El homenaje de hoy, a Juan Pérez Cleries, está lastrado por la incertidumbre de ignorar si Juan sigue vivo, o murió. Juan, si estás vivo, di algo, si estás muerto, di algo. Tanto en un caso como en el otro, estoy seguro de que lo que digas será algo educado, tintado por el humanismo del artista en el trato personal--la forma mas difícil del arte-- que siempre mostraste en tus relaciones con los demás.
Cuando me depositaron, a los doce años, vestido con pantalón de golf, en mi primer lugar de trabajo donde transcurrieron los primeros diez años de mi vida laboral, allí estaba Juan, quien, al darse cuenta de mi burricie, me adoptó enseguida al verme como un infante desvalido, demasiado tierno para integrarme sin ayuda en el veleidoso mundo de la fiscalidad al que se dedicaba aquella consultoría de la calle de Russafa, en la que me ficharon para ejercer, al principio, de elaborador de cigarrillos para el jefe, mientras miraba las piernas de su secretaria, que se sentaba enfrente, y como recepcionista de la variada fauna que aparecía por allí.
Juan se impuso, con naturalidad, sin estridencias, la obligación de ejercer como maestro de vida y, aunque a la vista está que el discípulo no estuvo a su altura, al menos consiguió que aprendiera a decir 'me explico'en lugar de 'me entiende', como repetía a sus clientes un tocino que estaba allí, en otro despacho, como asesor laboral.
Otra proeza de Juan, cuando yo ya había abandonado el puesto de recepcionista y comenzaba a integrarme en el laberinto literario de las contabilidades falsas, fue conseguir --le costó mucho-- que mi enrevesada letra de entonces se entendiera. Al final, cuando asumí la jefatura de la sección de contabilidad, decidí que se sustituyera en todo el departamento la letra redondilla, por la de palotes. No fue, en realidad,una innovación,sino un recurso fácil, pues aunque Juan había conseguido casi eliminar la maraña de mis grafismos, me faltaba la claridad en la escritura que las formas geométricas rectas, sin arabescos, disimulaban.
Juan Pérez Cleries mostró en la larga época en la que coincidimos en aquel mundo de fantasías fiscales, unas cualidades personales muy raras. Funcionario de la ONCE, al principio solo venía por las tardes a la consultoría, hasta que su probada capacidad profesional y personal hizo que los jefes de todo aquello le exigieran dedicación completa. Además de su capacidad profesional, Juan tenía una vasta cultura, un trato bien educado y una bondad natural que hacía de su carácter afable, algo excepcional.
Un indicio de que no todos los funcionarios son iguales, aunque ahora se nos quiere hacer creer que todos son vagos, malos trabajadores, es que otro funcionario de la ONCE que trabajaba con nosotros, Lázaro Berga, acabó cometiendo un desfalco y desapareció de la consultoría. Era la cara opuesta de Juan, y traicionó su confianza, lo que indica que los hombres no son iguales, y ninguna generalización sobre ellos tiene validez alguna.
Visité el espacioso piso de Juan en la calle Burguerins y su extensa y bien provista biblioteca creo que fue el inicio de mi curiosidad literaria. Mas tarde, en uno de mis libros inéditos, mencioné esa biblioteca y ese piso como lugar de residencia de un tramoyista inventado. Mi relación con Juan fue siempre la del aprendiz con el maestro, hasta que dejó la firma para ir a trabajar a París, donde le visité años mas tarde, en los setenta.
En esa visita, Juan mostró, de nuevo, la clase de persona que era, atendiéndonos a mi mujer y a mi con la misma cordialidad educada de siempre. Reservó habitación en un pequeño hotel del barrio donde vivía y cuando abandonamos el hotel, nos encontramos con la sorpresa de que Juan había liquidado la cuenta.
De aquel viaje recuerdo un par de cosas. Fuimos a ver 'El Ultimo Tango', no en Perpignan, adonde iba todo el mundo, sino a un cine de París, acompañados por un hijo de Juan, que le traducía de viva voz los diálogos a mi mujer, ante el escándalo del público, que casi nos echa a los tres del cine.
Me llamó la atención el hecho de que Maruja, la mujer de Juan, a quien en cierta ocasión acompañamos a la boucherie, no el restaurante, sino la carnicería del barrio, tuviera la costumbre de dar propina habitualmente al dependiente de la carnicería, para que le guardara los mejores filetes. En París, al menos en la época en que la visitamos, no se movía nadie, el carnicero, o el conserje del hotel, sin el estímulo de la propina.
Pero sí se podía comprar en el supermercado un vino blanco peleón, por muy poco dinero. En el viaje de vuelta compré en un área de servicio de la Nacional 10, una botella de vino en cuya etiqueta figuraba el nombre del cosechero y, casualmente, coincidía con el mío. Aún la conservo.
Hace algún tiempo visité a Juan en su casa de Carcagente y le encontré al cuidado de su mujer, impedida, en una silla de ruedas. Desde entonces, nada he vuelto a saber de el.
Juan, si estás vivo, dime algo, por favor. Si estás muerto, dime algo, por favor.
Pocas personas de las que se han cruzado en mi vida merecen tanto mi recuerdo, mi agradecimiento, mi admiración, como Juan. Fue mi maestro de vida, aunque, ya se ve, el alumno no estuvo a la altura.
En fin. Juan Pérez Cleries. (Artista en el difícil arte del trato humano)
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 6-07-12.
Estimado Lohengrin:
ResponderEliminar—¡Mira —me han dicho alguna vez mis hermanos— que te pareces al tío Juan!
—¡Ya quisiera yo! —respondo halagado.
¡Qué alegría me ha dado encontrar este cariñoso escrito que dedicas a Juan Pérez Cleries, al tío Juan!
Juan, Maruja, Juanjo, Javi…
Siendo nosotros (mis hermanos y yo) pequeños, ellos emigraron a Francia, a París. Volvían, volvíamos, en verano a Carcagente (nosotros desde Sevilla, que es donde fueron a emigrar mis padres y donde permanecemos algunos de sus hijos).
Y entonces eran las noches mágicas y de charramenta en familia. Éramos un buen montón. Nos reuníamos en casa de su hermano Enrique y de Carlotín (queridos, queridísimos, tíos que fallecieron hace poco. El tío Enrique, siempre más impaciente, se abrió paso primero; la tía Carlotín, siempre tan prudente como confiada en su marido, le siguió apenas dos semanas después).
Gracias al tío Juan vimos las primeras películas en Súper 8; u oíamos, sin saberlo, lo que serían nuestras costumbres en el porvenir. Por ejemplo, nos hablaba de que la gente allí, en París, ¡recogía la caca que en la calle hacían sus perros! Y todos, mayores y pequeños, reíamos asombrados. Y es que aquí, en la España de entonces, en los autobuses se advertía: «Prohibido escupir»; es decir, que la gente escupía en los autobuses... Verás, para nosotros no es que en aquellos veranos él volviera de lejos, ¡es que lo hacía del futuro! Y de cosas serias también hablaba, pero siempre ameno, como los buenos maestros.
El tío Juan era, es, la guasa para con todo lo suyo, pero, para con los demás, la delicadeza inteligente y el guiño; espíritu libre y crítico; inquieto pero parsimonioso…: ¡puro Cleries! La tía Maruja, ojos tan bonitos por risueños, dulzura para con los niños, carácter, vitalidad a manos llenas… Ah, e imbatibilidad en el parchís (contaba y movía las fichas con soltura y urgencia de tahúr, pero sin fullerías).
Cuando, mucho tiempo después de aquellos veranos, ella enfermó, Juan la cuidó con un desvelo, con una rendida devoción, que sólo puede llamarse amor. Estoy convencido de que ésos años fueron los más plenos, más felices, del tío Juan.
La última vez que lo vimos fue cuando falleció nuestro tío Enrique, su hermano. Nos contó entonces que llevaba tiempo elaborando una especie de Memorias, aunque no las llamó así. Consistían en unas fichas, muchas y con una letra cuidada, que pudimos ver… Le insistimos que eso no se podía perder, que no lo dejara, que lo terminara. Pero creo, ay, que no le convencimos. Él siempre a su aire…
Ahora, claro, ya está mayor y sufre vacíos de memoria. Por eso me ha emocionado tu escrito, porque, aún sin saber tú de él en muchos años, has acertado aplicándole el mejor bálsamo: recuerdos. Se conoce que tú, aunque lo niegues, también has alcanzado esa difícil virtud que destacas de él, la de ser un «artista en el trato personal», y atinas en ese arte pese a la distancia y el silencio. Enhorabuena, Lohengrin, tu maestro estará orgulloso de ti.
Me despido con un agradecido abrazo,
Juan Carlos.
Gracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarMi tío falleció en la primavera, un jueves 27 de abril de este año de 2017;tranquilo, ya sin dar guerra...
Nos habéis regalado, lo que todos sabemos: que la familia siempre estará ahí, nuestros recuerdos forman parte de nuestro presente.
Firma su sobrina Nieves que lo quería con locura. Gracias por estas más que emotivos pensamientos y muy agradecida de parte de toda la familia. Abrazos Nieves Pérez