jueves, 1 de septiembre de 2011

MI PERRO

He bajado, vestido con un pantalón claro, una camiseta veraniega con finas listas azul celeste y unas zapatillas blanquísimas de cinco euros, a pasear al perro, lo estaba dejando olisquear aquí y allá, orinar en el tronco del árbol gordo del jardín urbano, cuando de pronto he caído en la cuenta de que mi perro murió hace diez años. He obviado ese pequeño detalle y lo he seguido paseando porque he oteado a una vecina maciza que se acercaba con su perro de verdad, al verme con la correa en la mano y escuchar los ladridos de mi perro. Va a ser que se liga paseando al perro, si.
(...)
¿De que raza es?, me preguntó la vecina, que portaba un manso gran danés, que al saludarme me dejó la cara perdida de saliva.

--Es lo último en genética canina, lo llaman el perro invisible y es un par inventado por los japoneses, compuesto de la auténtica correa del perro, y un reproductor que se lleva en el bolsillo para seguir escuchando sus ladridos cuando no está. Lo han inventado para aliviar la tristeza de la ausencia de los animales queridos por sus dueños.

--Vamos, que su perro murió.

--No exactamente, no murió por su voluntad, lo hicimos sacrificar porque tenía una dolencia incurable.

--Espero que no hagan lo mismo con usted, porque si hay algo verdaderamente incurable, eso es la muerte, no?

--No se, al parecer la sanidad pública inglesa ha dejado de atender, sin cobrar, a los fumadores, aquí aún te trasplantan, creo, pero cualquier día, otra modificación constitucional puede elevar a rango de ley hacer compost con los viciosos irrecuperables.

--Y, diga, ¿como era su perro?.

--Lo encontramos perdido cuando era un cachorro de seis meses, en Las Rotas, en una mañana de lluvia otoñal, y nunca nos separamos de el en los siguientes trece años. Era un grifón, al parecer belga, muy travieso y huidizo que seguramente escapó de sus dueños en una de esas salidas rápidas a las que era tan aficionado.

Íbamos a la casa de la sierra, siempre acompañados por Lucas. Cuando faltaban tres kilómetros para llegar a destino, Lucas, asomado por la ventanilla abierta, se excitaba visiblemente, con la melena al viento, al percibir los olores de la libertad. Era un ser libre y desobediente, como deberíamos ser todos.

Al abrir la puerta del coche, se marchaba a toda prisa, sin hacer ningún caso de nuestras llamadas, tomaba el camino de una cumbre de la sierra, donde hay una ermita, y no paraba hasta llegar allí, porque tenía un lío con la perra del ermitaño.

Dos días después, a las tres de la mañana, rascaba en la puerta de la casa hasta que le abríamos, se dejaba caer encima del poyo, junto a la chimenea, pulsaba delicadamente con la patita la tecla de la radio, y se quedaba plácidamente dormido escuchando a Brahms.

--Su perro era un poco golfo, no?

--Si, pero era muy sensible. El día que lo sacrificó el veterinario, por orden nuestra, hace ahora diez años, cuando le inyectaron la dosis letal, su mirada era tan profundamente humana, que no he podido olvidarla, por eso estoy con usted aquí, ahora, recordándolo.

--Pues lo siento, es usted muy agradable, pero tengo que llevar al gran danés a orinar, en su árbol. Chao.

En memoria de Lucas,en el décimo aniversario de su muerte,en recuerdo de su mirada humana, de nuestras lágrimas vertidas el día que lo mandamos sacrificar con alevosía. Todavía tengo un sentimiento de culpa,si.

En fin. Mi perro.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 1-09-11.

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