viernes, 28 de septiembre de 2007

ROJO

El rojo fue el color del siglo XX. No solo dos guerras salvajes tiñeron de rojo sangre las llanuras en barbecho de los cultivos de cereal abandonados para cultivar la violencia grupal, y las tundras esteparias de la vieja Rusia, sino que las revoluciones proletarias de aquel tiempo, tan lejanas como si hubieran sucedido hace un milenio, hicieron de ese color, el rojo, el emblema de los parias de la tierra.

Nunca he participado de la plástica monocolor, sino que he preferido las formas pareadas, por ejemplo el rojo y el negro, que fue el par elegido por quienes renegaban de toda autoridad dirigista, por entender que la anarquía, que no es el desorden, sino la ausencia de jerarquía, es una forma superior de ordenar las relaciones humanas, aunque para que sea realizable, los hombres deben hacer un esfuerzo para cultivarse y alcanzar un grado de madurez social tal, que la jerarquía, que es la fuente del desorden, ya no sea necesaria.

Una utopía, si. Una utopía no es algo inalcanzable, es, simplemente, algo que todavía no ha sucedido. Las sociedades actuales contienen muchos aspectos que fueron, en su momento, tildados de utópicos, y ya ven.

Mi percepción de lo bicolor, sin embargo, está cambiando, al observar los ocasos desde el porche de la casa de Estenas. Así he aprendido que lo que nos empeñamos en individualizar como un color, es un continuo dinámico complejo, cambiante, cuyos componentes interactúan continuamente, sin que ninguno de esos componentes alcance la condición de la durabilidad.

El color rojo desapareció con el siglo, al ser sustituida la figura del proletario por la del consumidor. La bandera de esas nuevas generaciones no revolucionarias es un fresco multicolor compuesto por los atractivos colores de los envases etiquetados que aparecen en las bateas de los supermercados y que, cada vez mas, no son colores inocentes, sino profundamente pensados para producir un efecto de seducción en el comprador.

Aún hay países mas rojos que otros. Son residuos históricos de una etapa anterior. Aún hay partidos políticos que utilizan ese color en sus emblemas, banderas y reclamos, pero son parte de la vieja retórica, que se resisten a abandonar. Ya no tienen vigencia real en la sociedad actual. Ya no hay revoluciones en Europa. No hay proletarios. Finito.

Los colores, sin embargo, tienen que ver con las emociones, afectan a nuestro ánimo, por eso, cuando pintamos la casa, elegimos unos colores y otros no. Por eso, a pesar de los cambios históricos, de las radicales transformaciones de la realidad y las preferencias sociales, todavía los colores son un signo de identidad que nos resistimos a abandonar.

Por eso, por una cuestión sentimental, me resisto a abandonar mi preferencia por el rojo y el negro, aunque voy al supermercado con frecuencia, porque para mi es algo mas que un par de colores. Es la herencia intelectual de hombres como Kropotkin, Prudhom, Bakunin, Reclus, y de tantos otros que no solo han sido olvidados, sino malentendidos, tergiversados, porque la anarquía no es caos sino ausencia de jerarquía. La jerarquía es la causa verdadera del caos y ahí está Bush para confirmarlo.

Sentimentalismos y emociones aparte, el rojo se ha decolorado con el fin de siglo, y los millones de personas que se cobijaban bajo esas banderas, andan ahora por los pasillos de los supermercados y los centros comerciales, seducidos por los envases multicolores de los nuevos objetos de deseo.

Bien entrado ya el siglo veintiuno, es hora de diseñar una nueva bandera. Como no soy partidario de la plástica monocolor, sugiero la de El Corte Inglés. Incluye el verde, que es un color a favor del clima, y esos triangulitos tan de diseño. Tal vez, en el interior de esos triángulos, quepa un mínimo toque rojo, un cierto símbolo de continuidad histórica, un homenaje a aquellos que lucharon, sin saberlo, por la actual sociedad del hedonismo y el consumo.

Rojo.

Lohengrin. 28-09-07.

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