domingo, 28 de noviembre de 2010

EN LA COCINA

En esta mañana seca y soleada de domingo que contradice aquí las expectativas de un tiempo duro y helador, me he despertado temprano con una fuerte sensación de hambre.
Estoy frente al banco de la cocina y contemplo una enorme bandeja llena de letras. No son letras de sopa, como aquella pasta con formas alfabéticas que nos daban en caldo de cocido cuando éramos niños. Son letras de verdad, en tipos del dieciseis, con esa rotunda realidad que impone la ficción y me parece ver en ellas, por el pinchazo del hambre en mi estómago, cualidades alimentarias.
(...)
La B tiene todo el aspecto de un bollo de hamburguesa abierto por la mitad. Si metes dentro una I, lo cierras y le das un bocado tienes la sensación de estar en la fiesta de la cerveza en Münich hincándole el diente a un auténtico Frankfurt, o en una franquicia de esas que hay en los centros comerciales donde puedes elegir entre doscientas botellas distintas de cerveza.

La Q, con esa forma de rosquilla con un toque de fruta escarchada, te pide a gritos
echarle un poco de nata encima y si te tienen prohibidas las cosas dulces, puedes añadir al placer sensorial de su degustación, la aventura añadida de la transgresión
que, si no tienes demasiado alto el azúcar, puede quedar impune.

El anillo un tanto ovalado de la O casi exhala el perfume de los calamares a la romana, pero no conviene pasarse porque el rebozado empacha un poco. En cambio, cuando te acercas a la doble uve, la abundancia de sus aristas recuerda la textura de los erizos, pero a diferencia de ese exquisito fruto del mar --ahora es temporada-- que guarda en su interior una misteriosa yema anaranjada, en el interior de la W no se oculta ningún misterio.

La forma triangular con rabo de la Y evoca el aroma de las costillas de cordero lechal asándose sobre la lentitud de unas brasas demoradas en la chimenea de una casa campesina perdida en la helada sierra, en cambio la g, minúscula en este caso, recuerda la anatomía del chipirón, con su bolsa llena de tinta --que sirve para escribir-- y sus minúsculas patitas asomando discretamente por abajo.

La C, si se le da la vuelta, de modo que su abertura quede en el lado de abajo, presenta el perfil suculento de un redondo de lomo ibérico crujiendo bajo el calor del horno, convenientemente adobado y pefumado con hierbas aromáticas.

En general, las M, N, Ñ, y demás letras montañosas, tienen el aroma de la bollería y los dulces que necesitan horno, porque su volúmen compacto evoca una masa hinchada por el calor y la levadura, salida de un molde de plum cake.

No pretendo que sea original buscar un maridaje entre comida y lenguaje. Conviene recordar que todas las tartas de cumpleaños llevan una leyenda escrita, y que esas palabras de felicitación, se comen. Sumergirse en una bañera llena de palabras rotas o desayunar virtualmente frente a una bandeja llena de letras que evocan el placer de la comida, no son mas que variantes de la vieja costumbre de escribir sobre una tarta con una manga de crema o nata, y luego comérsela.

No obstante, como mi desayuno virtual no ha calmado los pinchazos de mi estomágo, estoy pensando, aprovechando este magnífico domingo soleado, acercarme hasta Las Rotas de Dénia y allí, en el bar de los Hermanos Sendra, ponerme ciego de erizos. Ahora es temporada.

En fin. En la cocina.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 28-11-10.

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