Fui un niño asustadizo, no se si porque mi naturaleza era así, o porque los chavales mayores de mi familia se divertían estimulando en mi esa emoción con relatos nocturnos de terror que amenazaban la tranquilidad de mis noches para aliviar el aburrimiento de las suyas.
Aprendí a leer con los tebeos que recibía regularmente desde una editorial española establecida en México, enviados por un familiar que se exilió allí. Toda la saga de super héroes universales estaba disponible en mi tebeoteca, porque los tebeos ya estaban, entonces, globalizados. Me pasaba las horas sentado en el suelo, con la compañía de Superman, Capitán América, y los demás personajes de la mitología infantil multinacional, además de los héroes de Bruguera que circulaban por aquí, Capitán Trueno, El hombre enmascarado y demás. Cajas enteras de cartón de embalar contenían ese tesoro de mundos imaginarios que me convertía en el mayor distribuidor de literatura infantil del barrio.
Algunos niños que participaban en las batallas callejeras, los mas belicosos, los mas hábiles, construían ellos mismos sus armas de madera, y algunos especialmente aventajados, fabricaban vehículos utilitarios con plataformas de madera, dotados de rodamientos, que se deslizaban por las pendientes a gran velocidad. Los mas pausados, vivíamos en un mundo imaginario de héroes importados y caballeros autóctonos. Alguno de mis amigos de entonces, llegó a la vida adulta con la misma combatividad de la infancia. Hombre excesivo, comió, bebió, se hizo empresario y trabajó de día y de noche, con la misma beligerancia que ponía en los juegos infantiles, hasta agotar la vida a una edad temprana.
Abandoné la lectura de tebeos cuando comencé a trabajar, muy tempranamente, pero como la existencia sigue un trazado en espiral, aquí estoy otra vez viviendo entre historias imaginarias, solo que ahora, me las invento yo. La vida suele ser mas extravagante que la ficción por lo que, en ocasiones, no es necesario inventarla, basta con contarla.
Anoche asistí a un concierto en La Nau. Yo creía que era un concierto. Resultó ser un extraño acontecimiento con elementos muy dispares en su contenido, como si Calisto Beito se hubiera encargado de la puesta en escena. Un homenaje. Era un homenaje, pero a ratos contenía elementos litúrgicos, como de misa o funeral, y a ratos parecía una manifestación de juegos florales, una exaltación de la personalidad del homenajeado, artista plástico que ocupó cargos de responsabilidad en el gobierno republicano y promovió, dirigió y protegió actividades y bienes culturales, antes de embarcar hacia el exilio mejicano.
Uno de los lados del claustro de la universidad vieja estaba cubierto por la reproducción de un mural constructivista de grandes dimensiones, muy colorista. Sobre la tarima había un piano, y a la derecha, una proyección de vídeo mostraba un retrato del homenajeado, donde aparecía una estrella roja de cinco puntas.
Todo empezó como si se tratara del lanzamiento de un cohete de la N.A.S.A. Una voz en off recitó, por tres veces, la cuenta atrás, antes del comienzo del acto. El público llenaba las butacas dispuestas en el patio. Se apagaron las luces y mi memoria más remota retrocedió a mis terrores nocturnos infantiles, cuando mis primos mayores apagaban las luces para asustarme. En medio de esa oscuridad, solo atenuada por la pantalla de vídeo, alguien hizo una introducción, que me pareció demasiado larga, para aclarar que él no tenía ningún mérito, y nombró una larga retahíla de personas que habían participado en la organización del acto, incluida una persona jurídica, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones, --yo no tenía ni idea de que existiera tal cosa, la verdad-- que, por lo que se ve, había puesto la pasta, o sea nosotros.
Comenzado el acto, se alternaron las interpretaciones pianísticas acompañadas de saxo, con la interpretación de canciones, recitación de poemas, y grabaciones reproducidas, mientras en la pantalla aparecían las efigies de diversos personajes. Todo el espectáculo tenía un nexo común, la mayoría de los intérpretes, autores, mensajes, imágenes y parlamentos, remitían al imaginario de otra época, ya desaparecida. Yo me fijé en algunos espectadores jóvenes que tenía delante y advertí su expresión, entre el cachondeo y el asombro, ante tamaño despliegue de parafernalia litúrgica ideológica.
Cuando al finalizar el acto sonó el himno de Riego y todo el mundo se puso de pie, menos yo, porque aquello ya me parecía demasiado eclesial, mi mujer me tiró del brazo y me hizo levantar.
Salí a la calle unos minutos antes del final, para fumarme un cigarrillo, y porque no me había sentido cómodo entre tanta exaltación floral. Estaba frente al portalón de la universidad, en la calle Comedias. Cuando el público comenzó a salir, no pude evitar la sensación de que presenciaba la salida de misa de doce en alguna iglesia de Heliópolis, cuando tenía seis años.
Había oído decir que la gente del PC tiene una inclinación al dogma, la liturgia y la exaltación y beatificación de sus mártires, comparable a la de la propia iglesia católica, pero siempre me pareció una exageración. Ahora, esto que han montado, me ha trasladado a mi niñez mas antigua, cuando yo mismo formaba parte del escenario callejero de la pos guerra. No se que habría pensado el homenajeado de todo esto. Para mi que habría tenido una cierta sensación de vergüenza ajena.
Lo digo sin acritud.
Cosas de niños.
Lohengrin. 30-09-07.
No hay comentarios:
Publicar un comentario