martes, 30 de diciembre de 2008

FIN DE SIGLO

Al finalizar 1.999 se celebró la llegada de un nuevo milenio con grandes fastos y alharacas. Me acuerdo ahora porque he descorchado una botella de tinto Enterizo de ese año, que le compré en el Maravillas al predicador evangelista, quien, al parecer, había recibido el obsequio de una caja de esas botellas, y ahora, con su temperamento esencialmente mercantilista, las vende por unidades, pero el fin de siglo no se produjo entonces, sino que lo celebraremos mañana, cuando suenen las doce campanadas.

La crisis del capitalismo marca el final de un siglo que creímos concluido hace diez años, pero que se ha prolongado hasta 2.008, el año horrible en el que los flecos de la prosperidad atribuida al sistema neoliberal, que tuvo su mayor auge durante este siglo que comenzó en 1.945, y termina cuando alguien ha roto las copas con las que deberíamos haber brindado este año, han desaparecido de la escena pública, ahora ocupada por los lamentos y jeremiadas -–que coño quiere decir jeremiadas? (cortesía de Millás)-- que abundan entre quienes se ocupan de tomar el pulso a la realidad y lo devuelven en forma de opinión.

Es lo que pasa cuando a una palabra tan noble como liberal, de resonancias históricas, se le añade el prefijo neo, con el fin de ocultar la verdadera raíz de la transustanciación de esa ideología, el ultraliberalismo. Los viejos liberales se opusieron al despotismo de las monarquías en el siglo diecinueve, mientras que los neoliberales han impuesto la tiranía del dinero sin reglas y han vendido esa codicia sin límites como el mejor de los mundos posibles, hasta que el cristal de las copas ha estallado dando por terminado el festín.

En la noche de fin de año se sentarán a nuestras mesas los fantasmas de Keynes y Schumpeter, uno para recordarnos los límites del mercado y la necesidad de la intervención de los gobiernos para corregir sus fallos, otro para destacar la importancia de la innovación en el proceso de destrucción y construcción permanente que es el capitalismo. Es de desear que, quienes tienen la responsabilidad de ayudar a sacar a las economías del marasmo en que las ha sumido la moda neoliberal, políticos y sabios, reciban esa visita y sean capaces de aplicar soluciones eclécticas a una amenaza que tiene muchos frentes abiertos, pero tambien resquicios para desactivarla.

En estos diez años han sucedido muchas cosas, entre otras la implantación del Euro como moneda única para aquellos socios de la Unión Europea que quisieron adoptarla. Muchos nos quejamos del aumento en los precios que acompañó esa medida. Otros, como los británicos, se excluyeron de ese pacto. La devaluación de la libra, 20/25%, demuestra, ahora, el elevado precio que deben pagar los ciudadanos británicos por haber rechazado ese paraguas.

El tiempo de los ciclos económicos rara vez coincide con el calendario ordinario, se mide por oleadas de prosperidad de duración variable, que se alternan en el tiempo con épocas menos boyantes, y esa alternancia no corresponde a períodos exactos, cuya invención se atribuye a los egipcios, --lo de las vacas y los siete años-- porque su experiencia sobre las alternancias de las hambrunas y la prosperidad estaba marcada por las crecidas del Nilo.

Aquí, en Occidente, los ciclos de prosperidad y decadencia, no están marcados por causas naturales, sino por las actitudes humanas sobre aspectos de la conducta como la codicia, los frenos que las sociedades avanzadas son o no capaces de articular para modular esa codicia, de modo que sus excesos no pongan en peligro la continuidad del sistema. Esas cosas, cuando funcionan o fallan, son los determinantes de las lineas de progreso o regresión que luego salen en los periódicos para ilustrar, mediante gráficas que miden el crecimiento, el desempleo, o el volúmen de crédito disponible, el grado de “felicidad” de los sistemas económicos.

Por eso, los tiempos del calendario no coinciden con los de la economía. Podemos afirmar ahora, con bastante exactitud, que el siglo no terminó en 1.999, sino que acaba ahora, cuando las campanadas de mañana señalen el final de 2.008, el año en el que quedó al descubierto, de un modo obsceno, la codicia sin control de las gentes poderosas que, amparadas bajo la etiqueta del neoliberalismo, son las responsables del mayor desastre financiero y económico del siglo que comenzó en 1.945. Ahora, deben compartir su mesa con el cadáver del neoliberalismo, y se ven obligados a invitar a los fantasmas de Keynes y Schumpeter, para que les den ideas para arreglar el estropicio. Si esto no es un fin de siglo, pues ya me dirán.

La botella de tinto Enterizo de 1.999 la compartí con unos amigos. Al despedirnos, las brumas del alcohol hicieron que mi mano se deslizara sobre el glúteo de una amiga –por cierto, que duro, el glúteo-- en un gesto impropio y vulgar que, al no ir acompañado de indicio alguno de que hubiera intención de bromear, provocó en el rostro de mi amiga una expresión pétrea de rechazo.
Desde aquí le pido disculpas. No fui yo. Fué ese vino de 1.999. Seguro que el predicador había rellenado la botella.

En fin. Feliz siglo nuevo.


LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 30-12-08.

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