viernes, 26 de noviembre de 2010

BONHOMÍA

Cuando sea mayor me gustaría llegar a ser un señor bondadoso y saludador, sonreir a todo el mundo y no envidiar nada de nadie, aunque solo sea por ir contra corriente, pues si los trece tomos de mi diccionario enciclópedico solo dedican tres líneas de una estrecha columna a definir la bonhomía, asociándola además a la ingenuidad y el candor, eso es un signo evidente de que los valores sociales aprecian mas la mala leche, el colmillo retorcido y la puñalada trapera, el éxito, el pragmatismo cínico y la habilidad para la trampa, por encima, no ya de la bondad, sino de la mera ausencia de maldad.
(...)
Aquí confundimos al bondadoso con el tonto, al deshonesto con el listo, y solo en los cuentos infantiles aparece la bondad como un valor social que merece cierto respeto, pero al llegar a la vida adulta es facil que se aplauda a los facinerosos que salen de un juzgado y se envidie la habilidad de muchos para el enriquecimiento rápido, se vote una y otra vez a los corruptos, se busque estar a la sombra de los poderosos, a ver lo que cae, y se odie a todos aquellos que denuncian la corrupción porque con esa actitud ponen en peligro los intereses de mucha gente que ha decidido medrar a la sombra de los corruptos.

Ignoro de donde viene esa preferencia por el chanchullo y la trampa, esa apología
del 'listo', y ese desinterés por las conductas que hacen del respeto al otro, y a lo que es de los otros, una regla de vida. No creo que estas actitudes hayan nacido de un día para otro, que tengan su origen, digamos, en los últimos quince años.

Ese desprecio por la honestidad y esa apología del aprovechado tiene que tener un sustrato cultural mas profundo. Otra cosa es que ciertas leyes laxas hayan facilitado su afloración, pero ese rasgo social, ese carácter nacional, debe venir, por lo menos, desde hace cuatro siglos, o mas. Los historiadores lo sabrán. Yo solo puedo recordar aquí el teatro y la novela de la picaresca, donde los héroes eran los burladores y los tontos los burlados.

Pero el asunto de la bonhomía no solo tiene que ver con la honestidad. Lees un periódico y enseguida observas que hay, al menos, dos clases de columnistas, unos que tienen una mala leche corrosiva y aprovechan su columna para liberarla en dosis venenosas, y otros que no consideran que la vida les haya tratado tan mal como para tener que vengarse cada día desde una tribuna pública.

Hay otros que dejan ver en su estilo, su recurso al buen humor, su irnonía sin sarcasmo, que son personas buenas, en el mejor sentido de la palabra bueno, que son capaces, cuando es menester, de un enfoque crítico, sin llegar a la acidez, pero, sobre todo, que no sienten que se les debe nada, y deben cobrarselo con tinta.

A este último género me gustaría pertenecer, cuando digo que de mayor me gustaría ser un señor bondadoso y saludador, pero desde que dejé de leer cuentos infantiles, en ninguna de las escuelas por las que he pasado se enseñaba bonhomía, seguramente, porque esa es una cualidad --al menos a mi me parece que lo es-- que no se aprende.

Se nace bueno, o se nace hijo de puta, con independencia de la inocencia de la madre
de uno. Lean los periódicos. Sobre todo, los artículos de opinión. Hay de todo, pero
los mas escasos son los que usan la ironía sin sarcasmos, la crítica sin acidez, aquellos en los que notas que quien los escribe, lo hace convencido de que nadie le debe nada, que no debe pasar factura a nadie por nada de lo que le haya sucedido en la vida.

A uno de esos me gustaría parecerme, pero no lo consigo.

En fin. Bonhomía.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 27-11-10.

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