lunes, 24 de septiembre de 2007

SOBERBIA

La soberbia, para los agnósticos, no es un pecado, es un rasgo del carácter. Una tendencia a la satisfacción y la contemplación de las propias prendas, con menosprecio de los demás, a veces acompañada de cólera e ira expresadas con palabras altivas e injuriosas. El soberbio suele manifestarse así, altivo, arrogante, excesivo.

Temo que ese rasgo de carácter está demasiado presente en las dos páginas anteriores del blog. En una de ellas, Imaginación, hice una crítica áspera del discurso de una persona representativa de una organización corporativa profesional, que luego me pareció demasiado dura. Para arreglarlo, no tuve otra ocurrencia que tildar al criticado, en base al aspecto que presentaba en una foto de prensa, de pobre hombre, bondadoso, pero débil, con lo que añadí a la crítica de su cometido profesional, la ofensa personal.

Cualquiera puede presentar un aspecto patibulario en la foto de su D.N.I. y no por eso se le puede tildar de delincuente. Ese es mi caso, desde que me dejo el pelo largo como si fuera D’Ártagnan, solo por ahorrar en gasto de peluquería.

Solo he conocido a una persona que renunció a la posesión del D.N.I. por ser consecuente con su rechazo al Estado. Era una mujer, de pensamiento libertario, que a cambio de ejercerlo con todas sus consecuencias, renunciaba a cualquier beneficio, atención sanitaria, ayudas o subsidios procedentes de los entes públicos. Fue, en realidad, una pionera de los sin papeles, aunque no era una inmigrante, sino una exiliada voluntaria de un sistema que no compartía.

Al lado de mi casa hay una cárcel, con muros de hormigón, que pasa por ser una comisaría de policía y ocupa un antiguo cuartel militar abandonado. Es un centro de internamiento de inmigrantes sin papeles. Ayer, unas docenas de personas desplegaron sus pancartas y gritaron por sus megáfonos, para protestar por el hecho de que no se reconozcan derechos a quienes no tienen papeles. Eran pocos, frente al portón cerrado. Nadie les hizo el menor caso, excepto la lluvia, que descargó con fuerza inusitada sobre ellos, obligándolos a dispersarse.

La persona de la que he hablado, no reclamaba papeles, sino que los rechazaba. Son dos actitudes frente a una misma situación injusta. Creo que estudió en la facultad de Filosofía. Como no podía matricularse, porque no tenía papeles, lo hizo en calidad de oyente, y aprovechando los apuntes que le facilitaba su compañero. Naturalmente, nunca se examinó. No estaba allí para examinarse, solo para aprender filosofía.

La inmensa mayoría de los ciudadanos, aborígenes o inmigrantes, tenemos papeles. El D.N.I. es la madre de todos los papeles y allí figura nuestra foto, pero es un signo de soberbia y temeridad hacer conjeturas sobre los rasgos de carácter de una persona solo por el aspecto que presenta su foto en el D.N.I. o por su imagen que acompaña una entrevista de prensa.

Con esto doy por concluida la tríada sobre la Imaginación, la Crítica y la Soberbia. No pienso volver sobre un asunto que me ha hecho enmerdarme en un lío de críticas, contradicciones, excusas no solicitadas y análisis caracterológico, absolutamente irrelevantes para los usuarios del blog.

A partir de ahora, pienso dedicarme al relato absurdo, eso sí, con un toque crítico, ácido, irónico, sarcástico. Es un rasgo de mi carácter. Que voy a hacer...

Lohengrin 24-09-07.

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