jueves, 6 de septiembre de 2007

LOS PRECIOS

--Póngame ese tomate de ahí...ese...¿cuanto es? --Son diez mil. No, ese mas maduro...si.... --Ese son doce mil. --Mire, déjelo, me voy al pescado, luego paso. --Como quiera. El siguiente..

--Cuanto vale ese atún rojo, por favor-...-Son veinticuatro mil. -Ya....déjelo, me voy a la verdura, luego paso.

--Me pone esa lechuga? ..No, dos no, una. Vale. Cuánto es? --Ochocientos, si se lleva dos. Una, son novecientos cincuenta.

Me desperté sometido a una agitación sudorosa, aunque algo aliviado al comprobar que todo había sido un sueño. Me duché, me vestí, y me dirigí a Mercadona, para hacer la primera compra semanal, después de las vacaciones.

Al entrar en la tienda noté algo raro. Todo era mas grande. O tal vez era yo quien había menguado. Seguramente habían ampliado las instalaciones durante las vacaciones. Entre los pasillos, las filas de bateas superpuestas se elevaban a una altura desacostumbrada hasta alcanzar la lejana bóveda por la que se filtraba una limpia luz cenital. Todo era mas grande.

Los botes de aceitunas, apilados sobre las bateas, alcanzaban una altura de tres, cuatro metros. Los envases de salsa tártara habían triplicado su altura. Todos los productos estaban envasados en lotes de treinta y seis unidades. En el frontispicio de uno de los pasillos se ve una enorme pancarta con la leyenda, “La docena de treinta y seis os hará libres”, mientras la música de Carmina Burana suena con fuerza desde los altavoces, dándole un aire épico al lugar.

Sin embargo, aquí no hay nadie. Solo yo, en esta inmensa tienda de dimensiones desmesuradas, donde todo se ofrece en tamaños imposibles y lotes multiplicados por doce.

-Señor, señor.... me dice un empleado que conduce un torito por el pasillo.

-Esto es el almacén. No puede estar aquí. La tienda es en la puerta de al lado.

......

Me desperté, de nuevo, sudando, con gran agitación...hasta que caí en la cuenta de que había soñado que soñaba.

Me duché, me vestí y me dirigí a Mercadona, para hacer la primera compra semanal, después de las vacaciones.

El tamaño de la tienda era el normal. El personal parecía el mismo. Nada parecía haber cambiado, hasta que miré en las bateas. Los envases de salsa tártara habían triplicado su altura. Los botes de aceitunas también. El tamaño de los lotes se había multiplicado y no pude encontrar ya apenas ningún precio expresado en céntimos de euro.

Me pinché el brazo con un alfiler, a veces tiendo a dormirme en las circunstancias mas inoportunas. No. Estoy despierto. Estamos en septiembre de 2.007 y esto es Mercadona. Algo ha cambiado, sin embargo, mientras estaba de vacaciones. Los precios. El tamaño de los lotes.

Pero, sobre todo, lo que ha cambiado a peor es mi capacidad de compra. Jodido Septiembre.

Lohengrin. 6-09-07

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