(….) EL CONCURSO LITERARIO. Después de un tiempo de reflexión, caí en la debilidad de enviar una copia del manuscrito de 'El Jardín..' a un concurso literario. La cuestión previa de enviarlo con mi firma o bajo un seudónimo, me llevó algún tiempo. En primer lugar, tuve que valorar mi acentuada timidez para la vida pública. Después consideré que, si aún desconociendo esta afición mía, mis vecinos, amigos y compañeros de café ya me consideran un tipo raro, me retirarían el saludo si mi nombre apareciera bajo un epígrafe tan exótico como el de escritor.
Lo mas sensato y adecuado para continuar con la normalidad de mis relaciones de escritor secreto, concluí, era ocultar mi nombre bajo un seudónimo.
Una vez establecido esto, el paso siguiente era elegir ese seudónimo. Al principio pensé en Dually Brown, pero lo deseché por sus resonancias de novela negra., Marc el desmemoriado y Ariel Pardal tenían el inconveniente de coincidir con los títulos de dos libros inéditos que tenía en el cajón. Pensé en Lohengrin, porque tenía connotaciones muy novelescas. Además de personaje de la opera wagneriana del mismo nombre, este caballero del Santo Grial, hijo de Parsifal, había sido el alias de Sigfrido, el anarquista de mi familia, durante su estancia en la prisión para internos con causas políticas.
Es sabido que las prisiones ofrecen grandes facilidades para que se organicen en su interior grupos activos, y las comunicaciones entre individuos afectos a esos grupos se realizan, por razones de seguridad, con nombres ficticios. Esto lo sabe cualquiera que haya estado sometido a un régimen de reclusión, –Yo estuve de niño en prisión, aunque solo de visita-- pero los responsables de la seguridad nacional se desayunan ahora del papel jugado por esos grupos en el seno de los radicales islámicos
Bastante novelero, ¿no?, lo de Lohengrin. Le consulté a una de las pocas personas que conoce mi vicio secreto de la escritura y me dijo, con mucho sentido común, que ese nombre germánico no le cuadraba demasiado con la expresión 'all i oli' que aparece mas de una vez en el texto que pretendo firmar con ese nombre.
En lugar de tomar en consideración esa opinión, quise quitarle hierro mítico al personaje, poniendo delante un nombre común, aunque de resonancia germánica.
Mi amiga Conchi, aficionada a los parecidos poco razonables, me había dicho en mas de una ocasión que el físico de Klaus María Brandauer –el actor alemán-- y el mío, sin ser del todo parecidos tenían algo de semejanza. En homenaje a Conchi, decidí que Klaus Lohengrin mejoraba la opción inicial.
Cuando me decidí por ese alias no pensé que, al depositar el paquete con el manuscrito en la oficina de correos y rellenar el boletín de envío con ese remitente, en lugar de mi propio nombre que ellos conocían, por haber retirado de ese mostrador varios certificados, el funcionario sospecharía que yo trataba de volar por los aires la sede de la editorial sevillana, y el paquete sería apartado del flujo normal de los envíos no sospechosos, revisado por los técnicos en desactivación de explosivos y finalmente destruido, por si acaso.
Eso es lo que pensé que había sucedido, ante el silencio de la editorial, que nunca acusó recibo de mi envío, ni me dijo nada al respecto. Por otra parte, en las bases del concurso se especificaba que los manuscritos no seleccionados serían destruidos. Cuando se falló el premio y se dieron a la publicidad los nombres de ganador y finalista, pensé que me daba lo mismo que el manuscrito hubiera ido a parar a la trituradora de la editorial o hubiera sido destruido por un funcionario de correos, por tratarse de un envío bajo sospecha.
Fue al cabo de unos meses cuando, leyendo el periódico de ámbito nacional del grupo al que pertenecía la editorial sevillana, encontré algunas expresiones en los relatos cortos que se publicaban en el suplemento dominical, que me resultaron familiares, cercanas, muy personales.
Expresiones como 'Esqueletos de lémur', 'Encaje de geometría coránica', y otras mas genéricas, pero que me sonaban igualmente al oído, en los análisis de política internacional, como 'poderes imperiales emergentes'.
Desde el principio estuve convencido de que la editorial no tenía nada que ver con aquello. Era un grupo serio y si decía que destruía los originales no seleccionados, yo lo creía. Cabía la posibilidad, sin embargo, de que, antes de enviarlo a la destructora, algún tipo con prisas y poco dado al esfuerzo personal, presionado por la competitividad dominante, hubiera distraído las pocas páginas aprovechables del relato para ayudarse en la difícil tarea de destacar en el bosque proceloso de las publicaciones dominicales.
Después de esa experiencia tomé varias decisiones. Reducir el seudónimo a la expresión K. Lohengrin, dejar de acudir una temporada a los concursos literarios y fijarme, como próximo objetivo, la televisión.”
CONTINUARÁ
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 3-11-09.
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