"Hubo un tiempo en el que mi marido no tenía conciencia del otoño. Vivíamos con una cierta estabilidad, no con desahogo, pero sin grandes dificultades. Su pintura comenzaba a cotizarse en los mercados internacionales, hacía diez años que nos habíamos casado, teníamos dos hijos y yo estaba embarazada del tercero.
Desde entonces, no nos hemos separado. Ahora, mientras usted y yo hablamos, oigo el pitido de la válvula de la olla exprés. El está en la cocina, nunca se separa del fogón cuando cocina. Tiene una imagen de Buda en la pared, porque está convencido de que la expresión 'pasarlo por el chino', tiene el significado de que si no ofrece a Buda el guisote a medio hacer, no le saldrá bien. El es así. Está guisando unas carrilleras, pero, da igual lo que guise, siempre sabe a rabo de toro. Se aprendió hace veinte años esa receta, y haga lo que haga, siempre sabe igual porque, aparte de la carne, no cambia los demás ingredientes.
--Y, dígame, ¿cuando empezó a notar usted un cambio en su carácter?
Fue después de nuestra estancia con Concha y Miguel en un hotel de Moraira. El se empeña en decir que fue en Dénia, pero le aseguro que fue en Moraira. Le recuerdo aquellos días con una expresión feliz, demasiado feliz, en realidad. Yo no podía sospechar que aquello era el preludio de una etapa de inestabilidad que a punto estuvo de dar al traste con la normalidad de nuestras vidas.
(...)
¿Que pasó después?
Yo no entendía lo que pasaba. De repente el hombre con el que me había casado, aquel muchacho de ojos color avellana que me arrebató con su mirada penetrante de la ingenuidad adolescente, después de haberme preñado dos veces, ahora, justo antes de transformarse, de cambiar como un camaleón, me dejaba en una terrible disyuntiva, en el delicado momento de mi tercer embarazo. Cuando Agustín, el director clínico de aquel desatino, me preguntó si lo internaba, o me sentía con fuerzas para aguantarlo en casa con un tratamiento ambulatorio, dije que lo dejaran en casa.
Aquella primera vez que tuvo una crisis estacional, fue la mas terrible. Se iba de casa a las tres de la mañana, lloviendo, para sentir en el rostro la dulce textura de la lluvia, decía, y su padre, ya mayor, tenía que ir detrás con un paraguas para convencerlo de que volviera a casa.
¿Se repitieron esas crisis?
Varias veces. Tengo un anecdotario completo, pero solo le daré algunas muestras.
Una primavera le dio por ir en su coche, con una guitarra y una botella de fino,
a compartir su alegría con los ocupas que entonces estaban en el viejo chalet de Blasco Ibáñez, hoy rehabilitado. Les dio un cheque en concepto de subarriendo porque quería quedarse a vivir allí, que tuvo que recuperar un amigo.
En el pasillo cuelga una prueba material de lo que digo. Un cuadro al óleo que evoca los interiores de aquel viejo chalet, una silla de enea, un viejo paraguas,
un cesto de mimbre y un par de cacharros de porcelana desportillados ¿quiere usted verlo?....
--Anda, pues es verdad...
No solo era yo quien aguantaba, con mi sentido del realismo casi pétreo, las veleidades del artista. Un otoño, cuando había cambiado tanto que se había transformado en un tipo taciturno, los agentes que colocaban sus cuadros en Londres y N. York --el hacía una pintura de una suavidad lírica, bucólica, como Turner, que los millonarios compraban porque mirarla en sus salones tranquilizaba sus conciencias-- se ponían de los nervios al ver su producción otoñal, una cosa expresionista, terrorífica, directamente inspirada en Munch, y se quedaban sin material hasta la primavera siguiente.
--Por lo que me cuenta, no se, diría que su resistencia para aguantar con una persona tan complicada y variable ha debido ser heroica.
--Al principio, fue muy difícil, si. Vivir con una persona que se comporta diez meses al año con normalidad, y de repente encontrarte con otra, pasar de un tipo racional, a otro irracional, de uno alegre, a otro triste, de uno pasional a otro
melancólico, de uno demasiado elocuente a otro taciturno, te da la sensación de que estás conviviendo con dos maridos, y si uno ya es demasiado, imagínese.
Es como vivir con un misterio, nunca sabes con cual de los dos maridos te vas a encontrar al regresar a casa. Desde luego, no ha sido aburrido.
--Entonces, ¿como ha aguantado?
Tenía la esperanza de que ambos aprenderíamos de esas crisis, por su reiteración, como así ha sido. Quiero lanzar un mensaje a las personas que tienen que lidiar
con estas dificultades. El apoyo clínico, el uso de estabilizadores del ánimo, si se persevera en la lucha contra estos trastornos, puede llevar a una práctica desaparición de las crisis estacionales, aunque, evidentemente, siempre queda una singularidad en la personalidad del sujeto afectado, que lo diferencia de la mayoría, pero, eso, en un artista, en un escritor, no es del todo indeseable.
--Y, ¿que ha pasado con su pintura?
Ahora ya no pinta, el uso del litio ha estabilizado su ánimo, pero le ha dejado un efecto secundario, un temblor en la mano derecha, que era con la que el pintaba. El médico me ha advertido de que podría haber una recaída tardía. Si así fuera, si hubiera que internarlo, no me importaría acompañarle y sentir el calor de su mano en la mía mientras vemos el viento abatir las hojas doradas de los olmos.
--Muchas gracias. Es todo.
(Esta entrevista tiene su origen en una serie de veinte que, en un principio, pensé en realizar a escritores y artistas. Enseguida me di cuenta de que si quería saber algo cierto de ellos, debía preguntar a sus mujeres, y eso es lo que estoy haciendo. En el caso del Pintor X, tengo claro que, sin la actitud resistente de su mujer, X habría acabado en la calle, empujando un carrito con sus escasas pertenencias, con un auricular en el oído para no hacer tan evidente que hablaba solo.)
En fin. Vivir con un misterio.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 26-09-11.
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