sábado, 27 de diciembre de 2008

CONSUMO/REVOLUCIÓN

He bajado al Maravillas y hacía un frío de cojones, auténticamente helador. En el interior del bar, los clientes habituales se calentaban por medio de una encendida discusión. Unos a favor de apuntalar el consumo para salvar empleos, otros reclamaban la necesidad de una actitud mas revolucionaria para cambiar el mundo que, según Benedicto XVI, está arruinado.

Yo mismo he defendido en las últimas entradas la necesidad de que cada uno contribuya, desde sus posibilidades, a restablecer la demanda de bienes de consumo como una medida urgente para salvar empleos. Por otra parte, escucho algunas voces, pocas, que advierten de la tentación de perpetuar el viejo sistema, cuando lo que se requiere ahora es cambiarlo, porque la vorágine destructora de espacios, climas y recursos naturales de los últimos quince años, nos lleva a medio plazo, de modo inexorable, a un horizonte perjudicado por nuestra capacidad destructiva.

El mensaje de Benedicto XVI, el mundo está arruinado, es el mismo de los folletos que, de tanto en tanto, me ofrecen por el barrio los testigos de Jehová. Ambos tienen un contenido apocalíptico, pero su diagnóstico no es científico, como el de quienes se ocupan de hacer proyecciones documentadas sobre los efectos de la actividad humana en su entorno natural, sino que atribuyen la catástrofe universal que nos anuncian a la falta de fe.

Entre la sumisión consumista, la percepción ruinosa y apocalíptica del mundo y la revolución, yo prefiero apostar por el cambio. Las revoluciones violentas, lo vemos a diario, vulneran sus propios principios, caen en manos de tipos sanguinarios que provocan muerte y destrucción, y suelen terminar alumbrando sistemas totalitarios a los que decían combatir.

Mas silenciosa y menos cruenta en apariencia, la sumisión consumista, por su universalidad, tiene una capacidad destructiva a largo plazo aún mayor que las de las revoluciones violentas, que suelen ser locales y sus efectos limitados en el espacio, aunque algunas se prolonguen en el tiempo por medio de formas arbitrarias de poder.


La sumisión a un sistema que, si bien no está arruinado del todo ni alcanza niveles apocalípticos, necesita urgentemente un cambio de dirección, es un obstáculo para que ese cambio se produzca, porque los poderes dominantes de ese sistema, los financieros, los económicos, los políticos, operan con una visión de corto plazo y máximo beneficio, y si no nos oponemos de un modo pacífico a esos designios, si no hay un movimiento enérgico de la opinión pública que ponga freno a sus excesos, ese cambio necesario no se producirá.

He salido a las heladas calles, después de tomar café, y estaban vacías. Disponibles para ser ocupadas por los revolucionarios y los apocalípticos. Son estos últimos los mas activos. Rouco las va a ocupar. Su mensaje se apoya en el de Bendicto XVI. Las jerarquías del nacional catolicismo en España se sienten amenazadas y así se lo transmiten a sus fieles. La familia, y por extensión, la sociedad, dicen que está amenazada. Que se sepa, el aborto, la homosexualidad, el divorcio, no son obligatorios. Son derechos para algunas minorías de la sociedad civil, mujeres, parejas mal avenidas y personas que optan por vivir la sexualidad de un modo distinto al heterosexual. A nadie se le obliga a hacer uso de ese derecho si no quiere.

Ellos insisten, la familia está amenazada. Son ellos los que amenazan y agreden a esas minorías con sus demostraciones públicas en la calle contra esos derechos. ¿Para cuando la derogación de las normas que provienen del antiguo Concordato con el Vaticano, un privilegio pre constitucional, que aún siguen en vigor? Esa sería una señal de cambio.

No veo actividad revolucionaria en las calles que justifique el sentimiento de amenaza que Rouco proclama, aunque Tocho, --yo prefiero llamarle así-- el nuevo secretario de Comisiones Obreras, nos recuerda estos días el posible uso de la huelga general como instrumento de presión ciudadana para que algunas cosas, la precariedad y la indefensión del mundo del trabajo, la debilidad social de las fuerzas sindicales, cambien.

Entre revolución, apocalípsis y sumisión, siempre queda además la opción del cambio. Cambiar nuestros hábitos de consumidores, penalizando aquellas opciones que son destructivas, en favor de otras mas evolucionadas y adecuadas a la vida a largo plazo, cambiar nuestras actitudes demasiado orientadas por la publicidad y la propaganda, en favor del criterio propio y personal.
Hasta ahora, los grandes cambios revolucionarios nos han devuelto muchas veces a la posición de partida.
¿Porqué no apostar por cambios mas pequeños, no violentos, pero sostenidos y de alcance universal, que mejoren la calidad de nuestro horizonte a largo plazo?
No se perdería nada con intentarlo, creo yo. Pero, claro, es difícil, porque eso sería verdaderamente revolucionario. Ustedes, ¿que opinan?

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 27-12-08.

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