domingo, 7 de diciembre de 2008

LA TRAMPA DE LA LIQUIDEZ

Hacía treinta años que no oía esa expresión y hoy, un premio Nóbel de Economía, Paul Krugman, la usa en un artículo publicado en el suplemento de negocios de El País. Por entonces acababa de licenciarme en Economía. Recuerdo que, en la facultad, estudiábamos la política keynesiana, que defendía el recurso masivo al gasto público, recurriendo al déficit, para luchar contra la recesión económica, y uno de los argumentos que apoyaba esa política era la existencia, en situaciones excepcionales, de esa trampa.

Hay trampa de liquidez cuando el recurso habitual para reactivar la economía, el descenso de los tipos de interés, no funciona. A pesar de la rebaja en el precio del dinero, esa medida no consigue inducir la mayor liquidez necesaria para cambiar el signo del ciclo económico. Eso es, exactamente, lo que sucede ahora mismo. Pero no voy a hablar solo de Economía, sino de trampas.

El mundo habitualmente caótico en el que nos desenvolvemos –ver página Modelos, Sistemas, Caos-- está lleno de trampas, y no solo de liquidez. Pisas un paso cebra, que es una superficie protegida muy bien señalizada y un autobús sin frenos se te lleva por delante. Dedicas treinta años, que se yo, a dirigir bancos, o museos, y al final descubres que lo que te gustaba era la carpintería.

Toda la vida, desde que ibas a las discotecas, te han molao las mujeres rubias, y ahora que estás en una silla de ruedas, y te cae un poco la baba, compruebas que las mujeres rubias eran solo trampas, porque a las que de verdad te habría gustado conocer, es a las morenas.

Te hacen un contrato indefinido, pongamos hace dos años, en una industria automovilística boyante, y piensas que tu carrera de ingeniero industrial, especializado en automoción, va a ir como un meteoro, y ahora formas parte de las colas de desempleados, porque la fábrica ha echado el cierre. Otra trampa. Al menos has aprendido que, en este mundo, no hay nada indefinido.

Pero la mayor de las trampas que te puedes encontrar es el pesimismo. El pesimismo es un veneno letal. Renunciar a emprender cosas, porque pueden salir mal, prescindir de probar tus capacidades porque tienes miedo al fracaso, o peor, al éxito, negarte a levantarte cada vez que sufres una caída, pensar que no vale la pena, son trampas vitales mucho mas envenenadas que la trampa de la liquidez.

Me temo que, ahora, voy a volver a la Economía.Las recesiones económicas se prolongan a veces demasiado tiempo, porque, con independencia de factores objetivos, como el desempleo, las actitudes de las personas, que son las que dinamizan la economía, se vuelven conservadoras, pesimistas, desconfiadas, porque el clima de opinión que se crea alrededor de los hechos económicos es, en ocasiones, mas influyente que los hechos mismos.

Esto se observa claramente en los vaivenes de las bolsas, pero también influye de un modo claro en las decisiones de gasto e inversión. Y es ese estado de ánimo de los sujetos económicos el que agrava la situación, y si no se combate con medidas bien tomadas y explicadas, capaces de generar confianza en los sujetos económicos, para que puedan plantearse un cambio de actitud, las medidas monetarias por si mismas son incapaces de revertir la situación.

Hay otras trampas. Además de la de la liquidez, y la del pesimismo, está la trampa que podríamos llamar del sálvese quien pueda, o aligera costes como sea. El recurso masivo de los empresarios al despido, que tiene en su base una reacción de pánico, mas que una decisión racional, es un boomerang que se vuelve enseguida contra ellos mismos.

Una aceleración tan salvaje como están mostrando las cifras de desempleo en este país, indica que hay pánico entre los empresarios y una especie de competición por ver quien despide a mas gente, mas deprisa, pero esa actitud, tiene el efecto inmediato de que la demanda de bienes se contrae aún mas, y mas deprisa, lo que a su vez genera mas quiebras empresariales, mas despidos y mayor contracción de la demanda.

La política económica anticíclica requiere, para ser eficaz, de un gran acuerdo previo para la acción coordinada de gobiernos, empresarios y sindicatos, sin que ello signifique que una de las partes tenga que hacer de víctima. Si cada uno va a su bola, la salida de la trampa será mas larga, dolorosa y costosa.

Convendría recordar a un empresario pionero, Henry Ford, quien, cuando su incipiente industria del automóvil estuvo a punto de fracasar, elevó el salario de sus obreros para que pudieran comprar su producción. Algo parecido se hizo aquí, cuando se firmaron los pactos de la Moncloa.

Las medidas de contenido estrictamente económico están bien, pero si no tienen el efecto de cambiar la actitud de las personas, su eficacia será mas que limitada.


LOHENGRIN.(CIBERLOHENGRIN.COM) 7-12-08.

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