martes, 10 de agosto de 2010

INFIERNO

Ahora que el muy inefable Camps ha ido a ganarse el cielo públicamente a Santiago, apetece escribir del infierno. Un viejo papel recuperado del año 2.006 me permite hacerlo, aplicando ligeros retoques.

"Nos hemos acostumbrado tanto a saber de los infiernos y sus jerarcas a través de las obras de ficción, que hemos llegado a concluir que no existen. Las mas antiguas y monumentales obras de ficción que tratan sobre el asunto proceden de las religiones inventadas por las grandes culturas, que nos han dejado material escrito, iconográfico y escultórico tan variado y abundante que, sumado, constituye el mas grande best seller universal.

Bramha y Visnú, el confucionismo, el budismo, el tao, el Islam y sus sectas derivadas de desavenencias familiares, el cristianismo y sus peleas entre reyes y Papas, de las que han derivado en la modernidad crípticas sociedades secretas, los fundamentalismos puritanos anglo sajones, y un sinfin de compañías, niños y testigos. Los ortodoxos, que han hecho de los iconos un género artístico. Un sincretismo religioso de lo mas naíf, la santería, que es un amontonamiento pragmático de los viejos ídolos paganos y los santos impuestos a sangre y fuego por los conquistadores, y el vudú, quizás la manifestación que mejor ilustra el lado oscuro de la magia, la brujería y las religiones. Esas formas de ficción, cada una con su imaginería infernal, tienen un parentesco mas que formal, aunque como no soy historiador de las religiones, lo dejo en un mero apunte.

La cultura literaria desarrollada con ese telón de fondo se ha ocupado de los infiernos y sus jerarcas, casi desde su fundación. Fausto ha dado mucho de sí, en versiones literarias, operísticas, y como fuente inspiradora de numerosos relatos posteriores, de películas y puestas en escena teatrales.

El retrato de Dorian Gray, de Wilde, y el libro de Bulgákov, El Maestro y Margarita, se sirven de ese mito cuyo núcleo es la transacción entre mortales y demonios. La mas universalmente famosa obra infernalista, La Divina Comedia, si hubiera sido escrita en época contemporánea, probablemente habría corregido la expresión, que parece un error topográfico, del descenso a los infiernos.

Esta mañana, nada mas levantarme, he cerrado los ojos y he visualizado un paisaje visible a duras penas bajo una luz oscura y rojiza, un lugar de cavidades laberínticas y gargantes estrechas, grandes grutas con paredes llenas de líquenes colgantes y otras protuberancias, superficies curvas resbaladizas, por las que se deslizan pequeños caudales de flujos, todo ello formando una unidad claramente reconocible. El infierno.

Tantos años pensando que el infierno era un asunto de ficción, solo una metáfora del mal, de lo oscuro, y ahora resulta que lo veo con mis propios ojos. Solo que no está fuera, ni hay que descender para verlo, lo llevamos en nuestras propias tripas. Está en nosotros mismos, aunque, habitualmente, no lo vemos.

Tal vez, de no estar obnubilado por un trancazo gripal, con los músculos doloridos,
la cabeza jaquecosa, la garganta infectada, la lengua llagada y las piernas que no me sostienen, no habría tenido una visión tan fiel de ese lugar de ficción, el infierno, al que no es necesario descender, porque habita en nuestras tripas.

Para verlo, hace falta una cierta tendencia a la hipocondría, lo que solo les sucede a una parte de los mortales. No hay mal que por bien no venga."

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 10-08-10.

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