viernes, 31 de diciembre de 2010

EL TIEMPO

No existen años nuevos, ni viejos, ni siquiera estoy seguro de que existan los años. El año es una medida artificiosa, un corte abstracto en el contínuo temporal, un truco de magia inspirado en regularidades astronómicas, inventado para salvar a los hombres del vértigo de vivir en la infinitud. (vaya galicismo!)

(...)
El modo de contar el tiempo cambia siguiendo las necesidades de la evolución humana. Es probable que nuestros ancestros mas remotos solo distinguieran entre el día y la noche. Es fácil imaginar su terror al escuchar desde sus refugios nocturnos los cercanos rugidos de las fieras y alimañas que entonces competían con ellos con ventaja por el dominio de la vida salvaje.

Cuando comenzaron a salir a la sabana comprendieron que la presencia del día, de la luz, aconsejaba adoptar la posición erecta para apercibirse, desde la lejanía, de la presencia de las amenazas del entorno, y de las presas con las que podían alimentarse. Todavía no se había producido la revolución neolítica, y esa simple distinción entre el día y la noche les bastaba para medir el tiempo.

Los antropólogos suelen relatar el paso crucial a la posición erecta como un hito de la evolución y el origen del homo sapiens, pero yo reconozco en las conductas de buena parte de los hombres actuales un indudable progreso anatómico, pero demasiados cerebros ocupados por la sumisión, la obediencia, la mezquindad acrítica, que hacen posible el predominio de relaciones de poder que se ejercen cada vez con mayor comodidad, ante la indiferencia de una población cada vez mas uniforme, que está a punto de perder el reflejo de la protesta cívica.

La revolución neolítica y el surgimiento de la agricultura trajo consigo la necesidad de medir el tiempo de otra manera, mas vinculada a las épocas de siembra y recolección, a la variabilidad de las cosechas, y esa necesidad ha seguido viva hasta nuestros días, con los calendarios que señalaban las fechas mas propicias para esas labores agrícolas.

Los hombres, al abandonar la caza y la recolección de frutos silvestres, abandonaron tambien la simplicidad binaria de sus medidas del tiempo y, con el sedentarismo, el tiempo comenzó a contarse casi como ahora. Aunque cada comunidad cultural lo cuenta a su modo, los orientales tienen sus propias versiones del año nuevo, distintas de las nuestras. Incluso, entre nosotros, hay pequeños pueblos que han instaurado la costumbre de celebrar el cambio de año en pleno mes de agosto, cuando todos están de vacaciones. Me parece una idea digna de elogio, por lo que supone de rebeldía contra la castradora uniformidad.

Luego llegó la tecnología y al corte basto en anualidades heredado del neolítico se han sumado los nanosegundos, como expresión de los avances tecnológicos con lo que, de momento, se ha cerrado el círculo en el modo humano de contar el tiempo, desde
aquella primaria división entre noches de terror y días de caza, hasta una medida tan fina y precisa, que nuestros sentidos no son capaces de percibirla.

La ficción temporal del paso de un año a otro, tiene muchas ventajas, y algunos inconvenientes. Entre las indudables ventajas están lo que los psicólogos llaman fantasias de renacimiento, o renovación. La inminencia de un período temporal nuevo, aún sin descubrir, sin consumir, nos permite una visión esperanzada del futuro inmediato, es una oportunidad para corregir los errores del pasado, una promesa de una vida nueva mas plena, mas compartida, mas activa, mas productiva.

En el lado de los inconvenientes está que, quienes detentan una posición de privilegio en las relaciones de poder, utilizan los cambios de año para afinar un ejercicio cada vez mas despiadado de ese poder, aprovechando ese orden temporal para exprimir mas, según hayan sido sus cuentas de resultados que se cierran con el año, a los millones de sucesores de aquellos hombres que decidieron adoptar la posición erecta, pero cuyos cerebros cada vez mas se caracterizan por una actitud de sumisión resignada.

Pese a lo dicho, asumo la convención de que mañana empieza un año nuevo, y como cada hijo de vecino, no renuncio a mis fantasías de que sea un año mejor para todos, pero no me atrevo a desear nada para mis prójimos, porque los deseos, y su cumplimiento o no, son responsabilidad personal de cada uno, aunque con la concurrencia del azar.

Deseo para el nuevo año, porque cada año que pasa estoy mas enamorado de las mujeres como género, que alguna de ellas, además de mi mujer, me dedique una sonrisa.

Deseo para el nuevo año, una renovación de nuestras clases políticas, a ver si son capaces de hacer menos leyes, que luego no se cumplen, y se afanan en cumplir ellos y hacer cumplir las ya existentes. Que se apliquen como administradores holandeses con manguitos y visera a reconstituir el patrimonio común, hecho unos zorros, que piensen siete veces lo que prometen, antes de prometerlo, que se pongan al servicio de los ciudadanos en un ochenta por ciento, el otro veinte al servicio de los lobbies, invirtiendo así el peso relativo de esas influencias que ahora prevalece.

Deseo que el ministro Miguel Sebastián deje en el nuevo año el vicio del café, y las coñas marineras sobre un déficit tarifario del suministro eléctrico que, según algunas fuentes, se eleva a 20.000 millones de Euros y que, antes o después, habrá que pagar.

Deseo... en fin. Lo deseo todo, ¿porqué no?

Aunque no creo en la existencia de años nuevos y viejos, contradictorio como soy, he reservado una mesa en al Restaurante Aleimuna --www.aleimuna.es-- para empezar el año nuevo, en compañía de mi mujer y dos amigos, Lola y Antonio, inmersos en otra cultura gastronómica. Como reza el folleto, 'Su escapada gastronómica a Marruecos'. Tomaremos Harira, la sopa del Ramadán. Tayin de cordero con almendras y ciruelas pasas, o Pastela de marisco, que no se lo que es. Tomaremos un té con hierbabuena y esos pastelillos tan letales para los diábeticos, característicos de la gastronomía árabe. Me he asegurado de que sirven alcohol, porque son sunnitas, no chiitas.

Coste medio por persona, según su página web, treinta euros, seguro que será algo mas.

Por último, para remarcar el carácter relativo de los conceptos temporales, que es el objeto de esta entrada, cuando alguien les pregunte ¿cuantos años tienes?, deténganse un momento a pensar, antes de contestar, porque esos años, los que ustedes tengan, ya no los tienen, porque ya los han gastado, solo tienen los que les quedan por vivir, y esos no se sabe cuantos son.

Aunque solo sea por eso, por lo efímero e indeterminado del tiempo, vale la pena poner nuestra energía en que el tiempo del año nuevo sea un tiempo de renovación, que nos permita sentirnos mas libres, menos sumisos, mas dueños de nosotros mismos, y por tanto, mas capaces de administrar nuestra mínima porción de felicidad. Prometo intentarlo, pero no le deseo nada a nadie, porque eso es algo muy personal.

En fin. El Tiempo.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 31-12-10.

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