miércoles, 12 de septiembre de 2007

SEPTIEMBRE

La suavidad de la noche sobrevuela la bandada de estorninos que vuelven a sus adosados, en el mínimo bosque de acacias viejas que pueblan el patio del cuartel abandonado, apenas alumbrado por un par de farolas que dejan la puesta en escena entre luces y sombras. Las voces estridentes de la televisión que se oyen a lo lejos, rasgan el delicado tejido del silencio nocturno y quiebran la serenidad de septiembre con su polución sonora.

Intento cobijarme bajo el manto del silencio pero, al igual que no es posible bañarse dos veces en el mismo río, no puedes habitar dos épocas a la vez. La modernidad es el ruido, los sonidos de la naturaleza son de otra época, inexistente ya para la mayoría de nosotros.

Una borrasca entra por el suroeste, se anuncian lluvias en la mitad sur. Conocer esa información, poder hacer planes en función de esa predicción, no es gratis, como podría parecer. Eso es progreso, y el progreso tiene sus precios. Uno de ellos, es el ruido.

Tal vez, mi pasión por el silencio viene de una añoranza irracional nacida de la contemplación silenciosa de la luz en una mañana de domingo, en la calle casi desierta y regada con el agua de la fuente pública. Ese silencio matizado por el chorro del agua y la voz humana de algún pregón, es el resto fijado en mi memoria de una época prescrita, la síntesis de la infancia de los niños de cualquier barrio periférico en la Heliópolis de los años cincuenta.

Esa puesta en escena no sería completa sin las imágenes de las libélulas púrpuras y doradas que volaban por encima de la fuente, expuestas a la crueldad infantil que las amenazaba, armada con los mortíferos ejemplares extraídos de los cercanos cañaverales. En este septiembre cálido y húmedo, algo indefinido en mi interior me empuja a la recuperación de esas imágenes.

No es difícil recuperarlas, pero el antiguo silencio, solo matizado por las voces humanas y el sonido del agua, es una pérdida irreversible, un precio que hay que pagar en forma de sonidos no humanos que provienen de la televisión, a cambio de saber, casi con certeza, que una borrasca está entrando por el suroeste, y que lloverá en la mitad sur.

Es inevitable que ese ruido estridente rasgue el tejido del silencio nocturno, en esta noche suave de septiembre, cuando los estorninos han vuelto a las copas de las viejas acacias que pueblan el patio del cuartel abandonado, en el claroscuro tan bien conseguido por algún director de escena, a quien no consigo reconocer.

Lohengrin. 12-09-07

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