He bajado al bar de los locos, pero el repartidor de periódicos se ha perdido en algún lugar de su ruta, está sin localizar, y nadie sabe si llegará, y cuándo, al quiosco anexo, así que decido alejarme hacia el lejano horno del barrio
donde aún hacen buen pan y compro dos barras a medio quemar.
Enseguida he vuelto y, voilá, ya ha llegado el periódico, que hoy me hace mas falta que nunca porque, después de escribir mas de sesenta entradas en el blog durante mayo y junio, mi capacidad de invención sin recurrir a los titulares de periódico comienza a estar algo disminuida.
Para mi fortuna, y la de algunos de ustedes que me siguen día a día, hoy he encontrado en la primera de 'Levante' un titular perfecto, que da para un artículo satírico, una obra teatral, o una novela tocho, pues incluye una palabra, 'enterrar', que sugiere la idea de muerte y resurrección, nada menos.
El titular dice así, 'La Generalitat deroga cinco leyes para enterrar la era del urbanismo especulativo', y ya se ve que se le puede sacar punta, mucha punta.
(...)
Entre los muchos sentidos implícitos en esa construcción gramatical de media docena de palabras, comenzaré por la contradicción que supone que el, de momento, gobierno autonómico, de una autonomía que nunca fue tan frágil, derogue cinco leyes para enterrar la especulación del suelo y, al mismo tiempo, nuestra mejor alcaldesa --no tenemos otra-- declare, con ese tono de cólera contenida que caracteriza
a quienes tienen vísceras autoritarias, que va a intentar que el gobierno central derogue una ley refrendada por los tribunales que trata de proteger el patrimonio urbano del Cabanyal
Esa Ley, va contra el plan fantasioso de Rita Barberá de abrir una gran vía urbana en el barrio, destruyendo todo lo que se le oponga, y ya no lo defiende nadie, excepto Rita, por su cabezonería.
Terminado este breve bosquejo dedicado a la vacaburra jefe del gobierno municipal de aquí, me centraré en lo que verdaderamente importa, los entierros, en concreto los cortejos fúnebres, y sus humanas contradicciones.
Los ritos funerarios han evolucionado mucho, como todo lo demás, desde que yo era un niño. En mi memoria mas antigua están archivados aquellos desfiles funerarios que la gente realizaba a pie, a veces cubriendo distancias considerables, detrás de una carroza que parecía una urna de cristal, en cuyo interior se veía el féretro conteniendo algo que aún era masa reunida por las partículas mágicas o milagrosas de las que ahora se habla tanto, pero que había perdido toda la capacidad para expresarse en público y agradecer a los acompañantes su deferencia.
Era tremenda la imagen de aquellos carros negros, de cuya popa colgaban coronas de hermosas flores de acequia, blancas y amarillas, tirados por caballos de pelaje oscuro, adornados con negros penachos, y conducidos por un cochero que, no se porqué,
no puedo evocar sin asociarlo a la imagen de los conductores que trasladan el cadáver no muerto de Drácula a su castillo en Transilvania, en aquellas películas en blanco y negro, de serie b, que encendían mi imaginación infantil por la misma época.
Aquellas demostraciones públicas de dolor, antaño con plañideras y otros aditamentos
rituales, han evolucionado hasta el desorden actual, una caravana de vehículos aislados, ocupados por los deudos, amigos y conocidos del finado, que circulan individualmente entre el caos del tráfico urbano, mirando el reloj porque tienen diez cosas que hacer, que confluyen en un tanatorio para acompañar con brevedad al muerto y sus familiares mas directos.
Pero, tanto una fórmula, como la otra, participan de la contradictoria conducta humana.
En aquellos desfiles pausados e interminables convivía la lividez del dolor de los
familiares mas cercanos del muerto, con el cachondeo de buena parte de los acompañantes, que aprovechaban la circunstancia para convertir el acto en un día festivo
El cortejo se detenía, camino del cementerio, en alguna de las muchas tabernas que allí había, para reponer fuerzas con las tradicionales 'botifarretes amb oli', en medio de las risotadas y los chistes soeces que el consumo de alcohol en cada parada favorecía. Esa actitud festiva y despegada del muerto y del dolor de los familiares
cambiaba a una seriedad impostada en el acto final del enterramiento conducido por el cura.
La misma contradicción se puede observar ahora al entrar en un tanatorio para cumplir
de un modo apresurado con el ritual de solidarizarse con quienes han sufrido una pérdida. No se si fue por la hora, pero la última vez que tuve que asistir a un tanatorio, el griterío de la gente que estaba en los pasillos, tal vez porque se jugaba la final de la Eurocopa, y todos llevaban un pinganillo, contrastaba dramáticamente con el silencio de los muertos que permanecían en la pecera, ajenos
a nuestras gestas deportivas. Ajenos a todo, en realidad, porque la muerte, sea lo que fuere, nos convierte en sujetos ajenos a toda manifestación de vida.
Ignoro porqué la lectura de la palabra enterrar en un titular de periódico ha llamado tanto mi atención hoy. Tal vez se deba a mi percepción de que algunos declaran su afán de enterrar cosas. Me parece bien que la Generalitat entierre el urbanismo especulativo, aunque, desconfiado como soy, sospecho que, llegado el caso, no tendrían ningún pudor en desenterrarlo.
Me preocupan mas los discursos de unos y otros que claman por enterrar nuestro estado autonómico, por limitar a las nacionalidades históricas el derecho a disfrutar de un estatuto de auto gobierno. Durá i Lleida, a quien muchos alaban en las encuestas su capacidad política, es el mas peligroso.
Me aterra, supongo que como a todo el mundo, el impulso enterrador de derechos universales como la sanidad y la educación públicas, que subyace en cada una de las marianadas, esos decretos que ni siquiera se ofrecen al debate parlamentario, dicen que presionados por la poderosa Alemania. Otra contradicción, si consideramos que fue en Alemania donde se inventó la Economía Social de Mercado, un sistema que incluía la participación activa de los trabajadores en los procesos de producción mediante un reparto mas justo de los beneficios.
Puestos a mirar atrás, a inspirarse en Adam Smith con la excusa de favorecer a los mercados, un enfoque que la torpeza en la aplicación de su modelo de la mano invisible convierte en una política de un efecto devastador, alguien debería detenerse a analizar ese modelo alemán, también del pasado, que intentaba resolver las contradicciones entre economía y sociedad.
Es una sugerencia, para intentar superar nuestras contradicciones, antes de que nos convirtamos en un cadáver, en un zombi, en un no muerto, pero no vivo.
En fin. El Entierro.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 13-07-12.
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