La Encuesta de población activa,los registros del Inem y los estudios de instituciones finncieras o universitarias, suelen ofrecer exhaustivas radiografías sobre las cifras y las tendencias del desempleo, el principal barómetro de la crisis, cuántos desempleados hay, como crece o decrece ese número, cual es la composición de los sectores de donde proceden esos millones de personas, cual es su distribución geográfica, cuales son sus edades, quienes perciben, o no, algún tipo de prestación, de modo que es mucha la información de la que se dispone del universo estadístico de los desempleados, pero, ¿que sabemos de los empleadores, las empresas, aparte de su censo, cuantas nacen y mueren? Me parece que sabemos mucho menos, aunque, cada uno de nosotros, desde su experiencia, puede aportar su visión personal.
Comencé a trabajar, antes de cumplir los trece años, en un despacho profesional hasta que, cumplidos los veinte, mi curiosidad por el mundo de las empresas --yo percibía que un despacho de servicios a empresas no era exactamente una empresa--
me llevó a una empresa dedicada a instalaciones industriales. El ingeniero industrial que la dirigía ganó un buen dinero reconvirtiendo los hornos de leña de las fábricas azulejeras en hornos de gas, hasta que una de aquellas instalaciones reventó llevándose por delante algunos trabajadores.
Después de un breve paso por otra empresa creada por el mismo empresario, que pronto
cesó por suspensión de pagos, quedé en situación de desempleo. Un mes mas tarde estaba trabajando en una bodega exportadora que, años mas tarde, en virtud de una fusión se convirtió en la primera empresa exportadora de su sector. Aproveché la primera etapa de esa experiencia, bastante tranquila, antes de la fusión, para licenciarme en Economía, lo que me permitió cuando la dejé, a los cuarenta y siete años, acceder a un puesto en el staff de un grupo industrial de Alcobendas, que participaba una empresa de electrónica industrial aquí, en Heliópolis, donde ejercí de director financiero.
Llegado a este punto de mi vida laboral, ya estaba capacitado para comprender las peculiares relaciones que se establecen entre trabajador y empleador, según cual sea la filosofía de la empresa.
Mientras, en esa misma época, los noventa, Amancio Ortega seguía la filosofía de que cuanto mayor fuera el número de empleados que tuviera en su nómina, cuanto mayor fuera el número de nuevas tiendas abiertas, mayores serían sus beneficios --ahora es la primera fortuna del país-- los consejos de dirección del grupo industrial donde yo trabajaba, recientemente adquirido por Dragados, se centraban en los informes del responsable de relaciones laborales, cuya eficacia se medía por los millones de euros que había ahorrado al grupo en forma de despidos.
Son dos filosofías, una crea empleo, la otra lo destruye. La una reconoce en el trabajador una fuente de beneficios, por medio del aumento de las ventas, la otra una fuente casi inagotable de reducción del gasto. A la vista está que la que prevalece desde hace tres años, es la segunda.
No voy a insistir con mi experiencia laboral en diversas empresas, que conocí cuando terminó mi contrato con el grupo industrial, solo daré una pincelada para ilustrar, un poco mas, la naturaleza de ciertas empresas, de los empleadores. Unos eran unos tiburones inmobiliarios que se movían cómodos cerca del límite de la legalidad, trnasgrediéndolo con frecuencia. Otros unos industriales de joyería que casi acaban a tiros entre ellos, y en la última empresa en la que trabajé, una industria del sector del mármol, el gerente se dedicaba a invertir en especulación inmobiliaria,
desentendiéndose de recapitalizar la empresa.
Me niego a pensar que yo sea una especie de gafe, o que tenga una visión negativa del mundo empresarial, mas bien sospecho que mi dilatada vida laboral de medio siglo en el mundo de las empresas, es una experiencia representativa de la composición de ese mundo en la vida real.
Cuando escucho lo que sale por la boca de Díaz Ferrán, enseguida identifico a que clase empresarial pertenece. No a la de los creadores de empleo, sino a los destructivos, negativos, explotadores sin ideas incapaces de cualquier proyecto que, en lugar de competir en el mercado, se quedan a la sombra de los contratos con el Estado, a ver lo que cae, y cuyo único talento es, como el del responsable de relaciones laborales del grupo de Dragados, aumentar la cuenta de resultados por medio de la destrucción de empleo. Y esto no tiene nada que ver con la crisis. Como decía ayer un personaje de la película Un franco, catorce pesetas, España es un país en crisis permanente.
Quiere esto decir que, con crisis o sin ella, hay empresarios que apuestan por la creación, el crecimiento, y otros que, como no tienen ideas, optan por cimentar los resultados en la cuenta de gastos de personal. No necesitamos ningún estudio, ninguna encuesta, para saber que categoría de empresarios predomina ahora mismo entre los empleadores.
No vendría mal, sin embargo, que se hiciera una radiografía al mundo empresarial, con la misma precisión, el mismo detenimiento, la misma profundidad, que se aplica a conocer al detalle el mundo del desempleo. Tal vez nos llevemos alguna sorpresa al
examinar en profundidad sus verdaderas causas, lo que nos permitiría desmontar el tópico de la crisis, como único elemento que las explica. De paso, con esta ayuda, tal vez las políticas de los gobiernos se podrían orientar mejor hacia la creación de empleo.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 01-08-10.
No hay comentarios:
Publicar un comentario