El Roto, con su trazo expresionista y su lenguaje sintético y acerado, pone en boca de una de sus dramáticas figuras, en El País de hoy, el siguiente texto, “Si llego a saber que con no pagar la hipoteca iba a hundir a la banca mundial, lo habría hecho mucho antes” Nuestra capacidad para hundir la banca mundial es mas que limitada, si acaso se hundirán aquellas entidades que se han infiltrado en el sistema y han prescindido de las cautelas que las grandes practican para compatibilizar el negocio con la solvencia.
No obstante, en los últimos años, pese a esas cautelas, a esos coeficientes de caja y a las exigencias de los bancos centrales que vigilan la solvencia del sistema, es un hecho que el volumen planetario de las transacciones financieras se ha alejado cada vez mas del valor de la producción de bienes y servicios, de lo que se suele llamar la economía real, a causa de la especulación y el endeudamiento exagerado.
Eso es un hecho documentado, que nadie puede negar. Por eso, argumentar que la crisis financiera no nos va a afectar, porque le economía va bien y su crecimiento no se espera que se reduzca de un modo significativo, es un discurso débil, incompleto, ya que ignora que los niveles de prosperidad dependen, cada vez mas, no de lo que producimos, sino de los deseos que el hada madrina nos concede, y puede ocurrir que, aunque cumplamos el horario y regresemos del baile antes de las doce campanadas, algún acontecimiento inesperado convierta nuestra dorada carroza en calabaza, antes de tiempo.
Nadie con dos dedos de frente desearía que algo así ocurriera, pero para evitarlo no son suficientes los magos de la política monetaria, sino algo de sentido común aplicado a la política doméstica de cada uno. Dejarse seducir por los cantos de sirena del consumo desaforado y recurrir de modo infantil y cotidiano al hada madrina, para satisfacer los mas extravagantes deseos, dejando de lado la sencillez y sobriedad que también son valores de una existencia equilibrada, y el reconocimiento de cuales son nuestros propios límites, nos puede conducir a un brusco despertar, porque los deseos son, por definición, infinitos, pero los recursos, por grande que sea su dimensión, son finitos.
Cuando esta sencilla ecuación, deseos/recursos, es equilibrada por el análisis que suelen hacer las entidades financieras al conceder un préstamo, de la capacidad de pago de quien lo solicita, el sistema no se pone en peligro. Algo ha debido de suceder, algún sarpullido de codicia compulsiva ha contaminado a una parte del sistema financiero, para que ahora estallen esas pústulas en la forma en que lo han hecho con la crisis financiera del quinto banco hipotecario inglés.
Es evidente que una moderación en las actitudes de consumo en las familias, una mayor sencillez, sobriedad y realismo en la evaluación de sus verdaderas necesidades, o lo que es lo mismo, una cierta renuncia al sueño de Cenicienta, de parecer lo que no se es, afectaría a los niveles de producción y consumo, a la economía real, pero para eso están los gobiernos, para invertir en infraestructuras y otras necesidades sociales y compensar la disminución, si es el caso, del consumo privado.
Hace años que no sueño con Cenicienta, desde que era un niño. Tal vez haya llegado el momento de que los adultos que sufren una adicción compulsiva a solicitar deseos a su hada madrina, lo hagan en menor medida. Ya somos mayores.
Lohengrin. 15-09-07
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