Antes de pasar a la crónica de un viaje que hice hace cuarenta años
por tierras gallegas --ustedes me perdonarán que cuente un viaje de hace cuarenta años, pero, desde entonces, no he vuelto a viajar con dietas tan sabrosas como las que me permitieron meter el coche en el tren y comer cada día en uno de los mejores restaurantes del lugar que visitaba-- me voy a permitir un homenaje, otra vez.
El imprescindible homenaje de hoy va dedicado a Rafa Ventura, por su artículo 'Una lavadora en el obradoiro', lo mejor de 'Levante' de hoy, en la 26. Rafa rompe con su
irreprochable artículo el silencio ominoso de autoridades, políticos y buena parte del mundo de la comunicación, sobre la enorme cantidad de dinero negro que ha aparecido en manos del chispa que se ocupaba del alto voltaje de la Catedral de Santiago de Compostela, tal vez procedente de las arcas de alguna alianza.
Todos ellos han puesto el énfasis en la recuperación del famoso códice, y ninguno ha dicho ni pío sobre esa astronómica cifra aflorada, que Rafa se pregunta si obedece a las rebajas del ministro Montoro.
Rafa Ventura, un erudito de profundos conocimientos literarios, culturales y comunicacionales, da brillo con su presencia a la tertulia de los viernes, en la que yo soy un advenedizo. Cuando habla, salen de su boca las evidencias de sus sabidurías y lo mejor que puedes hacer es callar y escucharle. Además, no te queda otra, porque cuando se embala no te deja meter una de canto. Hoy se ha superado con su artículo.
Cumplido el homenaje, paso a la crónica de mis viajes por Galicia
(...)
"En aquel tiempo yo no había alcanzado la treintena, pero hacía mas de quince años que me había emancipado, en el sentido de generar mis propios ingresos, trabajaba en un grupo exportador, estudiaba económicas, daba clases en la Escuela de Formación Empresarial y Comunitaria, y creo recordar que, además, llevaba las cuentas de una empresa de pompas fúnebres, donde aprendí que las gentes se mueren mas en noviembre.
Era lo que entonces se llamaba un pluriempleado, en una época en la que cada español en edad de trabajar, tenía mas de un empleo. Puedo entender la frustración de los jóvenes de ahora, la mitad de los cuales no tiene empleo alguno, y la otra mitad llama a las dos de la tarde a las casas particulares, porque tiene un empleo de mierda consistente en vender contratos de telefonía a puerta fría.
El origen de mis viajes a Galicia, de los que ahora entro en la crónica, estuvo en la decisión de la Escuela donde daba clases de enviarme un par de veranos a A Coruña, para encargarme de impartir unos seminarios, junto a otros colegas de toda España, con unas dietas cojonudas que el ministerio de trabajo, entonces el mas rico de todos los ministerios, financiaba en su integridad.
El objeto de esos seminarios era divulgar lo que entonces se llamaba Economía Social. La separación entre Economía y Sociedad que se ha producido después, hasta el punto de que la economía actual prescinde en absoluto del componente social como uno de sus objetivos es, a estas alturas, dramática.
Lo cierto es que el recibimiento de los gallegos en el primero de los viajes que voy a relatar, fue bastante singular. Unos mozos situados en una pasarela con una ubicación perfecta para el deporte que practicaban, comenzaron a lanzar piedras al paso del tren en el que viajábamos, que también transportaba nuestro R-5, con tan buena puntería que se cargaron la luna delantera de un mercedes espectacular que viajaba en el vagón donde también iba nuestro modesto coche, al que, claro, también acertaron.
Ese fue el único incidente molesto durante nuestro quince días de estancia allí, que transcurrieron con el espectacular descubrimiento de los paisajes de las Rías Altas,y el no menos espectacular de la gastronomía local.
Mi memoria conserva, en particular, algunos lugares visitados, además de A Coruña, Santiago, Carril, La Toja, Ferrol o Finisterre, hay algunas imágenes vinculadas a la gastronomía que se muestran mas resistentes al paso del tiempo, por ejemplo Malpica
No he olvidado los percebes que nos sirvieron en Malpica, ni la reflexión unida a ese producto del mar. Se dice que los percebes son un fruto del mar, pero en realidad son el fruto de la heroica audacia de los percebeiros, que se juegan la vida agarrados a las rocas para arrancar ese tesoro, y lo hacen siempre con el riesgo constante de que una ola asesina se los pueda llevar, y a veces, se los lleva. Y aún dicen que el pescado es caro. Cuando estuve por allí, ese fruto del mar y de los percebeiros que ahora alcanza precios de infarto, costaba quinientas pelas el medio kilo.
También comíamos en A coruña, de vez en cuando, un sensacional rodaballo en la Cabaña del Pescador, un cocido gallego y un pulpo con cachelos en La Casa del Mar,
o una merluza empapada en huevo en Alfredín, y tomábamos berberechos en El Paraguas, como si se tratara de pipas de girasol. Dado el tiempo transcurrido, no se que habrá sido de aquellos chefs, pero, si se dejan caer por allí, seguro que encuentran a sus sucesores y como, además, la cocina gallega se basa sobre todo en sus excelentes materias primas, no habrá ningún problema.
Recuerdo la sensación que producía entrar en La Casilla, en Betanzos, que era un cuchitril con el techo ahumado, estrecho y nada interesante, hasta que salías a su terraza al borde de la ría, y te parecía haber llegado al paraíso. No recuerdo lo que comimos allí, tal vez fue salmón, u otro pescado, pero la estancia en aquella terraza tan especial vale la pena por si sola.
Una mañana festiva nos acercamos hasta Carril, con intención de probar sus universalmente famosas almejas, sin percatarnos de que era el día de la Virgen del Carmen. Todo estaba chapado. Tuvimos que marchar de allí, sin probar esa exquisitez en el mismo puerto donde se subasta pero, a cambio, estuvimos en Ribeira y participamos del magnifico espectáculo de su flota marinera engalanada para la fiesta.
Fiesta encontramos también en Santiago, cuando la ciudad festejaba su patrón. Comimos un asado de tira en un argentino y, como nos quedamos a ver los fuegos, pero no nos quedaban mas que unas monedas en el bolsillo, nos comimos un bocadillo por la calle mientras la pólvora estallaba en el cielo compostelano.
Recuerdo algunos paisajes, pero no puedo asociarlos con la comida, y al revés. Algún restaurante memorable hubo que no recuerdo en que lugar está. Entre los primeros, están Pontedeume y Sanxenxo, una visita a la que no se puede renunciar. En el otro caso, se trata de un restaurante con mucha solera, que el magistrado de trabajo que nos acompañó ese día eligió porque, al abrir la puerta, divisó una caja registradora de mas de cien años, que indicaba que una saga duradera garantizaba la calidad de la cocina. Como así fue. Recuerdo la sopa de pescado que nos dieron, pero no soy capaz de identificar el lugar.
Tal vez he olvidado mencionar otros lugares, entre ellos Vivero, pero me llaman para comer, así que debo ir terminando.
Antes, he de pedir a los usuarios del blog una actitud compasiva al juzgar el trabado de la introducción, el nudo y el desenlace (que no se lo que es), de esta página. Después de la introducción, me he largado a darme un baño en la playa de la Malvarrosa donde, por cierto, he visto, entre las señoras, mayor número de trajes de baño que de bikinis, y en el apartado topless unas tetas tan perfectas que era imposible que no fueran compradas.
En cuanto al nudo, lo mío siempre es un lío de cuerdas imposible de deshacer y si hablamos de desenlace pues, habrá que esperar a mi muerte, intelectual o física, para conocer cual es. Hasta entonces, pienso seguir dando la paliza todos los días. Algún día, incluso dos veces."
En fin. Rías Altas.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 11-07-12.
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