jueves, 13 de septiembre de 2007

ROMA

En el verano del 68, no el año de la primavera revolucionaria de París, sino el del siglo I, dicen los que estuvieron allí, que Nerón Claudio César Augusto Germánico, emperador de la familia Julio-Claudia en el poder romano, acudió a un lugar de la playa de Ostia para inaugurar las termas mas lujosas nunca antes conocidas, acompañado de sus cohortes, y que al acto acudieron todos los patricios y matronas romanas, incluso sus enemigos, que no quisieron perderse el sarao, porque pudo mas su pulsión esnob que su animadversión al tirano, quien por cierto se suicidó diez días después del evento.

Esto pudo haber ocurrido así o no, pero aquí no se trata del rigor histórico, sino del poder metafórico de las imágenes literarias. En el ágape que acompañó el acto, tal vez se sirvieron dieciocho platos y ocho postres, o no, pero lo que es seguro es que para construir las termas, hubo que desalojar del lugar a quienes acampaban por allí, aunque el terreno no era suyo. En realidad esa porción de playa no era de nadie, era del mar, por eso muchos siglos después de aquella inauguración, las columnas de factura clásica del atrio del balneario acabaron sepultadas bajo el agua, y solo después de milenios, algunos arqueólogos literarios las hemos entrevisto en sueños.

Después de esa dinastía, otras familias imperiales se sucedieron en el poder, la Flavia, los Antoninos, los Severo, pero ninguna de ellas alcanzó los niveles de corrupción y libertinaje que impregnaron el mandato imperial de Nerón. Petronio, que era un romano elegante, ridiculizó las tripas orondas de los patricios que acudieron a aquel acto, y la vulgaridad de algunas de sus esposas y Fellini se inspiró en sus escritos para rodar la versión fílmica de aquellos excesos, El Satiricón.

Parece una crónica histórica, pero es una noticia de actualidad. Vayan a un museo arqueológico, busquen una máscara funeraria de Nerón y compárenla con el perfil de la alcaldesa de Heliópolis. Es sorprendentemente parecida. En las páginas centrales del diario Levante aparece el testimonio gráfico que acompaña la noticia de la inauguración, --un año y medio después de su construcción, sospecho que se habrá inaugurado varias veces, como es habitual-- de un hotel de lujo junto al mar, cuyo nombre prefiero no citar.

El texto detalla que se sirvieron dieciocho platos y ocho postres y la fotografía demuestra que las tripas de algunos empresarios valencianos no son menos orondas que las de aquellos patricios romanos, y que el peinado de alguna de las matronas asistentes, roza la vulgaridad estratosférica. Con esto solo trato de demostrar que la historia sigue un recorrido espiral, y recordar a los atrevidos hermanos cántabros que son quienes han invertido sus dineros, tras sortear no pocos obstáculos legales, supongo que por el procedimiento habitual de dar carta de legalidad a hechos consumados que la infringían, que su inversión puede acabar, si los problemas del cambio climático siguen acelerándose, con las columnas neoclásicas del atrio sumergidas en el mar.

Esto no tiene la menor importancia para los inversores, que no suelen meter los huevos en una única inversión, y además tienen capacidad para ubicarla en otra parte, si hace falta.

En realidad, la noticia de ese sarao, ese sometimiento al lujo que tanto nos acerca a los peores tiempos de la familia Julio-Claudia, hay que enmarcarla en una preferencia por la ostentación esnob, por parte de una comunidad de poder político y económico, que no acaba de librarse de un provincianismo secular y que busca en la exhibición de sus logros, basados sobre todo en la complicidad de las relaciones privilegiadas, la compensación a su falta de solidez.

Al parecer no hubo escenas de libertinaje en el fiestorro, al estilo de Pasolini o Fellini, sino que dominó la corrección política, que es otro síntoma de decadencia, porque cuando dejamos de llamar a las cosas por su nombre, ya no reconocemos los problemas y al final se suelen acumular en una enorme pelota que nos da en la cara cuando menos lo esperamos.

Lo mas indecente de todo esto es que los políticos de ‘izquierdas’ se mataran por asistir al evento, en lugar de boicotearlo con su ausencia, pero tampoco los enemigos de Nerón se privaron de asistir a la inauguración de las termas en la playa de Ostia. La tentación era demasiado fuerte.

Lohengrin. 13-09-07

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