jueves, 23 de diciembre de 2010

BARBOZA (6)

"En la página anterior (8-02-10) habíamos dejado a Barboza en el bar del Hotel British, cerca de La Valetta, tomando un daiquiri con el inspector Gosálvez, que había venido desde Lisboa, acompañado de Manuela, la cantante de fados, con la intención de usarla como elemento de persuasión para que Barboza aceptara lo que iba a proponerle.

--Usted sabe, Barboza, que podría detenerlo ahora mismo y se pasaría quince años en una celda húmeda de la cárcel de Lisboa. Ese asunto tan feo de la lotería clandestina, cuyo sumario aún está vivo, no se ha cerrado, aunque usted se haya tomado unas largas vacaciones aquí en Malta, pero el brazo de la justicia es largo y no puede usted eludir eternamente su pasado.

--Entonces, ¿porque no me detiene?

--He venido a hacerle una proposición que, si la acepta, cancelará sus cuentas con la justicia.

--Y, ¿A que debo semejante honor?

--Debe agradecerlo a Manuela, que ha intercedido en su favor, hasta la fatiga.

--¿De que se trata?

--Es muy sencillo. Usted se incorpora al Grupo Especial de Asesinatos Selectivos
en Afganistán, y nosotros nos olvidamos del papeleo que le tiene aquí exiliado. Cumple su misión y luego puede ir adonde quiera.

--¿Que tiene que ver la policía portuguesa con Afganistan?

--Es un favor que le hacemos a nuestros colegas de la CIA. Andan reclutando voluntarios por varios presidios europeos.

--Y, ¿A quien hay que cargarse?

--No tengo ni idea. Usted vuela hasta Kabul, y allí le dirán. Lo mismo podría ser un jefe talibán, que Karzai, del que están hasta los huevos, pero tiene que decidirse, ya.

Barboza quedó en silencio. Le repugnaba lo que le habían propuesto. El no era un asesino, solo se había entrampado por Manuela, por las dos semanas que pasó con ella gracias al desfalco de la lotería clandestina. Necesitaba algo de tiempo para salir de esa situación comprometida.

--Acepto. Pero quiero dos días a solas con Manuela, aquí en el hotel, antes de marcharme. Usted desaparece de aquí y vuelve dentro de dos días a por mi. Le prometo que no haré ningún intento de fuga.

--No es necesario. Le tengo vigilado. No llegaría ni hasta el muelle. (era un farol) Conforme. Dentro de dos días vendré a por usted. Ah, y feliz luna de miel.

Gosálvez salió del hotel y, moviendo el cuerpo con un rítmico vaivén característico de su acusada cojera, desapareció entre la bruma que entraba con su textura algodonosa desde el cercano muelle.

Barboza estuvo dos días con Manuela, sin salir de la habitación, jugando a las damas, porque el certero disparo que recibió en la guerra de Angola, cuando aún era joven, había liquidado su hombría, y el sexo oral lo abandonó para siempre un día que se tragó una ladilla.

Su amor por Manuela, sin embargo, se había fortalecido con la ausencia y su sola presencia le bastaba para sentirse feliz. En sus años de exilio obligado en Malta nunca había disfrutado de unas horas de felicidad como las que le había regalado Manuela con su regreso. Pero Gosálvez llegaría de un momento a otro, y debía pensar como salir de su encerrona.

Faltaba una hora para que Gosálvez apareciera. Bajó solo al comedor del hotel y, mientras tomaba un café, y pensaba en como librarse de aquel tipo, detuvo su mirada en el expositor de la fruta. Piñas tropicales, mangos, papayas, chirimollas, kiwis, plátanos. Tomó un plátano, lo peló, se lo comió y se guardó la piel en el bolsillo de la raída chaqueta. Lo hizo de un modo mecánico, sin saber exactamente para que lo hacía.

Cuando Gosálvez pisó el umbral de la habitación, para llevarse a Barboza, pisó también la piel de plátano que Barboza había puesto allí. El resbalón, y la acusada cojera de Gosálvez que le impidió recobrar el equilibrio, hicieron que cayera y se rompiera la crisma.

Esa madrugada, cuando las cocinas del hotel estuvieron desiertas, Barboza, ayudado por Manuela, metió en el frigorífico el cuerpo de Gosálvez.

Unos días mas tarde, mientras Barboza y Manuela seguían disfrutando de su prolongada luna de miel jugando a las damas, el chef del Hotel British sacó del frigorífico sin detenerse a mirarlo demasiado, un bloque helado, lo serró en trozos, lo metió en la picadora y el bufet del hotel tuvo durante quince días en su carta porciones individuales de lasaña que los huéspedes tomaban con mucho apetito.

Barboza comprendió que sus jefes de Lisboa echarían de menos a Gosálvez, que, antes o después, mandarían otro inspector a buscarle, pero miró el montón de fruta en los expositores del comedor, y se sintió confortado al ver que ningún día faltaban los plátanos."

(...)

Continuará (no se cuando)

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 23-12-10.

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