sábado, 3 de septiembre de 2011

LA ERMITA DEL FISCAL

Ayer fui a la Ermita del Fiscal, me senté frente a su portalón cerrado a cal y canto, y reflexioné sobre la bondad y la maldad de los hombres, esa mezcla que nos habita a todos, nos hace tan humanos, y nos da un tinte particular a cada uno, según predomine en nosotros uno u otro color. Mi manía por la dualidad no tiene raíces cristianas, mi familia, la rama materna, era agnóstica y libertaria, y la dureza de la rama paterna provenía de que quemaban encinas en la sierra de Espadán para hacer carbón.

Esa extraña mezcla, junto a la lectura de tercera mano de Lao-Tsé, creo que han terminado por convertirme a la dualidad. Bondad/maldad, Yin/Yang, España/Chile, (3-2), todo son pares, duales.
(...)
Esta mañana he bajado al bar de los locos, porque es sábado, y he esperado a que el taxista madrugador se tomara el primer café con leche --sale malo-- para pedir yo el segundo. Mientras esperaba, he comprado El País en el quiosco anexo, he leído el editorial y me ha parecido apto. Cuando juzgo los editoriales solo los califico de apto, o no apto. Nunca me dejo llevar por exageraciones estéticas, como cuando valoro las columnas literarias de la última.

Mi manía de juzgarlo todo, después de buscar las pruebas, viene de esa dualidad mía que me impulsa a actuar como fiscal y juez, a la vez, sin tener ni puta idea de nada.

Decía que ayer por la tarde visité la Ermita del Fiscal. Está en un paraje que también es dual, porque intenta mantener su naturaleza rural, amenazada por un entorno urbano.

Se accede por un estrecho y serpenteante camino asfaltado, aún frecuentado en algún tramo por las boñigas de caballo, flanqueado por una vieja acequia, algún secadero de cebollas y cultivos ancestrales a cargo de las alquerías que todavía subsisten como testimonios de otra época, permite contemplar el 'garrofó', esas vainas que contienen unas judías mágicas sin las que la paella no existiría, colgadas en las estructuras de cañas que yo creía que solo eran propias de las matas de tomate.

Ese paseo entre acelgas, bancales de perejil y coles cultivadas por un agricultor a quien llaman 'el colero', mientras enormes caracoles se deslizan por el terrizo entre la tierra húmeda por la lluvia del primer septiembre, tiene una potencia evocadora fulminante, que a mi mujer, que me acompaña, le ha sugerido sus caminatas de juventud hacia la playa, pasando por la iglesia de La Punta, visible desde el camino.

A mi me ha hecho recordar la mañana en que almorzamos, mi profesora de Comunicación y yo, junto a los compañeros de clase, en los bancos corridos que hay frente a la Ermita del Fiscal, para despedir el curso, y el regreso, cogidos del brazo, como si estuviéramos vinculados por una relación platónica, en medio de los campos de cebollas, los cultivos de rábanos y las hermosas flores de acequia, blancas y amarillas como ramos de novia, o coronas de muertos.

La misma sensación, reforzada por la afortunada convivencia con mi mujer desde hace medio siglo, he tenido al tomarla de la mano mientras permanecíamos sentados en un banco, seco tras la reciente llovizna, por la protección de los grandes árboles que le dan sombra.

La ermita es un edificio sencillo, sin gran valor arquitectónico, pero tiene el atractivo de lo nuevo, de lo desconocido, porque nunca imaginé, hasta que lo visité el curso pasado, que pudiera existir un paisaje así, en pleno centro urbano, al que se accede por una entrada señalizada cerca de un centro comercial, y que constituye una especie de isla arquitectónica, rural y cultural, flanqueada
por la no muy lejana arquitectura vanguardista de Calatrava.

Agosto ha muerto y la posición del sol hace que sus efluvios no sean tan lesivos para la piel humana, a cambio de esa tregua, comienza a asomar la melancolía de las tardes cortas. De un modo gradual, pero inexorable, la luz ira desapareciendo unos minutos antes cada tarde, y con ella, se irán, inevitablemente, las mágicas visiones de ombligos desnudos, muslos rotundos y pechos desvelados bajo las blusas rojas desabrochadas pero, a cambio de esa pérdida, renacerán los amores otoñales.

La vida escolar se renueva, empieza el curso, el lunes aparecerá el cartel que anuncia las fechas de matrícula y, quien sabe, tal vez vuelva a ver a mi profesora de Comunicación, a las viejas amigas que comparten conmigo la curiosidad por el aprendizaje aunque, el lado menos bueno, es que he oído rumores de que el profesor de Teatro ha renunciado a dar clase este curso en el centro, por la hostilidad de un grupo minoritario de alumnas que lo ha repudiado.

Si así fuera, estoy pensando en acudir a otro centro donde si va a dar clase. Quien sabe, tal vez descubra allí un paisaje nuevo, desconocido, como el de la Ermita del Fiscal.

En fin. La Ermita del Fiscal.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 3-09-11.

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