lunes, 12 de septiembre de 2011

VOLVEMOS DE MADRID (II)

"El segundo día de nuestra estancia en Madrid nos levantamos con un intenso dolor en nuestras partes blandas, y duras, por los muchos kilómetros recorridos en ese circuito urbano, sin ser, precisamente, unos atletas.

(...)
Desayunamos en la cafetería del hotel, zumo de naranja, café con leche y una tostada de aceite, y subimos hasta el Retiro, por la Puerta de Murillo.

Pero antes, bajé a fumar un cigarrillo en la calle y cuando entré en el vestíbulo del hotel, mantuve la única conversación sostenida con alguien de Madrid. Una dama de blanco, con aire filipino, provista de un Sillit Bang y una bayeta, la pasaba por el cristal oscuro de una mesita auxiliar.

--¿La tratan bien en el hotel?, dije yo, si no, me quejo..

La dama de blanco se me quedó mirando con una expresión entre dolida y resignada. Pude leer en sus ojos la respuesta,

--Eres gilipollas, o que?

Luego dijo, y a ustedes, ¿que tal les va por Madrid?

--Es una maravilla. Maravillosa.

Volvió a mirarme con esa expresión suya, y volví a leer en sus ojos,

--Si, este tío es un gilipollas.

Luego me fijé en las falsas columnas de mármol falso, de falso color crema marfil, que decoraban el vestíbulo y al verme reflejado en un espejo reconocí que, como muchos otros, solo soy un producto moderadamente falso. Cosas de la artesanía.

Al entrar al Retiro por la Puerta de Murillo, solo teníamos el propósito de dar un breve paseo relajante por sus jardines, pero enseguida nos dejamos perder en el bosque de castaños. El suelo estaba regado de sus frutos caídos,aún recubiertos por su vaina vegetal. Unas formas esféricas provistas de espinos mas propias de la geometría espacial que del mundo vegetal. Al abrirlas, el brillo de las castañas se hacía presente con la potencia de un bodegón del Museo del Prado.

Anduvimos largo rato, como si fuéramos Antonio Machado, por los paseos arbolados del Retiro, hasta dar con el jardín de Cecilio Rodríguez, un algo afrancesado, como el decorado de 'Las Amistades Peligrosas' o 'El cuaderno del dibujante'.
Si Cecilio, jardinero mayor que fue del reino, estuviera ahora entre nosotros y nos contara todo lo que vio entre esos setos tan bien cuidados, con un guionista mediano tendríamos para una serie larga de ochocientos capítulos en la tele pública.

A la salida del Retiro, después de tomar un refresco bajo la sombra de un quiosco, ya era tarde. Retomamos la angustiosa búsqueda de un sitio para comer,
mas cruel aún si cabe que la del día anterior, pues la Vuelta Ciclista tiene prevista su llegada a las cuatro, justo delante del hotel, en el Paseo del Prado,
y la gran afluencia de curiosos, junto al hecho de que es domingo, confluyen para que una gran cantidad de baretos estén cerrados, y los otros estén llenos.

Dado que las calles están cortadas, y los accesos limitados, con esa locura intermitente que sufre esta ciudad cosmopolita que nunca acaba de digerir un cierto sentido del orden urbano, nuestras mujeres deciden que lo prudente es buscar algún sitio para comer cerca de la calzada del Prado que está junto al hotel, para evitar quedar aislados, aunque, en realidad, la gente cruza perfectamente, porque aún no han llegado los corredores.

La búsqueda del lugar idóneo para comer se prolongó, como es normal, hasta las tres y media. De nuevo la fatiga borgiana y los nervios estuvieron a punto de
atacarme pero, milagrosamente, aunque la Cervecería El Diario estaba atestada, encontramos una mesa libre en 'La Fábrica'.

La tortilla de patatas que pedí, renunciando a los canapés del te de las cinco de la duquesa, fue visitada con gran interés por mi mujer y mis amigos que habían pedido otras delicatessen, y todo resultó estupendo, si.

Después de comer, nos apoltronamos en la terraza de un hotel de la Plaza de la Platería, dispuestos a ver desde allí a los veloces corredores de la Vuelta, mientras tomamos un café con hielo, pero el ajetreado camarero que tiene a su cargo un número de mesas visiblemente desproporcionado, no termina nunca de llegar a por el pedido.

Después de que los veloces corredores, que componen una bella estampa con sus maillots de colores contra el viento, dieran un par de vueltas al circuito urbano, precedidos y acompañados por una variada y aparatosa escolta de toda clase de vehículos, el pobre camarero llegó, con la lengua fuera, con los cafés calientes y el hielo medio deshecho.

Se hizo la hora de ir al Thissen y, al llegar, un cartel en una pizarra anunciaba
que las entradas estaban agotadas para todo el fin de semana. Lola, que está en todo, las llevaba. Las sacó con antelación por Internet. No se que pasa en Madrid este fin de semana, pero todo es overbooking, muchedumbre y agobio.

Ya no se puede ir a ver arte a los museos, tan llenos de gente como están. He llegado a pensar que es mejor ir por la noche con una linterna, llevarte a casa un par de cuadros, tenerlos durante un mes y luego devolverlos.

Por ejemplo, la pareja de cuadros que hay colgada en la exposición, dos paisajes urbanos idénticos en apariencia, pero, si te fijas, uno es a la una de la tarde
y otro a la una treinta. La única diferencia es una sutil variación en las sombras. Antonio, tío, si tan obsesionado estás con los cambios de la luz, ve dentro de mes y medio al Retiro, entra por la puerta de Murillo y trata de pintar el bosque de castaños iluminado por la luz otoñal. Seguro que ya lo has hecho y has dejado el boceto en el montón de la obra inacabada.

Es mas saludable hacer lo que hicieron Sargent y Sorolla.En lugar de obsesionarse con los cambios de la luz, se la apropiaron y la dejaron fijada en su pintura para la eternidad.

Lo mejor de la obra de Antonio López me han parecido sus esculturas. En ese trabajo, al prescindir del problema de la luz, se ha centrado en la perfección de la anatomía humana, aplicando los cánones renacentistas mejorados con el realismo de la modernidad, con unos resultados asombrosos.

De llevarme algunos cuadros suyos a casa, elegiría ese de su etapa mas antigua, un paisaje doméstico con un plato de loza levitando en la escena, como si el pintor aún se debatiera entre realismo y surrealismo.

Luego está otro muy chocante, no por el cuadro en si, sino por el museo que lo guarda. Una pareja follando desnuda, cerca de Atocha, entre la soledad urbana.
El cuadro procede de un museo de Boston. Y digo yo, como un cuadro así está colgado en un museo de Boston, con lo beatos que son allí?.

En cuanto al famoso cuadro de la Gran Vía, reproducido en una gran foto mural en la entrada del museo, lo siento, pero me recuerda muchísimo al de Genovés, que no se si es anterior, coetáneo, o posterior.

Lola tenía razón. Dos horas han sido suficientes para visitar la exposición de López en el Thissen. Sin desmerecer la importancia de lo expuesto, el contenido de la colección no es tan extenso como parecía. Tita nos ha timado, aunque solo un poco. Cualquier exposición en Heliópolis, en el Centro del Carmen, sobre todo aquella que hicieron de un legado de cuyo nombre no me acuerdo, tenía calidad y contenido para tirarse seis horas en el museo, y no te la acababas.

La cafetería del Museo estaba habitada por una plantilla de camareros ansiosos por cerrar. A pesar de eso, nos hicieron el favor de dejarnos tomar tres aguas tónicas y un vichy catalán, eso si, nos clavaron dieciséis euros. Todo sea por el arte.

Lo mismo que ponía en el Círculo de Bellas Artes, todo sea por el arte, en la pizarra que anunciaba el precio por subir a la azotea. ¿Pagar por subir a la azotea, tío? Ni que fuera el Empire State Building.

Total, que nos conformamos con volver a ver la colección de escultura neoclásica
que está en los tejados de Madrid, desde el puto suelo.

Terminada la visita turística, artística y deportiva, solo nos quedó volver, como almas en pena, con nuestras partes blandas y duras doloridas, al hotel, recoger las maletas, acercarnos a la estación de Atocha y descansar allí hasta la hora de tomar el AVE. Como no nos apetecía cenar, mi mujer y yo nos compramos dos manzanas en la tienda de la estación. Dos putas manzanas. 3,35. Todo por el arte.
Las dos manzanas, de un verde sublime, totalmente esféricas, eran auténticas obras de arte, si.

Volvimos en un vagón en el que también iban unos tíos con un fuerte acento de Castellón. Jugamos una partida al Continental para dejar morir el tiempo, nosotros cuatro, no los de Castellón. Ganó Antonio.

Faltaban unos minutos para llegar a la Estación Joaquín Sorolla --otra vez el arte-- cuando el de Castellón, que conversaba con sus acompañantes, vaciló al
citar la velocidad del sonido. Con el impulso metomentodo que me caracteriza le dije, mil kilómetros por hora, Match 1. Luego, nos pusimos a hablar de las tarifas del AVE y la voz de la azafata anunció que nuestro viaje a Madrid terminaba, de modo irremediable, en ese momento, aunque no del todo.

Todo viaje, sea grande o pequeño, tiene, al menos, tres etapas. El pre viaje, la ilusión de planearlo. La realización, un desaforado gasto de energía, y el pos viaje, la evocación. Si, además, tienes la manía de escribir, aún queda la crónica.

La primera versión de esta crónica se ha ido por el sumidero, al tocar la tecla equivocada. Era una mezcla de documentación, memoria, improvisación. Las primeras improvisaciones se fueron al carajo. Que se le va a hacer.

Al salir al vestíbulo de la Estación vi a un economista que trabaja de taxista,
con quien he tomado café alguna vez en el Maravillas. Le dije, tío,¿tienes el taxi ahí fuera?. Hay que hacer cola, me contestó. Luego añadió, que bien vives, cabrón.

Al asaltar el taxi, --todos los viajeros iban al asalto, ninguno guardaba cola--
le hablé al taxista de su compañero el economista, le dije que le conocía del Maravillas. ¿El Maravillas? ¿En la calle Sollana? El tío no se podía creer que yo conociera ese bar, en esa calle, donde el mismo vivía. Charlamos sin parar hasta llegar a casa. Lola y Antonio siguieron hacia el Cabanyal, en el mismo taxi.

El Maravillas, si. Ya estamos en casa."

Fin.

VOLVEMOS DE MADRID (II)

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 12-09-11.

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