Quienes tenemos la manía de criticarlos, a veces no somos conscientes de que en esa tendencia subyace la crueldad ibérica de quien inventó el pim-pam-pum, esa distracción que consiste en dar de pelotazos a un muñeco hasta derribarlo. Los protagonistas de la política, quienes la ejercen habitualmente, dicen que es un oficio apasionante, pero, quienes la sufrimos, a veces tenemos la sensación de que es una losa de aburrimiento que en lugar de estimular nuestro interés por la cosa pública, lo adormece.
Tal vez sea porque percibimos que la clase política, que a veces actúa como un catalizador de las iras y protestas de los ciudadanos, cada vez tiene menos influencia en los destinos del mundo. Los políticos nacionales todavía hacen presupuestos, siempre bajo la vara de los guardianes de la ortodoxia financiera, y aprueban algunas leyes, cuando no colisionan con los intereses de los poderosos, pero no conozco ningún político que decida cual va a ser el tipo del Euribor el mes próximo, que ordene si se desmantela, o no, una gran empresa cuyo consejo de administración está a miles de kilómetros del lugar de trabajo, y menos aún que tome alguna medida efectiva capaz de cambiar la tendencia del caótico efecto en el clima de las actividades humanas, aunque ciertos políticos aún tienen poder para hacer guerras no declaradas, previamente decididas por los grupos de poder económico que los controlan.
Sin embargo, el espacio de representación que ocupan, todavía atrae las iras de las gentes como si fueran responsables de las decisiones que ellos no toman.
En la primera de El País de hoy, se enfatiza una frase atribuida al presidente del gobierno central que incluye la expresión, “modernización definitiva de España”.
La modernización es un proceso dinámico, a veces algo circular, y, por definición, no termina nunca. Calificarlo de definitivo, que tiene un aroma estático, no parece lo mas adecuado.
Modernos fueron los euroasiáticos que inventaron las migraciones en la última glaciación y los homínidos que aprendieron a usar el fuego. La historia está repleta de ejemplos de modernismos, guerreros y literarios. Los romanos modernizaron las estrategias guerreras, hasta tal punto, que gobernaron el mundo. Luego llegaron los asiáticos con un pedazo de carne seca bajo la silla de sus veloces caballos y esa innovación les dio tal ventaja logística sobre las técnicas estáticas del imperio, que se lo merendaron en cuatro días.
Modernos fueron Byron, Larra, Umbral. Los tres están muertos. Eso si que es definitivo.
Parece mentira que, a estas alturas, todavía tengamos que aclarar que, en este mundo, lo único definitivo es la muerte. Ya lo decía Andolín, --que dirigió una gran empresa vasca del sector vinícola. Todo tiene solución, menos la muerte.
Es una lástima que los políticos y los escribidores suframos una tendencia abusiva hacia el uso de los adjetivos --los apellidos de las palabras, para entendernos. Con lo bien que habría quedado la frase así, “la modernización de España”.
El lenguaje, sin embargo, no es inocente. En este caso, aplicando mis dotes de videncia a los términos de las declaraciones políticas, me atrevo a señalar que la expresión “definitiva” revela una concepción adanista de la política. Algo así como que “España nunca terminará de ser moderna hasta que la modernice yo”. Esto, además de parecer ingenuo, parece estúpido.
Pensar que lo moderno puede ser definitivo, es un acto de soberbia, que puede llevar a quien lo formula a terminar como las legiones romanas, arrasadas por jinetes que cabalgaban veloces caballos, con un trozo de carne seca bajo la silla. Espero que no suceda.
Lohengrin. 2-09-07
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