En ciertos lugares y épocas, burlarse de los políticos puede convertirse en un deporte extendido, con mas practicantes que el fútbol, aunque con menos espectadores. Hay, al menos, dos razones para esta extensión. Las medidas incoherentes de los políticos son, a veces, legítimo motivo de burla. El coste cero del ejercicio de ese deporte para quien se burla, por la existencia de garantías democráticas que permiten la burla, sin llegar a la ofensa, no es lo menos importante, esperemos que siga así.
Por otra parte, el gobierno y la oposición están tan intensamente ocupados en medidas desorientadas para salvar una economía que no entienden, y cuyo efecto perverso afectará a la mayoría de economías domésticas, que no les queda tiempo para ocuparse de su imagen pública.
(...)
No siempre ha sido así, disentir del poderoso en la antigüedad, llevaba aparejada una dosis de cicuta. Son numerosas las cabezas ilustres seccionadas por toser al soberano.
Sin retroceder tanto, periodistas ilustres de la dictadura en España, cuando hablaban del poder lo hacían con tantos circunloquios, rodeos y caminos intrincados, que solo los entendían los iniciados y, por supuesto, nunca citaban nombres. Los poderosos de entonces les dejaban hacer eso, porque sabían que no les entendía casi nadie.
Volviendo a lo de ahora, burlarse de los políticos electos, es como burlarse de uno mismo, porque todos hemos contribuido a elegir a unos u otros. A mi me parece que esa burla de uno mismo, autoriza, o al menos suaviza, la sátira política.
Todo esto viene a cuento de una breve declaración de Blanco, a quien escuché decir, con ocasión del debate parlamentario sobre la modificación constitucional
que, mientras ellos, gobierno y oposición se entiende, estaban trabajando intensamente en esas medidas que, con alta probabilidad, van a dar un resultado contrario al esperado, otros estaban mirándose el ombligo. Ya se que no se refería a mi, pero me doy por aludido.
Blanco es un hombre de mérito. Hijo de un modesto conserje de las Cortes, ha llegado a ministro. Ese mérito no se le niega. Pero la nariz de Pinocho que le acompaña desde siempre, es una visible evidencia de la imposibilidad de separar la mendacidad de la política.
Mirarse el ombligo puede que sea un signo de la egolatría de los críticos, pero es también una saludable práctica higiénica. Si te miras el ombligo antes de ducharte, todos los días, eso te ayuda a quitar la roña que se deposita en los pliegues de ese mínimo apéndice anatómico, residuo del proceso natal.
Si eres un político, y no te miras el ombligo, aunque te duches todos los días puedes acabar con esa fea excrecencia natural, llena de mierda.
Esto es una burla, si, algo cruel, quizás, pero no consiento que ofendan a mi ombligo.
En fin. La Burla.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 4-09-11.
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