas, no omitan los avatares y los detalles reconstruidos de la parte mas importante de su formación como individuos, aquella en la que transcurren los fenómenos intrauterinos que van a determinar, en buena medida, sus habilidades futuras.

Comprendo la dificultad del asunto, pero para los escritores con el talento de Millás no hubiera resultado imposible. Bastaría con mirarse en el espejo, contemplar lo que es uno hoy, y recrear esa imagen trasladándola al periodo fetal, porque lo que somos hoy, ahora, ya estaba contenido en ese fardo de cromosomas, genes y proteinas con el que accedemos a la vida, el libro de instrucciones.

No me quiero poner pesado con esto. Cada libro es, antes que nada, de quien lo escribe, y si Millás no ha considerado oportuno comenzarlo en el punto cero de su existencia, sino unos años después, el sabrá porqué. Si su enfoque de la autobiografía novelada ha prestigiado el Premio Nacional de Narrativa, eso es un signo de lo acertado del enfoque y la calidad de su trabajo literario, y no voy a ser yo quien le ponga pegas, sobre todo porque es uno de los escritores con los que mejor sintonizo.

Si alguna vez escribo mi autobiografía, cosa mas que dudosa, pienso contarla desde el principio, desde que miraba, agazapado tras el vientre de mi madre, a las tías buenas que pasaban por allí. También relataré mi incipiente miedo a la oscuridad que se gestó cuando estaba en ese habitáculo. Y como, cuando mis oídos comenzaron a ser sensibles a los estímulos exteriores, mi precoz afición por los relatos era satisfecha por las historias futuristas que se narraban entonces por la radio.

Esas tres experiencias intrauterinas, las mujeres, el miedo y la narrativa, podría decirse que han sido los ejes determinantes de mi vida adulta. Ha habido muchas mas cosas, claro está, pero intuyo que todas ellas se han derivado de esos tres determinantes básicos, que ya estaban presentes antes de que me empujaran fuera, a la luz.

Pero hablamos de Millás. Una de sus características, a mi juicio, es que no se parece a nadie. En otros escritores puedes rastrear influencias ajenas, pero la única influencia que se aprecia en Millás, es el propio Millás, aparte de Kafka. En estos tiempos en que la copia y el plagio, piratas o no, están en lo cotidiano, este escritor nos ofrece la rareza de su singularidad, accesible a todos sus lectores, pero inalcanzable para cualquier escritor que no sea el mismo. Tiene un mundo narrativo propio. Quizás por eso, han decidido que prestigie el premio que le han dado.

Lohengrin. 16-10-08.

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