(...) “Después de comer, Pau echó un sueño ligero. Siempre lo hacía. Diez o quince minutos. Si se excedía, tenía un despertar demasiado espeso. Fregó los cacharros, se sentó delante del televisor y continuó con los canales de audio hasta que comenzó el programa de Boris Izaguirre.
Boris llenaba parte de las tardes de ocio de Pau, que ahora eran todas. Le encantaba ese tío, su desenvuelta desvergüenza, la precisa inteligencia con la que intervenía en las conversaciones cruzadas de su programa, para moderarlas, con una oportunidad, una capacidad de síntesis, un tacto y un rigor que se echaban en falta en otros comunicadores menos informales, y su talento para la representación. En esto último, Pau era un entendido, tras haber dedicado treinta años de su vida al oficio de tramoyista de teatro.
Cuando terminó el show televisivo, Pau encendió la luz de lectura y abrió el libro de Bulgákov –El maestro y Margarita-- por la página 386. Esa historia de Pilatos, otra vez. Al avanzar en la lectura, Pau fue recordando las páginas anteriores y se preguntó si Polansky, el director de cine, habría leído el libro. Aventuró si la escena demencial de la recepción y baile que Voland ofrece a sus invitados muertos en el libro, en capítulos anteriores, podría haber sido la fuente que inspiró a Polansky su película “El Baile de los Vampìros”.
Se preguntó hasta que punto su propia historia de tramoyista, esa historia que alguien estaba escribiendo a su costa, todo lo que sucedía en ese tren onírico al que accedía en sueños, lleno de autores y personajes muertos, estaba influído, también, por el libro de Bulgákov. A Pau le daba igual.”
“Lo único que le molestaba era que hubieran incluído en ese despropósito la historia de la cartera, y que le hubieran atribuído, en su visita al museo, la condición de chorizo colaborador con un ladrón de arte. Sentía que, con lo de la cartera, le habían puesto en ridículo. Su sentido del ridículo estaba tan desarrollado que era incapaz de pasar por alto cualquier situación embarazosa que le afectara, por nimia que fuera. Siempre dejaba un poso en su ánimo que tardaba en desaparecer.
A veces, para recuperar su autoestima después de un incidente así, se ponía su mejor traje y se iba a la puerta de Capitanía Militar, en la plaza de Tetuán, Allí, el centinela, tomándolo por un pez gordo, se le cuadraba y le daba un taconazo. Entonces, Pau contestaba al saludo con un gesto displicente, emprendía el regreso y, cuando llegaba al viejo caserón de Velluters comprobaba, invariablemente,
que su estima había sido restituída con aquel inofensivo ritual.
La historia de Pilatos por la que ahora transitaba Pau, no le apasionaba demasiado, pero cuando llegas a la página 400 no te queda otro remedio que seguir. Siguió leyendo hasta las nueve, cenó un poco de fiambre y media lechuga. Sintonizó el canal de audio. Escuchó fragmentos de Cármen, de La Traviata, de Turandot, hasta que, finalmente, le venció el sueño y se durmió”
“En la duermevela de su primer sueño, mientras los marcos del caserón crujían con la actividad de la carcoma, vio el fantasma de Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano, rey de Jerusalén y Sicilia, en un tren de alta velocidad que se dirigía a Nottingham. Federico exhortaba a los ponentes que le acompañaban, para que dejaran de perder el tiempo y aceleraran los trabajos pre congresuales que, hasta el momento, dijo, eran una basura infumable, en lugar de solazarse en el bar como si no tuvieran nada que hacer.” (...)
(Fragmento de “Después de Praga”, libro inacabado sobre fantasmas y un Congreso en Nottingham, texto revisado en 2008)
LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 13-12-08.
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