El mismo satélite que nos informa del estado de nuestras montañas, registra con sus cámaras de infrarrojos las peculiaridades de la vida urbana en el solar ibérico. Al parecer, las gentes mas modernas, las que mas gastan en peluquería y compran su ropa en las tiendas de N. York, en la intimidad de los lavabos regresan a un ritual de chamanes, una práctica ancestral que los brujos realizaban ayudados con el polvo obtenido al machacar hongos alucinógenos, mientras entonaban cantos esotéricos, y que los aficionados al polvo blanco han convertido en un acto funcional, desprovisto de los adornos de las antiguas culturas.
Es un signo del eterno retorno. Günter Grass, tan controvertido ahora, por el modo literario en que administra su pasado, aunque nadie habla de sus esculturas, escribió un libro, El Rodaballo, que me dejó huella durante mucho tiempo. Esa fábula se inicia en la Silesia del neolítico y recoge algunas costumbres de la época, como el consumo de sémola de esteba y la cagada colectiva de la horda, que era un acto de afirmación de los miembros de la tribu, en lugar de esa cosa individual vergonzante en que se ha convertido con la evolución civilizadora. Se ponían en círculo y una vez finalizadas las evacuaciones, el Haya tritetuda, la matriarca de la tribu, examinaba una a una las deposiciones y si alguna no alcanzaba el nivel de calidad exigido, el tipo era destinado sin demora al caldero.
El resto de la tribu, los sanos, degustaban las partes mas tiernas de su colega en un recipiente común, que algunos antropólogos sostienen que es el antecedente de la paella. En ese libro, El Rodaballo, que termina en el siglo veinte, con las revueltas de los astilleros de Gantz, cada veinte páginas, Grass introduce la expresión la próxima glaciación. Ignoro si es un recurso de compositor, una repetición voluntaria que busca con ese leit motiv conseguir un cierto efecto rítmico, un recordatorio de antropólogo sobre la precariedad relativa del tiempo humano, cuando se mide con la magnitud de los tiempos geológicos, o un reflejo de artista que, con esas pinceladas de blanco helado, busca dotar de color, o de ausencia de color, su mensaje literario.
Ahora mismo, vivimos tiempos blancos, no solo las montañas norteñas ofrecen esa imagen, sino que al parecer somos la tercera potencia mundial, en consumo de cocaína. La competencia y el libre mercado de la empresa y la imagen, presionan sobre ejecutivos, guapos y famosos para que estén siempre en estado de revista y claro, ese esfuerzo continuado exige un plus energético que ha extendido el consumo de esa sustancia defatigante que los campesinos andinos se limitaban a extraer de la masticación de las hojas de la planta para poder cavar la tierra, pero que los consumidores occidentales usan en forma de concentrado, con la secuela de los daños cerebrales colaterales que se derivan del exceso de principio activo. Ya lo decían los médicos antiguos. El veneno es la dosis.
No son los únicos daños colaterales que sufren nuestros cerebros. Algunos no consumimos opiáceos con habitualidad, pero, en el siglo blanco, los mensajes de los medios de comunicación, con independencia de su color, alcanzan nuestros cerebros con la misma persistencia repetitiva de las dosis cotidianas de otros tóxicos, para contarnos que el asunto del cambio climático, tan vinculado al blanco ártico, es objeto de un encuentro protocolario de los poderosos que no tienen intención de tomar decisiones de calado y solo escenifican una representación para el consumo del público, mientras que otro grupo, al parecer mas interesado en el tema, exige una franquicia de dos millones de dólares para participar en las ponencias. Que quieren que les diga, lo veo todo blanco.
A la vista de los datos sobre el calentamiento del planeta que las expediciones al ártico revisan con frecuencia, no parece que la obsesión de Grass, la próxima glaciación esté en vías de materializarse. Es poco probable que, quienes observan la tierra desde los laboratorios de la estación espacial, lleguen a describirlo alguna vez como el planeta blanco, en lugar de azul, pero cada vez es mas creíble que lleguen a nombrarlo como el planeta seco, al menos por estos barrios desde los que escribo.
Blanco.
Lohengrin. 28-09-07.
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