miércoles, 3 de noviembre de 2010

RUIDOS

Ayer vi una película que cuenta la vida de Lope de Vega. Esta mañana he buscado en mi escueta y desordenada biblioteca algo de Lope, pero solo he encontrado 'El Condenado por desconfiado', de Tirso de Molina, un fraile mercedario que se hacía llamar así y que, según el prologuista, compuso 86 obras, lo que, sin llegar a la fecundidad de Lope supone una producción considerable.

Los primeros versos de 'El condenado..' ponen en boca de Paulo, el ermitaño, lo siguiente:

'Dichoso albergue mío/ Soledad apacible y deleitosa/ que en el calor y el frío/me dais posada en esta selva umbrosa/donde el huésped se llama/ o verde yerba o pálida retama.'

Otra línea, al final de la página, incluye lo siguiente,

'¿Cuando yo merecí que del estruendo me sacarais del mundo... '

Sorprende que un autor que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII, tuviera una percepción del mundo de entonces como un lugar estruendoso.

(....)

¿Como puede ser, si entonces no había motores de explosión, ni altavoces potentes instalados en los coches que atestan ahora nuestras calles, martillos neumáticos hendiendo el pavimento, ni alcaldes obsesionados con abrir tuneles en el subsuelo urbano?

Parece evidente que cada época tiene sus ruidos y, leyendo a Tirso, percibes que los que le atormentaron no fueron menores que los de ahora, aunque si de distinta naturaleza.

Viendo, y escuchando, en la película de Lope, rodada en Marruecos, las calles atestadas de gente, el estrépito de las ruedas de las carretas sobre las calles mal adoquinadas, el golpe de los martillos en las fraguas, los talleres de forja abiertos al fragor callejero y los gritos de los mercaderes ofreciendo sus mercancías en las plazas, puedes imaginar la necesidad de tranquila soledad a la que Tirso alude en esos primeros versos, como un medio de evasión del estrépito del mundo.

El ruido puede llegar a ser una tortura insoportable. Alguien me contó que un vecino de Xúquer, una zona de copas de Heliópolis, se asomó al balcón provisto de una escopeta, dispuesto a disparar contra los ruidosos, aunque alguien le sujetó la escopeta y se lo impidió, porque la imposibilidad de dormir le había desquiciado los nervios, cosa que, por cierto, también puede provocar el silencio, cuando no se está preparado para soportarlo.

La música no parece exactamente un ruido, sino mas bien un placer armónico de los
sentidos, pero todo depende del contexto. Estoy escuchando a Pavarotti desde una radio algo lejana y me molesta como si fuera un ruido, porque distorsiona la concentración necesaria para lo que estoy haciendo. En otro momento, sin duda lo que ahora percibo como una molestia sería algo placentero y relajante.

Hay gentes que no pueden soportar el silencio, como hay otras cuyo sistema nervioso se quiebra por la agresión continuada del ruido. Heliópolis es una de las ciudades mas ruidosas del mundo, pero aquí nos molesta menos porque desde niños nos han acostumbrado a que cada celebración, tenga un origen religioso o pagano, sea familiar o comunitaria, institucional o doméstica, vaya precedida, subrayada, o
concluya, con una explosión de pólvora festiva, mas apreciada cuanto mayor nivel de ruido expande a su alrededor.

Somos un pueblo ruidoso, que se le va a hacer. Hemos cultivado una especie de orgullo patrio por esa condición, porque el ruido se asocia al bullicio y la alegría mediterránea, y a mi eso no me molesta, en el ámbito del folclore y la celebración.

Otra cosa es entrar en un espacio público, un bar, un restaurante, y observar como casi todo el mundo grita desaforadamente para comunicarse. A este hábito, la verdad, no le encuentro justificación folclórica o festiva. Me parece, simplemente, un signo de mala educación.

Como en el siglo XVII, nuestras calles y lugares públicos son tan estruendosas como las percibía Tirso, con el añadido del ruido del tráfico, las obras públicas, o las radios vecinales puestas a todo trapo, pero me temo que quedan ya pocos lugares a los que retirarse para disfrutar de una soledad apacible y deleitosa.

No es tan grave, siempre que tengas un sólido e indestructible sistema nervioso
a prueba de los excesos de decibelios. No es mi caso. Doy por terminada esta entrada.
He de ir a romperle la cara al vecino que me está torturando con Pavarotti.

En fin. Ruidos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 3-11-10.

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