domingo, 26 de diciembre de 2010

ESTORNINOS

Hoy he visto volar los estorninos. He bajado al bar de los locos, porque el Maravillas está cerrado, a una hora muy temprana, y con el codo bueno apoyado en la barra, mientras esperaba el periódico tomando un agua mineral, los he visto volar.

A través de la cristalera los he visto salir por encima de una fachada, procedentes de sus refugios en las copas de las acacias del viejo cuartel abandonado, una colonia gregaria de aves volando en dirección Sur, tan numerosa y compacta que oscurecía el cielo con su presencia.

(...)
Tal vez, las miserias que nos afligen a los humanos tienen su raíz en nuestra renuncia temprana a volar, en favor de la vida sedentaria a ras del suelo. La preferencia por la seguridad, la renuncia a la libertad y la aventura del vuelo, reflejada en la anatomía humana actual, con unos omoplatos que parecen alas truncadas y podrían ser la prueba evolutiva de esa renuncia, ha dado una cierta estabilidad a los asentamientos humanos, pero a cambio de renunciar para siempre al nomadismo aéreo.

El mito del vuelo está presente en los testimonios de la cultura humana, desde siempre, Ícaro, toda la iconografía religiosa arcangélica, los ingenios de Leonardo da Vinci, el misticismo de Richard Bach, el autor de Juan Salvador Gaviota, las metáforas del miedo a volar de Erika Hong, y los prodigios tecnológicos de la aeronáutica actual, parecen el resultado de una nostalgia latente por la pérdida de la facultad del vuelo, que tal vez tuvimos alguna vez.

El nomadismo aéreo permite fijar la residencia temporal en cualquier sitio, marcharse de allí cuando las condiciones de clima o alimento no son propicias, en busca de parajes mas feraces y hospitalarios, habitar el planeta sin fijar la pertenencia a territorio alguno, vivir sin raíces. Los estorninos consiguen todo eso, y además, conservan una estructura gregaria, grupal, que los identifica y los distingue de otras aves, pues su comportamiento es, eminentemente, social.

Ese equilibrio entre cohesión social y libertad de movimientos es un curioso ejemplo de la etología de la vida animal, carente de inteligencia en el sentido humano, solo guiada por instintos y condicionamentos genéticos, pero que al contrastarla con las graves debilidades de los asentamientos humanos, azotados ahora por las peores lacras derivadas de su sedentarismo elegido, plantea serias dudas sobre la supuesta superioridad del Homo Sapiens como especie. Ahora, muchas personas se plantean una vuelta al nomadismo, el abandono de un entorno que hasta hace poco les parecía seguro, en busca de horizontes nuevos, mediante el ejercicio de la libertad de volar, largo tiempo olvidada.

Si este fenómeno se generaliza, veremos grandes migraciones, debidas a causas económicas o climáticas, y tal vez esa nueva distribución de la población contribuya a resolver los desequilibrios que, por ahora, los hombres no parecen capaces de resolver.

Además de las causas económicas o climáticas que pueden promover la emigración, el asentamiento en otras tierras, tal vez hay un instinto ancestral en el hombre que le
empuja a volar, a escapar del sedentarismo, de la territorialidad. Es la preferencia por la libertad, por encima de la seguridad, una actitud que está en el origen de los mayores logros de la especie humana, en la política, en el arte, en la ciencia, en la literatura, en cualquier actividad en la que las personas se pueden reconocer como seres libres y creativos.

Esa capacidad de ser libres es la que nos puede salvar de las tribulaciones, de algunas de las limitaciones que percibimos por nuestra condición de seres sedentarios que tal vez abandonaron, prematuramente, la facultad del vuelo.

Me he dado cuenta de esa potencialidad nuestra al ver volar a los estorninos esta mañana. Iban hacia el Sur, abandonando su refugio en las copas de las acacias del viejo cuartel abandonado, aunque se comportaban de un modo gregario, como nosotros.

En fin. Estorninos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 26-12-10.

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