domingo, 20 de febrero de 2011

AMANECER

"En ese momento mágico del día en el que las lámparas de las farolas urbanas permanecen encendidas, mientras la suave luz diurna comienza a insinuarse desde el mar --siempre he vivido en ciudades portuarias, y no sabría vivir en otro sitio-- paseo despacio por la amplia avenida decorada con palmeras y cipreses, palmeras y cipreses, árboles con sus ramas desnudas, como indicadores elocuentes de la estación del año en la que nos encontramos, un útil recordatorio para quienes ya no recordamos quienes somos, si es que alguna vez llegamos a saberlo, ni en que momento del tiempo vivimos.

Palmeras y cipreses, y aburridos árboles de hoja perenne, faltos de sensibilidad vegetal para modificar su aspecto en función de los cambios estacionales. Decía que camino por la avenida silenciosa en esta hora mágica del amanecer. Voy en busca de un bar abierto para tomar el primer café del día y comprar una cajetilla de tabaco. Dado lo temprano de la hora, solo puede ser en la antigua franquicia de Cafés Valiente, que ahora tiene otro nombre, raro.
(....)

Una pareja de tórtolas sale volando desde la copa de un árbol, asustada por el ruido de mis pasos, que deben percibir como un cañonazo. El macho lleva dibujado en el plumaje de su cuello un collarín verde, una especie de marca o logotipo que tiene la función de informar a las hembras. Aquí estoy yo. Soy un macho.

Entre los humanos, también funcionan ese tipo de señales. Las pasarelas de la moda de todo el mundo--aquí la de Madrid es la mas publicitada-- están ahora en plena efervescencia para ofrecer su sofisticado catálogo de señales que a mi me parecen muy semejantes a las de los coloridos plumajes de las aves. Soy un macho. Soy una hembra sofisticada. Busco pareja, pero solo entre los que alcancen mi mismo nivel de glamour. O bien, veis esta ropa asexuada, significa que deseo que se acerquen a mi los que compartan mi aversión por el sexismo.

Camino por la amplia avenida, ajardinada con palmeras y cipreses, palmeras y cipreses, arrastrando mi caduca humanidad de macho declinante que no renuncia a incluir señales en su vestido que indiquen, estoy aquí, ¿me veis?.Una elección poco frecuente por la visibilidad, entre los viejos ejemplares de la manada que solo esperan ya ser apartados de la escena donde se libran las incruentas batallas, mas fingidas que sangrientas, para optar al premio que asegure la reproducción al ejemplar elegido.

Las mujeres han sufrido, a lo largo de la historia, una especie de invisibilidad en la vida social que las ha marcado como un género oprimido. Desde las escritoras que firmaban sus libros con el nombre de sus maridos, hasta las que eran quemadas en la hoguera mientras se sostenía que carecían de alma, el tratamiento que sufrieron como menores de edad hasta el siglo pasado en muchos ordenamientos jurídicos, en particular en el de este país, que se prolongó hasta el final de la dictadura, las multitudes de mujeres incorporadas luego al sistema productivo como fuerza de trabajo, con salarios inferiores a los hombres por la misma tarea, configuran un mapa de desigualdad, de indignidad, que se vuelve trágico en el terreno del maltrato y el crimen de género.

La hostilidad que muestran muchas mujeres contemporáneas ante el macho cultural, producto de esos siglos de opresión, está plenamente justificada, por eso hace falta una cierta osadía, hoy en día, para ir por la vida reivindicando la condición de macho. Aunque lo que se busque sea la visibilidad biológica, no la opresión cultural, no es fácil separar una cosa de la otra, y quien todavía busque esa visibilidad como un medio de aproximación al otro sexo, se arriesga a un rechazo de género.

Tal vez por eso, muchos hombres han cambiado su estrategia de aproximación a la mujer, renuncian a cualquier atributo visible de su condición biológica, buscan la complicidad de género, mas que su afirmación como machos dominantes.

Otros en cambio, pasean frente al mundo de la mujer su caducidad, buscan su visibilidad como el macho de la tórtola, con su collarín verde en el plumaje del cuello, en un intento de permanecer en un mercado que demanda otras cosas, el glamour de pasarela, la insultante juventud de los ídolos del deporte."

Es algo patético contemplar a uno de esos ejemplares viejos que todavía apuestan por la visibilidad, en lugar de por la complicidad de género, arrastrar su declinante humanidad, vestido con los colores de los plumajes de las aves, por la acera desierta
de la amplia avenida, entre palmeras y cipreses, palmeras y cipreses, mientras la luz diurna de esta hermosa ciudad portuaria avanza desde el mar, antes de que se apaguen las lámparas de las farolas urbanas.

En fin. Amanecer.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 20-02-11.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios