Cuando IBM implantaba en las empresas españolas aquellos viejos cacharros informáticos constituidos por una unidad central con disco duro y una red de pantallas tontas, incapaces de generar, como ahora, una revolución democrática, que solo servían para introducir datos que el operador no podía verificar hasta que, al final de la jornada, se grababan por DFU, se celebró una reunión ejecutiva en la empresa en la que yo trabajaba por entonces --años 70/80, creo-- en la que el director general hizo un discurso en favor de las nuevas tecnologías, para suavizar las resistencias que todo cambio induce en la mente rutinaria del trabajador medio español.
Todavía Bill Gates y Jobs no habían arrasado con su software de andar por casa la posición de monopolio que ocupaba IBM en el mercado, y la entonces boyante compañía informática aprovechaba ese privlegio para vender aquellos cacharros a un precio equivalente al de los coches deportivos de dieciséis válvulas, con el viento a favor de una revolución tecnológica a la que ninguna empresa medianamente representativa se podía sustraer.
Aún recuerdo la súbita palidez del rostro del director general, cuando, después de exponer la potencia tecnológica de aquella innovación que se iba a implantar en la gestión de la empresa, cuando solicitó preguntas y comentarios a su intervención, le di mi opinión.
Después de asumir las indudables ventajas, la potencia tecnológica de aquel sistema innovador, hice un comentario sobre su fragilidad, al sugerir la posibilidad de que un simple cubo de agua derramado en la unidad central, inutilizara sus circuitos y dejara la maravilla tecnológica en un estado de total inactividad.
Aquella observación impertinente tuvo un inesperado efecto, al contribuir a crear un nuevo puesto de trabajo en la empresa: matón de ordenador.
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Han transcurrido tres o cuatro décadas desde que se introdujeron en la gestión de las empresas aquellos primitivos inventos. En ese lapso de tiempo, la profesión de matón de ordenador se ha generalizado y no hay una gran superficie, ningún centro de El Corte Inglés, que no tenga uno, o varios vigilantes que se cuiden de la seguridad de su centro de proceso de datos. Se diseña un software específico para que los operadores de las terminales, que ya no son tontas, tengan un acceso limitado a según que ficheros, y se limita su uso para actividades lúdicas, para que la gente no se pase las horas accediendo a Second Life y esas cosas, pero la amenaza del cubo de agua, aún subsiste.
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Cuento esto porque la acción de un grupo ecologista asaltando la central nuclear de Cofrentes, en la que al parecer ha resultado lesionado un vigilante de la central, podría haber sido mas eficaz, aunque menos espectacular, si hubieran conseguido que alguien, desde dentro del complejo nuclear, hubiera echado un cubo de agua en el lugar adecuado de su centro de control tecnológico, y la hubiera parado.
Una acción de esa naturaleza podría haber sido considerada una agresión, pero incruenta, sin heridos, y hubiera tenido una repercusión infinitamente mayor en la opinión pública. Una agresión es también la intención del gobierno socialdemócrata de alargar hasta cuarenta años la vida útil de las nucleares de nuestro país, estando sin resolver cuestiones tan importantes como el almacenamiento de residuos, por no hablar de las catastróficas experiencias derivadas de la vejez de las instalaciones que reventaron, tanto en USA como en Ucrania.
El Consejo de Seguridad Nuclear, que nos quieren hacer creer que es una entidad científica independiente, incluye lobbystas de las compañías energéticas, militares de dudosa trayectoria democrática y es cualquier cosa menos un órgano consultivo independiente.
En cuanto a los argumentos de que no podemos prescindir de las nucleares, porque somos deficitarios en la producción de energía eléctrica, si es el caso, si lo somos, es porque no se han llevado a cabo políticas adecuadas para resolver ese problema, que no es de ahora, sino que se conoce desde hace treinta años.
En este asunto, como en otros, se le ve el plumero al ministro al servicio de la Industria, Sebastián. el mismo que dijo que la subida de las tarifas eléctricas era equivalente al precio de un café diario, y a sus predecesores, que durante décadas han favorecido los intereses de la industria, pero no se han ocupado, en serio, de transformar nuestra economía energética, hasta convertirla en autosuficiente, algo que, según los ecologistas, es tecnológicamente posible, pero también es una aspiración que choca permanentemente con intereses sectoriales, a los que nuestros políticos socialdemócratas se pliegan con demasiada docilidad.
Ahora, con las prisas, como siempre, cuando se avecina una crisis energética de envergadura, por la vía de los precios y por la vía del aumento de consumos de los nuevos y cada vez mas poderosos países emergentes, a Sebastián, junto con sus colegas de gobierno, no se les ocurre otra cosa que prorrogar la vida útil de nuestras ya vetustas centrales nucleares, asumiendo unos riesgos para la población que están muy lejos de poder controlar, en lugar de promover medidas contundentes de ahorro energético, por ejemplo, o dedicar mas recursos a la investigación de energías geotérmicas, o de otras fuentes. Este gobierno mete la pata cada dos por tres, primero con la economía, luego con la energía. Lo lamentable es que el que está en espera no parece ofrecer nada mejor.
Ante esta situación, el cubo de agua se perfila como la mejor herramienta subversiva, en el sentido de cambio, de darle la vuelta a una situación. Ya que los políticos, los financieros y los grandes empresarios no atienden a razones, es hora de que, armados con un cubo de agua, paremos sus gabinetes, sus bancos, sus empresas energéticas, sus centrales nucleares, sus consejos falsamente independientes, sus gabinetes de cien economistas que no aportan opiniones independientes.
Esta estrategia, la del cubo de agua, tiene una ventaja. Si se hace bien, no produciría ningún lesionado, pero tiene dos inconvenientes. No alcanza a ese sector de la economía que ha vendido los pisos muy caros y ahora los está recomprando muy baratos con el dinero negro obtenido a toneladas en la década del boom. El dinero negro, el que está comenzando a reactivar el mercado inmobiliario de viviendas usadas, no habita en ningún ordenador. Esta bajo el colchón, o en cajas de alquiler en los bancos, o en paraísos fiscales. El cubo de agua, no sirve en este caso.
El otro inconveniente, no menor, de la estrategia del cubo de agua, es la velocidad de los avances tecnológicos. Antes de que nos demos cuenta, la miniaturización de los dispositivos electrónicos, y los progresos sobre Biomecatrónica en el MIT, podrían conducir a la desaparición física de los centros de control de las nucleares cuyas operaciones podrían ser controladas desde mínimos dispositivos alojados en las cabezas de huevo de los miembros del Consejo de Seguridad Nuclear.
En fin. El Cubo de Agua.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 17-02-11.
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