En la línea de un nuevo relato del mundo, Amadeu Fabregat propone hoy en la quinta de 'Levante' abandonar el maniqueísmo, la visión unívoca o sectaria de los acontecimientos, en favor de una visión observadora y creativa que considere la ambigüedad, que ayude a entender que cada objeto o sujeto observado puede contener no solo lo que vemos en la superficie, sino también su contrario, renunciando al poco creativo cultivo de la propia certeza.
Al abrir la ventana del salón y percibir el inquietante olor a socarrat que viene de Poniente, me pongo a la faena de relatar la sensación apocalíptica que percibo este raro fin de semana, intentando aplicar los sabios consejos de Amadeu.
Valencia, la ciudad llamada por mi Heliópolis, pasa por ser de origen romano, pero Wikipedia precisa que se han encontrado aquí vestigios arqueológicos pre romanos. Al parecer, en el siglo III A.C., o por ahí, fue fundada para convertirla en residencia de los jubilados de las Legiones, luego fue destruida por Pompeyo y posteriormente reconstruida, y de ese juego de contrarios, destrucción/reconstrucción, que tanto le gusta a Amadeu, practicado a lo largo de la historia por hordas militares y promotores inmobiliarios, ha surgido la ciudad actual, que tantos Erasmus y turistas italianos visitan, no solo por sus vestigios históricos, sino porque en la franquicia de los montaditos pueden tomar un bocadillo pequeño y una jarra de cerveza por dos euros.
Otra vez la dualidad, no?
Como Roma en la época del Emperador Nerón , nuestro entorno chaletero, rural y forestal de Valencia, arde con una virulencia y extensión extraordinarias. No son barracas de madera lo que arde ante la mirada extraviada de aquel César que tocaba la lira, tal vez imaginando la reconstrucción que seguiría a aquella destrucción, sino comarcas enteras muy valiosas para unos sistemas ecológicos o humanos, en diferente grado cada una de ellas.
Nunca pongo la tele por la mañana, pero mi mujer, ante el intenso olor a cenizas que entra por la ventana, ha sintonizado la emisora autonómica, el canal veinticuatro horas, y allí hemos visto las mismísimas llamas que siguen activas en nuestros montes, pero también, en un faldón --se llama así?-- he leído el luctuoso suceso de la muerte de un recortador, corneado por un toro, en Canet de Berenguer.
Ver arder nuestros montes y conocer de la muerte en público de un hombre que luchaba con un toro --un gladiador, no?-- me provoca la fácil evocación del imperio romano, el coliseo y el emperador han vuelto a nuestros días, pero, gracias a Fabregat, olvido enseguida esa visión unívoca, porque nuestros generales Fabra y Castellano aparecen en la tele en mangas de camisa, sin acompañamiento musical alguno, en actitud beligerante y responsable frente a nuestras desgracias, dando fe de que los tiempos han cambiado, y no debemos hacer fáciles analogías con tiempos superados.
Las llamas vistas en televisión me han parecido, sencillamente, apocalípticas, pero como a esta noticia le ha seguido la euforia nacional por la celebración de la final de la copa de Europa, gracias al enfoque múltiple
que propone Fabregat para observar y evaluar los acontecimientos humanos, me doy cuenta de que el calificativo aceptable para describir este raro fin de semana es 'Apocalípsis Festivo'.
No basta nombrar las cosas para entenderlas. Además hay que vivir cerca de ellas para conocerlas mejor. En el caso del fuego destructor, son los efectivos humanos que luchan contra el --ya que la prevención falló-- los capacitados para tener una visión real y compleja del drama.
El ciudadano común, está llamado a opinar de otro apocalípsis, el repago sanitario y las demás medidas que acompañarán enseguida ese golpe de mano, que coinciden, de un modo extraño, con los incendios y el fútbol.
En el lado festivo de este apocalípsis, millones de espectadores se agolparán frente a las pantallas de televisión, públicas y privadas, para ver la final de la copa de Europa, y en ese momento, mientras dure el encuentro, se olvidarán de cualquier gaita que les pueda amargar la vida. Como en el Imperio Romano el Circo, el fútbol tiene un función de catársis para la sociedad que, en realidad solo es espectadora, no parte activa de los tejemanejes de los poderosos en los palacios senatoriales.
¿Que sentido tiene, Amadeu, que entrenemos el intelecto en favor de una visión mas amplia de las cosas, si, aunque nada es unívoco, no intentamos reventar de una puta vez un sistema en el que unos mandan y otros solo somos sujetos pasivos, inermes ante el poder, como los antiguos súbditos del imperio romano.? No sé.
En fin. Apocalípsis Festivo.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 1-07-12.
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