domingo, 22 de agosto de 2010

PLACERES

Hay personas que solo encuentran placer en la posesión y dedican su vida a poseer la mayor cantidad y calidad de cosas y personas, para satisfacer esa pulsión placentera. Otras en cambio se sienten cada vez mejor con la desposesión, que es la fuente de sus placeres subjetivos. Este aparente misterio se resuelve atendiendo a la diversidad, que la neurociencia y la investigación genética relacionan con la unicidad del individuo humano.

Conviene matizar que la desposesión difiere de la indigencia. Hay mucha gente que nunca sentirá el placer de la desposesión porque nada posee, nunca ha poseido nada y, probablemente, nunca disfrutará de las mínimas posesiones que requiere una vida digna, pero, como diría Jordi Pujol, el mayor experto en oportunismo político del que se tiene noticia, hoy no toca hablar de eso.

Hablemos, pues, del placer de la desposesión, pero centremos el discurso dejando de lado la desposesión monacal, espiritual o mística, para indagar en esa mas mundana, la del placer de prescindir de objetos, medios de transporte, incluso viviendas, que cuando los adquirimos parecían una promesa de mayor felicidad, y con el tiempo se han convertido en tiranos inanimados que nos esclavizan.

Por ejemplo, esa casa de campo que compró usted hace mas de quince años. Cuatrocientos metros cuadrados de vivienda rural que compró para recibir a los amigos y de la que estaba orgulloso. Ahora, pasa los fines de semana en interminables tareas de conservación, de restauración del aspecto que tuvo cuando la compró, y sus jornadas de descanso se han convertido en exigentes y extenuantes labores de obra, pintura y remodelación, sin que vuelva a tener la sensación de disfrutar del placer de no hacer nada.

Haga usted lo que prefiera. Yo, la vendería. En estos casos, el placer de la desposesión supera y sana el sufrimiento de su conservación.

En el desván de esa casa, tal vez conserva usted una cantidad indeterminada de objetos que en su momento le parecieron dignos de ser conservados. Lienzos despojados de sus marcos y enrollados. Lámparas de bronce con filigranas artesanales. Tallas de madera elaboradas por falsas manos africanas. Macetones que quedaron sin lugar cuando rediseñó el jardín. Muebles comprados en cualquier rastro, ahora en desuso. Sacos conteniendo yesos que se han estropeado. Cable eléctrico para una instalación que nunca finalizó. Si no puede vender la casa --ahora es difícil--
deshágase al menos de esas posesiones inútiles. Llévelas al ecopark mas cercano y disfrute del placer de la desposesión.

¿Tiene coche? ¿Ha pensado en deshacerse de el? (Esto no es un anuncio de una web dedicada a la compra venta de autos usados). Reflexione sobre el balance de molestias y utilidades que le proporciona la posesión de un vehículo privado. En este caso, es esencial la situación socio laboral del usuario. Si está en plena vida activa, es difícil que le interese esta sugerencia, pero si está jubilado, puede perfectamente plantearse, puesto que ya no tiene la obligación cotidiana de acudir al puesto de trabajo, el placer de la desposesión de otro objeto inútil, o poco util.

En este caso, se trata de desposeerse del objeto, sin merma de la satisfacción de la función que cumple. La existencia de transporte público, redes ferroviarias interurbanas, o incluso, llegado el caso, los taxis, o los coches de alquiler, son un buen sustituto de sus utilidades, sin ninguna de sus molestias, llevarlo a la ITV, estar cada dos por tres en el taller, pagar el impuesto de circulación, el seguro. Prescindir del coche privado es, sin duda, uno de los placeres de la desposesión mas fáciles y rentables a nuestro alcance.

Prescindir de la casa es mas complicado, uno necesita un lugar donde vivir, pero según donde se viva, también puede ser interesante. Si, por ejemplo, usted vive en un palacio del siglo XVII ocupado por su familia durante generaciones, ahora lleno de goteras y cuya restauración no está a su alcance, véndalo y vaya a vivir a un hotel. Puede parecer algo excéntrico, en estos tiempos, vivir permanentemente en un hotel, pero muchos personajes famosos lo hicieron en otro tiempo, porque esa desposesión, la de no tener casa propia, les proporcionaba unas comodidades a las que no estaban dispuestos a renunciar.

Despojado de casa, coche, y objetos inútiles, usted, si es el caso, estará en condiciones de entender plenamente de lo que hablo cuando asocio la desposesión con el placer.

He escrito el borrador de esta entrada en mis propias neuronas, siempre lo hago, antes de volcarlo en el teclado. Después he ido a darme un chapuzón en la playa, usando el transporte público. Flotar en medio del mar solo con una escueta prenda de baño, me ha producido una sensación placentera de desposesión, como si estuviera flotando en el caldo salino del útero materno.

Al salir del mar, he mirado a la izquierda, he mirado a la derecha y he visto una multitud de unas quince mil personas que abarrotaban la playa. Mi pensamiento se ha centrado en la idea de que no podemos, tal vez no debemos, desposeernos del todo, porque somos parte de esas multitudes.

El ser individual y el ser social. Relaciones y conflictos. Aquí hay materia para una tésis, pero, hoy, no toca.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 22-08-10.

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