viernes, 18 de febrero de 2011

EL DISCURSO DEL REY

Ayer vi 'El Discurso del Rey' en los cines AQUA y me pareció, en muchos sentidos, una película teatral. No solo por la extraordinaria calidad de los actores, que siempre he creído que solo se puede alcanzar cuando se empieza el oficio por donde se debe, el teatro. Solo cuando un actor se enfrenta a la dificultad de que se le entienda desde la última fila del patio de butacas y trabaja para conseguirlo, al final suele dominar su dicción y hacer de su voz una herramienta consistente y dúctil a la vez.

Nada que ver con los actores sin oficio teatral que empiezan directamente en los platós de televisión y luego pasan al cine, con el resultado, en muchos casos, de que no se les entiende nada de lo que dicen, aparte de que no suelen decirlo bien.

La experiencia teatral de Colin Firth (Jorge VI, un rey tartamudo), Elena Bonham Carter, y Geoffrey Rash (el terapeuta Lionel), se suma a la de Robert Graves, el grandioso actor que encarnó a otro ilustre tartamudo, el Emperador Claudio, y cuya inclusión en este reparto, en el papel de Arzobispo de Canterbury, parece un guiño de complicidad con el asunto que muestra la película.

En la Inglaterra de los convulsos años 30, el duque de York, futuro Jorge VI, no está destinado a ser rey, pero el encoñamiento de su hermano mayor, el duque de Windsor, con la divorciada americana Wallis Simpson, y su abdicación a la corona inglesa, obligan a York, quien solo se considera un oficial de la armada, sin capacidad para ejercer de cabeza de la monarquía, por sus dificultades para hablar en público, a asumir un papel para el que no se considera preparado.

La teatralidad de esta película se acentúa a través del papel del terapeuta, Lionel, quien resulta ser un actor aficionado, que no es logopeda, ni está titulado, y su única experiencia como corrector de los defectos del habla ajena, tiene su origen en sus ayudas prestadas a ex soldados australianos a quienes los traumas vividos en la primera guerra mundial les han dejado como secuela la tendencia a la tartamudez.

Ver a Lionel aplicando sus trucos terapéuticos me hizo evocar las técnicas que se practican en al Aula de Teatro a la que asisto en las tardes impares. Los mismos ejercicios de voz, la relajación de las mandíbulas, la respiración diafragmática,
todas esas herramientas relacionadas con la dicción teatral, son las que enseña el supuesto terapeuta en la película. Me recordaba de una manera vívida a mi profesor de teatro.

El asunto central de la película, creo yo, es algo que está de viva actualidad ahora mismo. ¿Cual es la distancia que hay entre los personajes públicos, los mensajes que hacen llegar a la gente común, asistidos por quienes se ocupan de que los contenidos del mensaje, el modo de decirlo, los gestos que lo acompañan, merezcan la credibilidad de quienes los escuchan, y la persona real que interpreta el papel de persona pública?

Podríamos decir que esa distancia es variable, según la naturaleza y condición de la persona real que se imposta en la pública, y según el perfil del personaje público y las circunstancias concretas que, en ocasiones, obligan a la persona a tal estiramiento de su verdadero ser, que no llega a alcanzar la credibilidad del público, tal es la distancia entre lo que realmente es, y lo que está obligado a parecer que es.

Este conflicto entre persona pública y privada es lo que presenta 'El Discurso del Rey', aunque no solo eso. También la naturaleza de una monarquía sin poder ejecutivo, aunque con una clara conciencia de clase aristocrática, que queda de manifiesto en algún momento en el desprecio con el que York trata al terapeuta, un plebeyo, o las delicadas relaciones entre la monarquía y la Iglesia Anglicana, con el arzobispo tratando de influir en la elección de terapeuta para el rey.

Los guiños teatrales son continuos en la película, así, cuando Lionel va a una audición para que lo contraten como actor, sin éxito, o cuando representa a Shakespeare delante de su familia, con una joroba postiza, declamando un texto de Ricardo III, o le pide a York que recite el sobado fragmento de Hamlet, Ser o no ser.

En fin. Una película muy adecuada para los aficionados al teatro, que ningún alumno
de escuela oficial, o para oficial, debería perderse.

Luego hay otro asunto, y es el de trasladar a la vida real lo que nos ofrece la película. En las pantallas de televisión, en el periodismo escrito, tenemos a nuestro alcance ejemplos cotidianos de gentes como el duque de York, luego Jorge VI,
que, sin ser tartamudos, representan un papel público cada vez mas alejado de su auténtica personalidad.

Este aumento de la distancia entre los discursos públicos y la condición privada de quien los dice, introduce una cierta distorsión en la vida pública, y una pérdida de credibilidad en el receptor del discurso que escucha, atónito, cosas que no le cuadran con el personaje que tenía mas o menos acotado en su percepción.

Así, quienes escuchan desde hace algún tiempo discursos propios de la derecha mas liberal a quienes votaron, en la creencia de que estaban por la socialdemocracia, andan un tanto confundidos, lo mismo que quienes militaron en su juventud en partidos de izquierda radical, y ahora oyen esos postulados en boca de los portavoces del Partido Popular.

Pero, el colmo de la confusión, es lo que se ha atrevido a decir Felip en una columna de Levante. Según Felip, Rajoy representa, en buena medida, la continuidad en las aspiraciones políticas de quienes perdieron la guerra civil!. Toma ya!

Solo después de ver 'El Discurso del rey', de constatar la distancia que hay entre la persona privada, tartamuda, o no, y la pública, puedes acercarte a entender, aunque sea un poco, tamaños despropósitos.

En fin. 'El Discurso del Rey'. Pueden verla esta semana, a las 18,15h. en los cines AQUA. Los actores fingen infinitamente mejor que nuestros personajes públicos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-02-11.

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