miércoles, 25 de agosto de 2010

LA MUERTE ES RUBIA

"Marlow caminaba junto a la acera de la estrecha calleja y sus zapatos de charol se salpicaban con las diminutas gotas que resbalaban sobre la bruñida piel, procedentes del vapor que salía de las alcantarillas recalentadas aún por el sol que acababa de ponerse. Las calles estaban mojadas y su asfalto devolvía los reflejos irisados de los neones que anunciaban los nombres de los sórdidos bares de aquel barrio dudoso. Esas luces reflejadas eran la única fuente luminosa, en ausencia de alumbrado público, del paisaje nocturno de luna nueva en aquel jueves de septiembre.

--Corten! --gritó el ayudante de dirección. --La iluminación es una mierda. --No se ve un pijo. --Si yo no veo ni torta desde aquí, ya me dirás lo que van a ver los espectadores desde su butaca.

Dirigéndose directamente al jefe de iluminadores,que se acercaba con cara de ofendido, el colérico ayudante de dirección le increpó,

--He pedido un cielo de noche americana, y tu me has puesto una oscuridad lóbrega como la de esa mierda de película de terror de serie B que acabas de terminar. No se porque cojones se ha empeñado el productor en contratarte. Bueno, si lo se, debe ser porque se folla a tu mujer.

Uno de los iluminadores sujetó a tiempo a su jefe, que ya lanzaba su puño contra la boca del ayudante de dirección.

Calmados los ánimos, el ayudante de dirección se dirigió en tono frío, controlado, al jefe de iluminación. --Hagamos un trato. Tienes una hora para hacer lo que te pido, por segunda vez, y esta tiene que ser la buena. ¿De acuerdo?

Por el megáfono, la script comunicó a los actores y al equipo de rodaje --Una hora. Paramos una hora.

Bogart se dirigió a su rulot. Las piernas no le sostenían y una debilidad mórbida se manifestaba en su enjuto cuerpo, en forma de diminutas agujas que se clavaban en sus doloridos músculos. El espejo del camerino, iluminado por un tubo fluorescente, le devolvió su tez amarillenta que parecía informar de modo elocuente que había pillado algún tipo de septicemia con aquella jeringuilla que le pasó la rubia con la que estuvo el domingo por la noche. --Una hora, solo te queda una hora-- parecía decir el espejo, mientras el malestar del actor crecía por momentos, una sensación
nauseabunda le alcanzaba la garganta, subiendo desde el epigastrio, y su visión comenzaba a verse alterada por pequeñas nubes que le ensombrecían las pupilas.

Cuatro noches antes, Bogart caminaba junto a la acera de la estrecha calleja y sus zapatos de charol se salpicaban con las diminutas gotas que resbalaban sobre la bruñida piel, precedentes del vapor que salía de las alcantarillas recalentadas aún por el sol que acababa de ponerse. Las calles estaban mojadas y su asfalto devolvía los reflejos irisados de los neones que anunciaban los nombres de los sórdidos bares de aquel barrio dudoso, única fuente luminosa, en ausencia de alumbrado público, del paisaje nocturno de luna menguante en aquel domingo de septiembre.

Desde la puerta entreabierta de uno de aquellos bares. una mano de mujer agarró a Bogart por el antebrazo y lo arrastró hasta el interior del local.

En la máquina de discos sonaba una voz cazallera y gangosa que cantaba, en castellano, Luna de Manhattan. La mujer que había forzado de un tirón a Bogart para que entrara en el local tenía el cabello rubio, ondulado, su estatura rebasaba dos palmos la del actor, y su rostro era de una palidez cerúlea, con los labios como un tiro rojo disparado a bocajarro en su máscara trágica.

En la rulot, Bogart evocaba su encuentro fugaz con aquella mujer rubia, mientras la fiebre, que le había molestado levemente por la mañana, le ardía en las sienes, después de provocarle intensos escalofríos que le dejaban helado. Su ritmo cardíaco se volvía errático. Cerró los ojos, tratando de relajarse. Estaba seguro de que los síntomas agudos de enfermedad que le dejaban cada vez mas debilitado, estaban relacionados con aquel encuentro.

El largo beso de tornillo con el que le recibió la rubia lo dejó sin aliento, pero cuando sus gruesos labios se cerraban pudo ver un hilo violáceo en las encías sangrantes y notó que algo imperceptible se deslizaba en su garganta. Aunque habían compartido la jeringuilla, Bogart percibía que el mal que le aquejaba, sea el que fuere, tenía su origen en aquel beso devorador que había dejado sin aire sus pulmones
y había introducido algo aéreo, un hálito casi inmaterial, en su interior.

Las molestias de la mañana habían sido tan leves que no juzgó necesario solicitar ayuda médica. Ahora,se aceleraban de tal modo los síntomas, que cayó en un fatalismo nihilista, convencido de que era demasiado tarde para que nadie pudiera hacer nada por el. Un espasmo violento le sacudió todo el cuerpo. Después, su ritmo cardíaco
se fue apagando, apagando.

En el plató, el ayudante de dirección, una vez resueltos a su satisfacción los problemas de iluminación que habían detenido el rodaje, dijo a la script,

--Llama a Bogart. Dile que empezamos en cinco minutos.

--Señor. Bogart no contesta. Le llamo, pero no contesta.

--Lo que faltaba, vaya día que llevo. No solo tengo un iluminador torpe, sino un actor hipocondríaco. Que se le va a hacer. Así es el cine. "

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 25-08-10.

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