jueves, 9 de diciembre de 2010

MAX FRISCH

Hace tiempo que no leo novelas, me dedico solo a la ficción de los periódicos, pero ayer por la tarde mi mano se posó sobre el lomo de un libro encuadernado en tapa dura
de la colección Clásicos del siglo XX, sin que mediara una voluntad expresa por mi parte de elegir un título determinado.

Debió ser la blancura nívea de la fila de libros acomodados en la estantería lo que llamó mi atención y, por puro azar, me encontré con las páginas abiertas del libro de Max Frisch entre las manos, un autor suízo, creo, del que no sabía nada, al menos, no recordaba haberlo leído. Homo Faber. Un título que evoca otra expresión, Homo Sapiens, de lo mas desafortunada, pues alguien que se reconoce como sabio está destinado a no aprender nada.

(...) En las veinte primeras páginas hubo dos cosas que me llamaron poderosamente la atención. El relato está escrito en primera persona, con un estilo narrativo muy actual, aunque me pareció entrever rastros de la escritura experimental que cultivaron Joyce y sus epígonos, pero algunos de los elementos que aparecen en el relato son tan antiguos, hace tanto que han desaparecido del horizonte tecnológico, que tuve la sensación de estar leyendo una novela situada en una época enormemente lejana en el tiempo, aunque la acción se sitúa en los años cincuenta del pasado siglo.

Faber, el personaje central, tal vez un trasunto del propio autor, es un ingeniero al servico de la Unesco, empleado en tareas de ayuda al desarrollo, que viaja frecuentemente en avión por necesidades de su trabajo, pero el hecho de que lo haga en Super Constellation, una aeronave impulsada por hélices, en vuelos interminables con escalas frecuentes, en uno de los cuales el avión deja tirados a los pasajeros en un desierto mexicano, después de un aterrizaje forzado por el fallo de dos de sus cuatro motores; que entre su equipaje se encuentre una máquina de escribir portable, Hermes-Baby, con la que escribe cartas usando papel carbón desde su contingente estancia en espera de rescate, remite a un universo tecnólogico obsoleto, que ahora se antoja increíble, sin reactores, sin móviles, sin ordenadores.

La sensación que te deja esa primera lectura es que la tecnología envejece muy deprisa, mientras que la literatura mantiene su frescura. Aunque también podría expresarse esta sensación notando que la tecnología progresa muy rápidamente, mientras que la literatura está estancada. Podría decirse, igualmente, que las cosas humanas funcionan a diferentes velocidades.

Así, por ejemplo, en la época que evoca la narración, los años cincuenta del pasado siglo, ya existía la ayuda al desarrollo. Sesenta años después, esa ayuda sigue siendo mas necesaria, si cabe, lo que es un claro indicador de la lentitud de ese proceso para conseguir sus fines, o lo que es lo mismo, de la falta de voluntad política para lograr sus objetivos.

En cambio, por la misma época, la voz del escritor se refiere a la presencia permanente en los periódicos de la Comunidad Europea, que entonces era aún un proyecto. Ese proyecto, que alcanzó un grado notable de realización, emite estos días un aroma funeral y parece mas una ilusión efímera que una conquista duradera.

Es increíble la cantidad de materia para la reflexión que te puede aportar un libro tomado al azar de la librería, como te puede refrescar un pasado olvidado, y te puede dar pistas para entender parte de la realidad presente.

He ido directamente a las últimas páginas y allí aparecen los conflictos personales, los amores y desamores, el placer y el dolor de la existencia humana, comunes a los personajes novelescos, pero nada me ha causado tanta impresión como constatar que, hace menos de un siglo,los aviones solo volaban propulsados por hélices, los funcionarios de la Unesco viajaban con máquinas de escribir portátiles, con las que escribían cartas ayudándose con papel carbón, y en el mundo no había reactores, teléfonos móviles, ni ordenadores.

Ahora,los ordenadores y otros ingenios electrónicos relacionados con la comunicación están presentes en las vidas de la mayor parte de la gente, hasta el punto de que ha aparecido la figura de los 'piratas informáticos', pero yo dudo de que esa denominación sea correcta.

Los piratas, los verdaderos piratas, están,en mi opinión, sentados en los sillones de los consejos de administración de los bancos y de las petroleras, gobiernan países no democráticos, o solo en apariencia democráticos, controlan paraísos fiscales, y desde esos espacios de poder engordan sus botines sin que las picaduras de insecto que les lanzan los rebeldes informáticos les causen mas que un ligero sarpullido, que no altera demasiado sus actividades filibusteras, que continúan sin novedad.

En todo caso, todo este asunto del pirateo informático y de las relaciones de poder, puede dar para una novela que alguien como Max Frisch tal vez escriba dentro de unos años, dejando evidencia, a la vez, de la velocidad tecnológica y del caracter testimonial de la literatura.

En fin. Max Frisch.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 9-12-10.

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