lunes, 2 de noviembre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXXIV)

(…) “Me levanté del sillón y, por vez primera, fui a visitar la alberca instalada en el rincón Zen. Sobre la plataforma de un nenúfar vi flotar la imagen remota del niño que fui. Me asomé al interior de la alberca y el reflejo de la luz de la tarde sobre la superficie del agua, me devolvió la imagen del curso de un río que discurría junto a una vía férrea. Hacia el Este.

Ese curso fluvial se dirigía, tranquilo, a encontrarse con otro de mayor caudal, como una naturaleza ajena a la codicia de los hombres que, en sus riberas, se afanaban por esquilmar con ansiedad el planeta de las cosas materiales que necesitaban para protegerse de su propia fragilidad, de sus dudas e inseguridades, de la fugacidad de su paso por el mundo.

La corriente fluvial, en cambio, segura de su destino, tenía ese ritmo de las cosas inmutables, que cambian constantemente, que se renuevan cada segundo, pero siguiendo un curso con vocación de eternidad, no en términos geológicos, sino en términos relativos, al compararlas con la inanidad de lo humano.

En ese conflicto de ritmos entre la codicia y la prisa de los humanos y la paciencia geológica de la naturaleza, tal vez se juega su supervivencia nuestra especie. Si perdemos ese juego, el planeta sobrevivirá y quizás unos cuantos millones de años mas tarde, después de la sucesión de distintos periodos geológicos, la infinita paciencia de los procesos naturales reparará los destrozos causados por los hombres, dejando el paisaje como si nunca hubiera sido habitado por esas limitadas criaturas.

Si las condiciones de la vida biológica volvieran a reproducirse, es posible que comenzara un nuevo ciclo y en ese proceso recurrente subyace la posibilidad de que algunos individuos de una especie futura que sea capaz, por fin, de aprender a vivir en el mundo, comprendan que su presencia armónica en este medio está vinculada al respeto a la naturaleza, sin que por ello tengan que regresar a las condiciones de vida mas primitivas, sino, sencillamente, encontrar un equilibrio entre su tendencia a un ritmo vital desquiciado y destructor, y la lentitud tranquila y majestuosa del curso de las aguas del gran río.

El contenido de la alberca del rincón Zen es como una poza de aguas limpias, sus impurezas se han decantado hasta el fondo por el peso de los tiempos y lo que ha quedado es un líquido incoloro, aromático y con un sabor mineral, cuya composición es exactamente la misma que la de cualquier muestra extraída por azar de las piedras que cualquiera de nosotros haya encontrado en su viaje vital fuera del jardín.

Con ese líquido ungirán mi cuerpo mortal y esa presencia húmeda y liviana arrastrará consigo desde lo mas profundo de mi mismo, todas las adherencias que la vida ha depositado, capa tras capa, sobre mi fragilidad, como si fuera un viejo árbol marcado por los anillos construidos con mis experiencias.

Ese proceso terminará de erosionar los restos de vanidad, cobardía, envilecimiento, que en distintas medidas se van almacenando en el curso de la vida, y que no fui capaz de eliminar por mi mismo, y el residuo material resultante, convertido en un producto normalizado, libre de conservantes no autorizados y otras sustancias tóxicas, será declarado exento del veneno de la maldad humana y apto para el consumo de las rapaces que volarán sobre mi con un excelente apetito, dibujando en las alturas una figura de geometría concéntrica.

Después del banquete, los carroñeros alzarán el vuelo con cierta dificultad por el peso de sus buches y alcanzarán una altura considerable, llevándome consigo en su viaje. En eso consiste, exactamente, lo que las almas cándidas cuentan a los niños crédulos cuando quieren iniciarlos en los misterios celestiales. Pero, como cualquier biólogo compartiría, ese no puede ser el final de la historia. La materia está sujeta a las mas prosaicas leyes fisiológicas y mis despojos, por muy ungidos que estén, habitan ahora en el estómago de las rapaces, que los convertirán en una pasta ácida que puede caer en el lugar mas inesperado, quizás, en el cogote de algún excursionista distraído.

Cuando disfrutes de un tarde primaveral en el parque, viendo florecer los rosales y te caiga encima una deposición aviar, piensa que puedes ser tu mismo.

Hasta a mi me sorprende la extraña mezcla de misticismo y escatología que, a veces, me sale del teclado. Tal vez, como mi canon narrativo es la página, al llegar a las doscientas palabras me pongo a desbarrar. Una explicación fácil. Me declaro agnóstico, pero al menos en dos generaciones de mi familia hubo ateos militantes, y ya se sabe que el ateísmo no es mas que una forma refleja, contraria, de la influencia religiosa. Buscando mas atrás, un viejo objeto artesanal, un pequeño marco de mosaico que conservamos, con un símbolo cardenalicio como remate, parece indicar que entre mis ancestros hubo un príncipe de la iglesia. Esto por la rama materna. Por el otro lado, recuerdo el extenso catálogo de cuentos escatológicos que animaban las sobremesas de mi infancia.

Sospecho que ese sedimento familiar todavía habita en forma residual en mi imaginario narrativo y de vez en cuando aflora en forma de discurso de predicador de la época de Savonarola, mezclado con los cuentos de taberna que sus contemporáneos contaban cuando se sentían a salvo de la severidad inquisitorial.

Místico y escatológico. Epígono libertario y conformista. Agnóstico y dando vueltas al destino último de los despojos materiales. Ambivalente. Activo y perezoso. Contradictorio. Tal vez la oposición de actividad y pereza puede explicar la persistencia de las contradicciones presentes en mis desahogos narrativos. Sería mas literario –mas cínico también-- explicarlas como una intención voluntaria de oponer conceptos contrarios, para dotar con ese recurso de cierto vigor expresionista a las imágenes narrativas.

Tonterías. Te sientas a escribir y escribes. Causan perplejidad los largos y prolijos debates sobre literatura, peor aún si se trata de pintura, que tratan de explicar los arcanos creativos. Te sientas a escribir y escribes. Te pones a pintar y pintas. Como no tengo condiciones de pintor, escribo.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 2-11-09.

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